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El Sónar se hace historia con Chic y Rudimental
El festival despide su XXI edición enlazando pasado y futuro de la música de baile

Esto es lo que se conoce como aprovechar la ola o, en castellano castizo, arrimar el ascua a su sardina, solo que lo que se arrimaba en este caso no era ni un ascua a una sardina, sino la tonelada de público que abarrotaba el SonarPub a la flamante Stratocaster blanca que Nile Rodgers ha convertido en santo y seña de su ingenio musical. Un instrumento que el músico neoyorquino ha bautizado como "The Hitmaker” y que anoche, en la jornada de clausura del Sónar, volvió a blandir como estandarte y varita mágica. Fue una leyenda en los setenta y uno de los pilares fundamentales de la música disco, pero, en su regreso al frente de Chic después de su estreno en el festival en 2006, Rodgers aprovechó el nuevo impulso que le ha brindado su colaboración con Daft Punk para reivindicarse a lo grande y, una vez más, aprovechar esa arrolladora ola de popularidad en la que anda subido.
Sóno “Get Lucky”, cómo no, y el público enloqueció, pero no acabó ahí la lección de historia de Chic, que brincaron de los albores al funk al Sónar de la hipertecnología y las 110.000 personas entre ritmos adhesivos, vientos huracanados y, faltaría más, el característico rasgueo de Rodgers. Al final un poco verbena sí que fue, con esas proyecciones como de espectáculo de Las Vegas, las improvisaciones a costa de “Rapper's Delight”, el picoteo de “Like A Virgin” (Madonna) o "I'm Coming Out” (Dianna Ross) y un escenario que, para cuando cayó “Good Times”, parecía un vagón del metro en hora punta. Una verbena, sí, aunque el cualquier caso, histórica, elegante y sofisticada. “Good Times”, que diría el propio Rodgers. Lo que uno le pediría a un sábado por la noche, vamos.
Así que cantaban Chic aquello de “Everybody Dance” y “Dance Dance Dance” y el Sónar, obediente y aplicado, no podía más que hacerle caso. Bailaba la gente sobre la historia -o, mejor dicho, el historial- de Rodgers, sí, pero también perdía el aliento intentando dar caza a los ritmos quebrados, puro jogging electrónico, de Yelle. La francesa, reforzada en directo por dos baterías y un montón de filtros, puso a prueba unas fuerzas cada vez más menguantes con una puesta en escena que, más que un concierto, parecía una sesión de aeróbic. Gimnasia electrónica para tonificar el cuerpo y despedir como se merece a un festival que echó el cierre algo por debajo de las cifras de 2013 -entonces fueron 121.000 personas- pero con la sensación de haber cumplido. Y con creces.
Antes de eso, Massive Attack, que casi calcaron el concierto que ofrecieron el jueves salvo algún ligero cambio de repertorio, confirmaron los datos y aprovecharon la lluvia de titulares que acompañó a “Inertia Creeps” -algunos actualizados, como los referentes a la derrota de España o a la manifestación por la escuela catalana que recorrió ayer Barcelona- para confirmar que, en efecto, el Sónar sigue prolongando su idilio con el éxito. Sobre el papel, los británicos eran uno de los grandes reclamos de la noche pero, al final, el podio fue para Rudimental, una excitante y arrolladora formación londinense que dinamitó el SonarClub entre machetazos de dubstep y drum'n'bass, excursiones por los alrededores del ska, fogosas inyección de house y vozarrones soul. Una orquesta portátil de los ritmos urbanos de las últimas décadas que tocó el cielo del Sónar con “Right Here” y, sobre todo, con la explosiva “Feel The Love”, y dio la réplica desenfada, actual y con visos de futuro al vistoso anacronismo de Chic.
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