mujeres de la pasión
Camino del Calvario
El Viernes de Dolores, las hijas de Jerusalén toman las calles de Heliópolis, y no volvemos a verlas hasta la tarde del Jueves Santo en la calle Laraña
Claudia Prócula, abogada de Jesús
Programa de la Semana Santa de Sevilla 2025

«Lo seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 'Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos'». Lucas, 23, ... 27-28.
El Viernes de Dolores, las hijas de Jerusalén toman las calles de Heliópolis reconvertida en la Vía de Amargura, y no volvemos a verlas hasta la tarde del Jueves Santo, cuando en la calle Laraña, una desconocida sale al paso del condenado secando su maltrecho rostro con un paño. Es Verónica, o Berenice, a quien, de nuevo, los evangelios canónicos no mencionan, aunque los textos apócrifos nos la presentan con todo lujo de detalles.
¡Tenemos tan interiorizada esa escena! Si quieren verla al aire libre todo el año, acudan a la fachada de la Parroquia de San Benito, donde el azulejo de la VI estación del Via Crucis a la Cruz del Campo recrea el misterio de la Hermandad del Valle. Pocos conocen que el origen de este momento se encuentra en un texto especialmente fantasioso llamado Muerte de Pilato donde Verónica portaba un lienzo para un pintor que debía inmortalizar a Jesús por orden del César, desesperado por curarse de sus males. Jesús le salía al encuentro y se lo devolvía con la imprimación de su rostro.
Otros textos apócrifos, como el Evangelio de Nicodemo, en las llamadas Actas de Pilato, la identificaron con la hemorroísa curada por Jesús con solo rozar su manto entre la multitud:
— ¡Cómo se atreve una mujer impura a tocar al Maestro!
Agradecida, Verónica se desgañitará luego en el pretorio ante Pilato para defenderlo, la única forma de ser oída pues el Derecho romano le negaba la posibilidad de actuar como testigo.
Su historia siempre me llamó la atención cuando la descubrí, Santo Paño en mano, en el ático de un retablo a la vera del Cristo de la Sopa montañesino de la iglesia del Santo Ángel, ese templo siempre generosamente abierto, siempre abarrotado en sus misas. Mi sorpresa fue mayúscula al verla un Viernes Santo encarnada por una delicada hermana de Montserrat. Y Verónica se sumó al listado de misterios (en minúscula) que crecía en mi interior cada Semana Santa de la infancia. Por citar algunos, dónde pasaba la Canina el resto del año, quién peinaba a María Magdalena en las Siete Palabras o por qué nadie castigaba a Zaqueo por trepar a esa altura.
— Mamá, ¿Verónica ha pintado sola el cuadro de Jesús o la han ayudado?
La pregunta tenía su sentido. Por aquellos años, en la Anunciación hicieron de la necesidad virtud al sustituir el deteriorado paño de Virgilio Mattoni y comenzar los encargos a virtuosos artistas que interpretaron a su estilo la Santa Faz. Puesto que hablamos de mujeres de la Pasión, quiero recordar a las pintoras Magdalena Lerroux, Isabel Sola, María José de Solís-Beaumont, Carmen Jiménez, Carmen Márquez, María José García del Moral, Carmen Laffón, Teresa Carrasco y Reyes de la Lastra. Por cierto que uno de mis déjà vú me ha traído a la mente a Luisa Roldán.
Este año, el cuatro de febrero, pasé por la Anunciación a felicitar a Verónica en su onomástica, y le tomé una foto para tenerla muy presente al escribir estas líneas. Me sorprendió lo bien arreglada que iba, puede que conservara el rubor de los días de Navidad, orgullosa del precioso Nacimiento en el que figuran tantos conocidos suyos y que causa asombro a niños, mayores y cada vez más visitantes de la ciudad. La halagué por su belleza y su buen gusto, aprovechando para preguntarle por Susana, otra mujer con nombre propio. Con ella me ocurre como con Juana de Cusa, mencionada también por Lucas: fue oír hablar de ellas y obsesionarme con saber quiénes fueron, o, previamente, si fueron.
Susana pudo llegar a Jerusalén siguiendo a Jesús. Proveedora de recursos y entregada cuidadora del grupo, dicen que Jesús sanó su mente, como la de tantas otras ¿endemoniadas? No es casualidad que las mujeres de tiempos tan remotos requirieran de un consuelo especial que sólo Él podía ofrecerles para liberarlas de esos demonios, quizá no muy distintos de los que hoy nos acechan y que llamamos problemas de salud mental. Oficialmente, a Susana no la encontramos en los momentos claves de la Pasión, ni en los misterios de Sevilla, pero me gusta soñar que se arrodilla y clava sus sandalias junto a Verónica en la Via de la Amargura de la calle Laraña.
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