Arma y padrino
Antifascistas que parecen fascistas
Los antifascistas son los que impiden al resto ejercer sus libertades
¿Ignorante o corrupto?
Cuatro novias cuatro
Que en una universidad se impida, o se trate de impedir, el libre intercambio de ideas es algo que debería avergonzarnos a todos. Y eso es independiente de que estemos de acuerdo o no con las ideas expresadas. En lugar de eso, ante el lamentable ... espectáculo ofrecido por fanáticos encapuchados intentando impedir una conferencia en la Universidad de Granada, algunas personalidades relevantes han dado las gracias públicamente a estos energúmenos que, autodenominándose antifascistas, han ejercido como todo lo contrario. Irene Montero, europarlamentaria, expresaba su «solidaridad y agradecimiento» a aquellos que trataron de bloquear el acceso para que un acto programado no tuviera lugar. Agradecía que se comportasen como auténticos intolerantes, orgullosa (intuyo) de que, incapaces de argumentar de manera ordenada y educada, con datos y con hechos, frente aquello con lo que discrepan, tratasen de evitar por la fuerza lo que no podían rebatir con la razón. Esa es su idea de la libertad de pensamiento, parece, y a Montero le resulta admirable. No es la única: un jurista, profesor de Derecho Constitucional (ojo a esto: profesor de Derecho Constitucional), se situaba a favor de la obcecada intransigencia, indignado porque Macarena Olona, una de las intervinientes en la conferencia, «se arroja violentamente encima de los estudiantes que le bloqueaban el paso». No le llamaba la atención al profesor en cuestión (de Derecho Constitucional, insisto) que los estudiantes bloqueasen los accesos para impedir la comparecencia de una persona por cuestiones ideológicas. No le parecía relevante ni censurable que eso ocurriese en una institución cuya función primordial debería ser, precisamente, amparar a la razón, promover el avance del conocimiento y alentar el sano ejercicio de la discusión (en su primera y gloriosa definición: dicho de dos o más personas, examinar atenta y particularmente una materia). Pareciera, vistas sus declaraciones, que los derechos constitucionales (entre los que no figura el impedir hablar a quien no piensa diferente) no están entre sus prioridades. Y si no cree él, precisamente él, en los derechos constitucionales, solo nos queda deducir que su concepción del derecho es puramente utilitaria: el derecho como instrumento de agresión hacia el adversario político. ¿Es eso lo que enseña? ¿Olvida que la libertad y la pluralidad política son, precisamente, dos de los principios nucleares de nuestra Constitución? ¿Que junto con la justicia y la igualdad son valores superiores de su ordenamiento jurídico? ¿O no lo olvida pero prefiere ignorarlo? «La situación es desoladora», me comenta otro profesor al respecto, al expresarle mis dudas sobre lo adecuado de que alguien que desprecia la Constitución pueda enseñar Derecho Constitucional a futuros juristas. «Tenemos una legión de profesores en una militancia ideológica tan acusada que les lleva a justificar todo lo que hagan los suyos, y que ven con buenos ojos la limitación de la libertad de expresión y de cualquier otra libertad que amenace mínimamente a su ideario político». Y así, claro, los antifascistas son los que impiden al resto ejercer sus libertades y los fascistas, los que no piensen como ellos. ¿Y quién es la Constitución para llevarles la contraria?
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