Los pueblos de Cáceres que conservan una lengua propia desde la Edad Media
Una ruta por el sendero de A fala, entre pueblos de la sierra de Gata que conservan un habla ancestral y un castañar que luce ahora sus mejores galas
Los 'milagros' que han conservado uno de los hayedos más pequeños y bonitos de España

En la esquina noroccidental de la provincia de Cáceres tienen un «hablar raro»: allí al puerto le dicen 'puertu', al Ayuntamiento 'Axuntamentu', a la harina 'farina' y al humo 'fumu'. En realidad, mucho más allá de la extrañeza que produce en quien viene de ... fuera, se trata de un tesoro dialectal que ha llegado milagrosamente vivo desde la lejana Edad Media hasta nuestros días. Los estudiosos la conocen como 'A fala' -'El habla' en castellano- cuyas raíces se rastrean en tiempos de la Reconquista, cuando los reyes Fernando II y Alfonso IX hacen donación de estos territorios a los valientes colonos que optaran por una vida todavía muy incierta en estos horizontes de frontera. Un reto al que acudieron, como por otros tantos lares, un abultado número de habitantes del noroeste peninsular, siempre atentos a explorar territorios más fértiles y fáciles de trabajar que los que les eran propios.
Y es así, en un proceso que guarda muchos paralelismos con el de los judíos que, una vez expulsados de la Península, continuaron transmitiendo durante generaciones el ladino que ha llegado vivo hasta nuestros días, como aquellos colonos del norte perpetuaron, en esta esquina de la Sierra de Gata, casi como en una burbuja, una forma de comunicarse que suena a una cantarina mezcla de asturiano, gallego y portugués. Según los filólogos, la teoría más extendida es que se trata de una lengua romance que, por razones que se desconocen, resistió la contaminación de castellano o el portugués para quedarse a caballo entre esta última y el asturleonés.
Sea como fuere, este tesoro patrimonial considerado tan Bien de Interés Cultural por la Junta de Extremadura como pueda serlo la Vía de la Plata o el Teatro Romano de Mérida, se oye por las calles y se lee en los carteles de los tres pueblos más occidentales de la Sierra de Gata: Valverde del Fresno, Eljas y San Martín de Trevejo. Por si fuera poco, cada uno de los tres, separados por muy pocos kilómetros, con sus propias variantes dialectales: o lagarteiru en Eljas, o valverdeiru en Valverde del Fresno y o manhegu en San Martín de Trevejo.
El sendero de A fala
Desde este último, uno de los pueblos más pintorescos de toda la sierra, arranca el sendero señalizado PR-CC 184 que faldea la sierra mientras enlaza esta localidad con Eljas y Valverde del Fresno. Es el Sendero de A fala, un hermoso itinerario de 16 kilómetros que tiene su tramo más empinado precisamente en el trayecto que lleva desde San Martín de Trevejo hasta lo alto del puerto -o 'puertu'- de Santa Clara. La subida cuenta con el aliciente de discurrir, casi toda, sobre una antigua calzada empedrada que, además, permite disfrutar del castañar de Ojestos o de O´Soitu, al que muchos califican como el más extenso de Extremadura, y que luce espectacular con los colores del otoño. Lo identificaremos inmediatamente porque junto al camino se alzan los inmensos troncos de los Abuelos, dos castaños muchas veces centenarios que, a modo de aterciopelado pijama, aparecen cubiertos de una fina capa de musgo. Entre San Martín y el puerto median 4,8 km que pueden realizarse en una hora y media.

A la vuelta, merece la pena dedicar tiempo y paseo al entramado de calles que conforman San Martín de Trevejo, con un 'cascu urbanu' con mucho sabor a sierra auténtica. El desmesurado soportal del Ayuntamiento es un buen lugar para sentarse a disfrutar de su bella plaza Mayor, con una fuente del siglo XIX en su centro, una torre campanario del siglo XVI en uno de sus ángulos y el palacio de la Casa del Comendador en otro de sus costados.
Y como el fin de semana es muy largo cuando se aprovecha bien, merece la pena, además de explorar a fondo los pueblos mencionados hasta ahora, acercarse hasta la minúscula alquería de Trevejo, apenas un grupito de casas de hechuras tradicionales ubicada a los pies de los restos de un castillo templario que es ahora un cúmulo de ruinas evocadoras desde donde se divisa -sin exagerar demasiado- media Extremadura. Y también, y aquí no se exagera nada, unos atardeceres de los que dejan la conversación en silencio hasta que el sol se oculta tras el horizonte.
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