sin punto y pelota
Una mili sin burbujas
Salir del barrio conviene. Del barrio ideológico, más. Aceptar que no todos tenemos las mismas inquietudes
Ponerse estupendos
Feminismo de ansiolítico
Mientras otros países recuperan el servicio militar obligatorio, en España el debate no cuaja. No sólo aquí: Macron prometió en 2017 que iba a instaurar un servicio cívico obligatorio y lo han catado apenas unos miles en modo piloto. Recordemos que Macron es el ... gran estadista que nos quiere a todos en la defensa de Ucrania sin EE.UU., con aquella promesa incumplida. Antes de la invasión rusa, el servicio parecía una buena idea para cohesionar socialmente a los jóvenes. En Suecia, también en 2017, pusieron en marcha un servicio militar pero un alto porcentaje de jóvenes no son aptos física o mentalmente. Ay, la obesidad y los problemas mentales. O querer más a otras banderas.
Mi generación, la quinta del presidente Sánchez, fue la última que pudo hacer la mili. Sólo los chicos, claro y esa fue una de las razones que pudo motivar su fin, las dudas sobre la constitucionalidad de ese «sólo hombres». Ahora, como ha pasado en Suecia, debería aplicar a los dos sexos. No debe de ser nada fácil montar la infraestructura, los medios, los métodos de reclutamiento. La pregunta es si merece la pena.
El mismo Sánchez, que la hizo en Extremadura, es ejemplo de cómo el cuartel junta a los diferentes. Para inclusión y diversidad, la mili. Las reseñas sobre ese periodo de la vida de Sánchez lo sitúan compartiendo cuarto de literas con Alfonso Zurita, primo del Rey, un Borbón. Pero la mili no solo juntaba a un chico de clase media del Ramiro con un aristócrata, que se podían cruzar en un bar de copas en Madrid, lo hacía con chavales de ciudad y otros que no habían salido de la aldea. En 1996, mis amigos me contaban estupefactos que estaban enseñando a leer y a escribir a algunos reclutas.
Se suele culpar a las redes sociales virtuales de nuestra vida en modo burbuja pero también la habitamos en el mundo real. Hace un año, un amigo se animó a contar a otros que había votado a Vox. Como se quieren, se respetan, lo único que acertaron a contestar ante ese dato es que era el primer votante que conocían de la formación de Abascal. De su ámbito, de altos ejecutivos de multinacional. El único que lo dijera. Pese a conocerse desde hacía muchos años, lo miraron como a una especie exótica. Hace unas semanas, un profesor le pidió a otro amigo que fuera a cenar con sus colegas, con curiosidad por conocer a una persona que se considerara conservadora.
Salir del barrio conviene. Del barrio ideológico, más. Aceptar que no todos tenemos las mismas inquietudes. O sí. Que el presidente de un gobierno puede levantar un muro ideológico pero que, en el día a día, los chistes de Joaquín rompen el hielo, el mollete tostado del desayuno gusta a todos. Y, a la vez, entender que la vida no es igual en un PAU de Madrid que en un pueblo de Almería.
El belicismo europeo con Von der Leyen de comandante en jefe podría ser una oportunidad para empezar por cohesionar al país con la vuelta de la mili, que apoya un 42 por ciento, según encuestas recientes. No pasará. No ha podido Macron, que va ahora de pequeño gran hombre de Estado. Seguiremos en nuestras burbujas.
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