una raya en el agua
Cuestión de hegemonía
El conflicto de Prisa no afecta tanto a la libertad de prensa como a los límites del poder en una sociedad abierta
El reparto de la vergüenza
Ha sido el presidente de Prisa, Joseph Oughourlian, el que a toda página de 'El País' ha comparado a Pedro Sánchez con Franco por intentar apoderarse (del todo) de su conglomerado mediático. Como decía José María García: ojo al dato. No, no es que ... el periódico de referencia de la izquierda se haya pasado de repente a la 'fachosfera'; se trata de un empresario saliendo en defensa de sus intereses frente a una injerencia política directa. Un servidor suele seguir a rajatabla el apotegma de que perro no come carne de perro, no por corporativismo sino por la convicción sincera de que el derecho de cada medio a establecer su línea editorial es el principio esencial de la libertad de prensa. Pero en esta ocasión es la propia compañía la que ha hecho pública la existencia de una guerra interna. Y la desahogada intervención del Ejecutivo en ella convierte un mero conflicto de accionistas en materia de debate sobre los límites del poder en una sociedad abierta.
Concurre además la circunstancia de que el detonante de la batalla ha sido el interés gubernamental en que Prisa le financiara la creación de otra televisión de confianza, a lo que Oughourlian se ha negado porque ya ha perdido mucha pasta y no está dispuesto a palmar más en una aventura de rentabilidad poco clara. Lógica mercantil contra la obsesión sanchista por los instrumentos de propaganda. A partir de ahí, los enviados del presidente, con el ministro López al frente, han presionado a otros propietarios extranjeros –franceses, en concreto– para que salgan del grupo dejando su parte en manos de inversores próximos al Gobierno. El ideólogo real de la operación 'Telepedro' se llama José Luis Rodríguez Zapatero, que ha convencido a Sánchez para que se implique en el proyecto y, si es necesario, empuje a Telefónica a poner el dinero para echar a Vivendi y al armenio. Moncloa ha convertido el asunto en un empeño donde está su autoridad en juego.
Si esto sucede con un medio amigo, cabe preguntarse qué puede ocurrir con los críticos. La respuesta está en el reparto de publicidad institucional –clásica herramienta de represalia que desde luego no ha inventado el sanchismo– y en esa 'ley Begoña' alumbrada durante los célebres cinco días de retiro y de momento aparcada por falta de los apoyos precisos. Pero no es cuestión sólo del periodismo, sino de una pulsión hegemónica que incluye la toma por asalto de cualquier empresa estratégica de ámbito privado: telecomunicaciones, tecnología, energía, bancos. Es en ese marco donde se pone a prueba la verdadera capacidad de influencia proporcionada por el control de los resortes del Estado. La que permite a un gobernante cesar al primer ejecutivo de una multinacional en un despacho. La que compensa la precariedad del apoyo parlamentario con la certeza de que el Ibex te come en la mano. La que produce la sensación íntima de un mando autocrático.
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