Repaso feminista a Picasso en el Museo de Brooklyn
La muestra 'It's Pablo-matic' -un juego de palabras con 'es problemático'- vapulea al genio malagueño con una revisión de su figura y su obra

Se queda corto decir que a la cómica australiana Hannah Gadsby no le gusta Pablo Picasso. «Le odio», dice en una de los momentos de 'Nanette', el especial que estrenó en 2018 en Netflix. Gadsby despelleja en él al artista español: con irritación casi colérica ... , detalla su misoginia y cuestiona su genio. «Simplemente puso un filtro caleidoscópico en su pene», resume sobre su obra.
El especial disparó la carrera de Gadsby y agitó la discusión contemporánea -el movimiento 'MeToo' acababa de crearse- sobre: ¿se puede y se debe separar al artista de su obra?
Esa debate ha afectado de lleno a Picasso en los últimos meses por la celebración del 50º aniversario de su muerte. No han faltado columnas en la prensa estadounidense preguntándose de forma atormentada si está bien que nos guste la obra del malagueño, machista y acusado de maltratar y abusar a sus mujeres y amantes.
Ahora, el Museo de Brooklyn va más allá con una exploración de la vida y obra de Picasso desde la lente del feminismo. «Esta exposición es una conversación sobre preguntas», explica a este periódico una de las comisarias de la muestra, Catherine Morris. Las respuestas están casi dadas si se tiene en cuenta quién es otra de las comisarias de la exposición: la propia Hannah Gadsby, que también da nombre a la muestra, que se abre al público este viernes: ''It's Pablo-matic' -un juego de palabras con 'es problemático'-: Picasso, según Hannah Gadsby'.
Morris explica que el Museo Nacional Picasso de París invitó a la institución de Brooklyn a participar, como otras pinacotecas del mundo, en la celebración del aniversario. Para entonces, Morris y la tercera comisaria de la muestra, Lisa Small, ya habían visto con entusiasmo 'Nanette' y habían escrito a Gadsby ofreciendo colaborar en algún momento. Cuando llegó la invitación del aniversario, no lo dudaron: ¿por qué no invitar a organizar la exposición a alguien que odia a Picasso?
«No toda exposición tiene que montarse desde la adulación», dice Morris, que considera que el humor es parte integral de la muestra -aunque cuesta percibirlo en las galerías- y «es una manera diferente de dejar que la gente diga lo que piensa». El texto que recibe al visitante asegura que la muestra «reconoce el poder transformador y la influencia de la obra de Picasso, a la vez que ofrece un examen crítico de su legado».
Las salas de la exposición acogen 49 obras del artista español, que dialogan con medio centenar de artistas modernas y contemporáneas extraídas de la propia colección del Museo de Brooklyn. Desde Louise Bourgeois a Cindy Sherman, pasando por las Guerrilla Girls, Faith Ringgold, Renee Cox, Kiki Smith o Harmony Hammond.
La conversación visual entre el malagueño y estas mujeres se encuadra en temas como el mito del genio artístico, el erotismo, la atracción sexual o la presencia femenina. Es un diálogo visual interesante, pero que no separa a Picasso de su obra. Sí lo hacen los abundantes textos que pueblan las salas de la muestra. «No todos los prodigios llegan a ser genios», dice Gadsby en un cartel, en una alusión a que las mujeres no tenían esa opción en tiempos de Picasso. «Los mitos sobre la manifestación temprana del genio son engañosos», defiende en otro texto la artista Linda Nochlin. «¿Qué hubiera pasado si Picasso hubiera nacido niña? ¿Su padre habría puesto la misma atención o habría estimulado igual su ambición para conseguir logros con una 'Pablita'?».
Las paredes de la muestra acusan a Picasso de presentar una mujer «objetificada, sexualizada, sumisa», de «destruir todo excepto la asunción de la mujer como objeto», en palabras de Gadsby. En una de las salas de la muestra, con retratos de mujeres durmiendo, el primer texto, también de Gadsby, advierte de que es «aterrador lo benigno que se le considera si se tiene en cuenta lo inseguro que sería para cualquier mujer estar inconsciente cerca de Picasso». Además de un «comportamiento cuestionable en las relaciones personales», las comisarias le acusan de «apropiación flagrante de tradiciones culturales sagradas», por su uso de elementos africanos en su obra.
La exposición también coloca frases del artista, pronunciadas en un contexto sociocultural diferente y que ahora no serían admisibles: «Para mí la mujer es en esencia una máquina para 'el sufrimiento'», «Hay solo dos tipos de mujer, diosas y alfombrillas» o «Cuánto la quiero ahora que está durmiendo».
Morris asegura que el objetivo de la exposición no es «cancelar» a Picasso, dentro de un clima generalizado en EE.UU. de revisión de figuras históricas, censura de obras literarias y vetos de manifestaciones políticamente incorrectas. «Si quisiéramos cancelar a Picasso no haríamos una exposición sobre Picasso», defiende.
«Esta es una muestra sobre complicaciones», explica la comisaria, «sobre pensamientos en conflicto». Dice que sin duda Picasso era un genio, pero también un humano. Al igual que la muestra, responde sin duda a la cuestión de la separación entre la persona y su obra. «¿Puedo estar delante de un 'Picasso' y quedarme maravillada de lo que ese hombre era capaz de hacer? Sin duda». Pero la otra parte, la biográfica, también forma parte de la conversación. «En el siglo XX, una de las cosas que ocurrió con el modernismo es que había una creencia de que podías mirar a una obra y no pensar en el artista, en quién era», dice. «Pero hemos llegado al punto de que damos por hecho que eso no es verdad. Y, en especial, en el caso de Picasso, en el que su biografía está tan presente en su obra».
Morris reconoce que no son conversaciones fáciles ni unidimensionales. Lo refrendan las propias palabras de Picasso: «No cuenta lo que el artista hace, sino lo que es», que impugna la idea de la separación. O de Louise Bourgeois «No soy quien soy, soy lo que hago con mis manos», que impugna lo contrario.
La exposición también incide en otro aspecto: que Picasso mantiene su estatus en el mundo del arte porque es buen negocio, porque sus obras se venden por millones de euros. «¿Es un héroe o simplemente es que vale mucho dinero?», cuestionaba Gadsby recientemente en una entrevista en 'Variey'. Morris lo define como 'la máquina Picasso', un artista -en la terminología acuñada en Wall Street para referirse a los grandes bancos- 'too big to fail', 'demasiado grande para quebrar'.
Pero la cuestión del poder del capital en el mundo del arte -en especial en EE.UU.- afecta también al Museo de Brooklyn y a las comisarias. El cargo de Morris y el Centro de Feminismo que dirige en el museo llevan el nombre de Elizabeth Sackler, integrante de una familia denostada. Su padre y sus tíos fueron los fundadores de Purdue, la farmacéutica condenada por desatar la epidemia de opiáceos, por la que han muerto cientos de miles de personas en EE.UU.
El museo defiende que la fortuna de la benefactora está separadas del negocio de los opiáceos. «Pero es complicado», reconoce Morris. Gadsby, en aquella entrevista con 'Variety', admitió que es algo «turbio», pero que decidió seguir adelante con el proyecto ligado al apellido Sackler porque «para cambiar la conversación hay que seguir en la conversación». Es la misma justificación que dio para criticar a Netflix por emitir especiales del cómico Dave Chappelle con contenido 'anti-trans' y, acto seguido, firmar un contrato de varios años con la plataforma. Como Picasso, todo eso también «es problemático».
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