HISTORIA ÚNICA
Estrella, la torera que oposita a Hacienda: «He vivido situaciones incómodas por ser mujer»
Con doble grado en Derecho y ADE, es un caso único en la historia: compagina sus exámenes para funcionaria con el toreo en un mundo de hombres en el que confiesa que, «por ser chica, para torear más, parece que tuvieses que hacer otras cosas que son una falta de dignidad»
¡Y por fin las mujeres pudieron torear!

Aún no ha despuntado el alba sobre la ciudad de las tres culturas. Son las seis y media, la hora en que Estrella sacude el sueño de sus ojos, que tienen delante una montaña de apuntes y, a su derecha, un fundón de espadas. Estrella ... Magán Santamaría es la primera mujer torero con doble grado en Derecho y Administración y Dirección de Empresas y que, no satisfecha con eso, ahora oposita a técnico de Hacienda. Dice que ni con el toro ni con la Agencia Tributaria cabe el engaño y que reparten cornadas tanto el de las patas negras como el de la cartera de Montero. Estrella, de 26 años, repasa los conceptos de civil y mercantil en su casa hasta que el reloj marca las ocho y pico y se dirige a la Biblioteca del Alcázar. En el trayecto se imagina toreando hasta que un golpe de realidad y la luz del flexo le hacen concentrarse en una oposición que es hoy motivo de sus desvelos.
Nacida en un hogar sin raíces taurinas, de padre agricultor y madre peluquera, su pasión por la lidia sorprendió a su familia con cuatro años. Estrella se quedó hipnotizada durante una clase práctica en la plaza de Toledo, su ciudad natal. «Papá, yo de mayor voy a ser como esa chica», espetó. «Y aquí estoy». 'Cuatreña' entonces, desconocía que la senda estaba sembrada de sacrificios e incertidumbres. Si ser torero es muy difícil y llegar a figura un milagro, que una mujer se posicione en lo alto es de peregrinaje a Lourdes mañana y tarde. Pero Estrella, con una disciplina como el subteniente que nos recibe en el Museo del Ejército, no se rinde.

Desde su infancia insistió en alistarse a la escuela taurina. «Me costó mucho convencer a mis padres; por eso empecé tarde, a los 16 años». Recelosos por los peligros, pusieron una condición: «Si sacas una media de nueve en las notas, te dejamos apuntarte». La niña cumplió con su parte y a sus progenitores no les quedó otra que cumplir con la suya. «No lo entendían. 'Si ten dan miedo los perros, ¿cómo te vas a poner delante de un toro?'», cuestionaban, pues la realidad es que teme más un ladrido que un reburdeo. No sólo chocó a su familia, «también a mis amigos, pero enseguida se dieron cuenta de que mi decisión iba en serio». Sus cartas a los Reyes contenían trastos de torear, «aunque no siempre se cumplía». Y sonríe al recordar cómo dibujaba verónicas con la toalla a la salida del baño. «Lo típico», comenta con naturalidad. Mientras su hermana disfruta de la vida social propia de su edad, Estrella prefiere las duras sesiones de entrenamiento y un toreo de salón del que nunca descansa. «Me ven como un bicho raro, puesto que no me gusta salir de fiesta y prefiero irme a entrenar», admite.
En tiempo de exámenes, la preparación taurina toca por la tarde después de estudiar un mínimo de cinco horas. Las mañanas se hallan entre apuntes, subrayadores, matemáticas financieras y artículos de la Constitución que memoriza. «Me sé todos, pero me cuesta retener los números a los que corresponden», nos dice en voz baja en la biblioteca. En su caminar por los pasillos, entre libros de matemáticas y tomos del Cossio, se nota que ahí va un torero. «Prefiero mujer torero a torera», señala, mientras hojeamos un capítulo sobre 'Lo femenino en el toreo'. Todos sus útiles de la lidia académica son en tonos rosas. «Me gusta mucho ese color». Como su habitación, propia de una chiquilla, repleta de peluches y muñecas. Un oso suave y peludo como Platero contrasta con lo afilado de una tizona de Cid. En su armario hay lugar para chaquetillas de Amancio Ortega y otras chispeantes de sastrería de toreros. «Me encanta la ropa, me gusta mucho la moda», explica mientras nos cuenta que sigue a 'influencers' como María Pombo y Tomás Páramo.

La cosa se pone litúrgica cuando aparece su padre y le prueba una chaquetilla nazareno y oro. «En los vestidos de torear prefiero los tonos oscuros, como el azul marino y el sangre de toro». Su joya: un capote de seda negro que extiende sobre su cama. Mientras Enrique la viste, le preguntamos qué siente cuando ejerce de mozo de espadas: «Miedo, mucho miedo». Porque antes de todo es padre. «El día que torea lo paso muy mal, pero no se lo puedo transmitir. Ella confía mucho en mí y tengo que sacar una sonrisa, aunque por dentro esté sufriendo». La jindama se apodera de los suyos cada tarde de toros. También, de quien tiene que ponerse delante: «El momento de mayor miedo es antes de pisar la plaza y, también, en el burladero esperando a que salga el toro. Ya, cuando le pegas el primer capotazo, los miedos se calman y lo único que quieres es crear una gran faena y disfrutar del momento».
«He vivido situaciones incómodas que ninguna persona querría vivir. Como si por ser chica, para torear más, tuvieses que hacer otras cosas que son una falta de dignidad. Quiero ser torero, pero ante todo está mi persona, mi dignidad y mis valores»
Estrella
¿El máximo temor de un torero? «Al fracaso, a no estar a la altura y desaprovechar una oportunidad». Oportunidades como el reinado de Luis I: breves. «Torear cuesta sacrificio y dinero», reconoce. Huye de la queja, pero va más allá: «Está en cada uno si acepta determinadas condiciones. A mí, por ser chica, me ha tocado vivir desgraciadamente unas situaciones que a cualquier otro compañero no le hubiese tocado vivir. A veces noto diferencias, porque la mayoría de personas que engloban el mundo del toro son hombres». Guarda silencio unos segundos y toma la palabra de nuevo, con paso firme: «He vivido situaciones incómodas que ninguna persona querría vivir. Como si por ser chica, para torear más, tuvieses que hacer otras cosas que son una falta de dignidad. Quiero ser torero, pero ante todo está mi persona, mi dignidad y mis valores», enfatiza. Estrella respeta a todos aquellos que se visten por los pies: «Lógicamente, no todo el mundo es igual». Como tampoco lo es el feminismo. «Defiendo ser feminista entendido como la igualdad entre el hombre y la mujer, por supuesto que sí. Ahora, ese movimiento actual en el que se lleva todo al extremo no lo comparto». Acostumbrada al «guapa, guapa y guapa» –que lo es–, no entiende la reacción de Yolanda Díaz por un piropo. «Me parece un halago que me echen un piropo, no me ofende. Se ha hecho toda la vida».

Debajo de su afable gesto se esconde un carácter fuerte, que se agudiza los días antes de torear. «Es habitual que nos enfademos». Llegado el día de festejo, el verbo callado impera: «Prácticamente, no hablamos». Tan solo el padre rompe el silencio para decirle que le ha tocado el lote «más bonito», aunque pueda ser el más feo y aunque a ella no le guste ver a los animales antes. «El estado de ánimo de un torero es muy importante y yo quiero que esté en paz». Enrique suspira junto a su hija, que observa fotos de toreros colgadas en su cuarto. «Admiro todo lo que ha conseguido Cristina Sánchez, el mayor espejo en lo femenino. El concepto que más me gusta es el de Manzanares padre». Frente a la cama, en una estantería, se alza una capilla en honor a la Virgen de la Estrella. «Antes rezaba mucho; ahora, menos», dice la novillera mientras ordena los apuntes del día siguiente.
«Soy su mozo de espadas y el día que torea paso mucho miedo, aunque tengo que ocultarlo para no transmitírselo y que ella no sufra. El estado anímico de un torero es fundamental»
Enrique
Padre y mozo de espadas de Estrella
Antes de abandonar el Alcázar, Estrella, con vaqueros y jersey negro, chaquetilla blanca, manoletinas azabaches y un cinturón con sus iniciales (EM), había hecho el paseíllo por la calle de la Paz y el patio de Carlos V. Frente al goteo de turistas, se ajusta la montera y retoma la lidia taurina a punta de capote. «¿Eres torera?», le pregunta el personal de seguridad. No hacen falta respuestas cuando cita junto a una columna y se ciñe el trapo fucsia a la cadera. Desde allí continuamos en coche hasta la plaza de toros. Es ya mediodía. Bromea con el conserje, saca del maletero los trastos y, metida en un mundo que solo ella conoce, su rostro, tan dulce, se endurece mientras plancha la muleta a izquierdas. «Es lo más puro». Cita al carretón y glosa sus sentimientos: «Torear es algo único. Controlas la embestida de un animal hasta meterlo en la muleta mientras lo ralentizas. Solo los toreros podemos detener el tiempo. Y eso es algo superespecial que no se puede sentir en ningún otro ámbito. Somos unos privilegiados».

Le preguntamos si el toro entiende de sexos: «El toro es igual para todos, no distingue entre hombre o mujer». Suelta las telas y paseamos por la arena. Reflexionamos sobre la pregunta que El Cordobés padre hizo a Julio Benítez: «Hijo, ¿estás dispuesto a morir por ser torero?». Y se la trasladamos a Estrella, que responde sin titubeos: «Sí, lo que yo quiero ser en mi vida es torero, llegar a figura, y estoy dispuesta a todo». Aunque también tiene los pies en la tierra y, sabedora de lo difícil que es abrirse paso, lo conjuga con su otro desafío: opositar a funcionaria del Estado. Disciplina, pasión y entrega es su lema. De momento, solo lleva tres novilladas con picadores y le queda un largo camino para ser matador(a) de toros. «Lucharé por ello». Su cartel soñado para la alternativa: Morante de la Puebla y Juan Ortega. Tampoco oculta su admiración por Enrique Ponce y Andrés Roca Rey. «Está llevando muchísima gente joven a los toros, llena las plazas y, gracias a él, también se conoce más a otros toreros». Aún no ha visto 'Tardes de soledad'. pero se considera aficionada al cine. «La última que he visto ha sido 'La infiltrada': Me impactó la lucha que la protagonista lleva consigo misma, tener que vivir eso».
Pendiente de la actualidad, se refiere al ninguneo de Urtasun, que ha despertado la rebeldía de la juventud. «Siempre hay interés por ver lo prohibido. Me parece fatal que el ministro no defienda la tauromaquia como patrimonio cultural. Es su deber». Ni son justos los despachos políticos ni tampoco los taurinos: «El mejor es el toro, y ese toro te puede matar...».

Se despide el sol y un viento gélido se adueña de la capital manchega, donde Estrella lidia con libros y capotes. «Mi madre sería más feliz si dejase los toros: 'Hija, qué necesidad tienes de este sufrimiento'. Nadie entiende que con una sola tarde todo el esfuerzo y el sacrificio del invierno han merecido la pena». Como experta en Empresas, lanza una idea a quienes dirigen los cosos: «Hacer carteles de mujeres podría ser un aliciente en los pueblos y en algunas ferias, pero que conste que yo quiero torear con todos; quiero dedicar mi vida al toro». El toro es su gran examen, aunque este marzo los duermevelas traigan trincherazos de contabilidad y derecho financiero. «Me esfuerzo para aprobar, pero mi vida la pienso y la imagino en torero». Quizá no haya una profesión de tanto sufrimiento para un padre; sin embargo, Enrique mira fijamente a Estrella y le da su bendición: «A pesar de que me tranquilizaría que me dijeras que lo dejas, me gustaría que llegases a figura del toreo. Apoyo tu sueño».
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