PRIMERA VUELTA AL MUNDO
La Sevilla que vio partir a Magallanes y vio volver a Elcano
Un viaje extraordinario
La ciudad del siglo XVI era un emporio comercial de primer orden, pero destacaba por su suciedad
Sevilla duplicó población entre 1533 y 1565, cuando superó los 100.000 habitantes
La jabonería era una de las principales industrias de las ciudad
500 años de la primera vuelta al mundo

Fernando de Magallanes llegó a Sevilla el 20 de octubre de 1517 para empezar a preparar la expedición al Maluco de la que había convencido al emperador Carlos, que se casaría aquí en el Alcázar con su prima Isabel de Portugal en 1526. La ciudad ... contaba con edificios impresionantes como la Catedral, el Alcázar, las atarazanas, la Torre del Oro, las iglesias reedificadas tras la conquista de 1248, junto con un caserío muy pobre en el que se hacinaba una numerosa población.
¿Cuántos eran? Resulta difícil un cálculo exacto para la década de los años 20 del siglo XVI. El medievalista Antonio Collantes de Terán tiene publicadas unas cifras aproximadas a partir de padrones parroquiales en torno a 1480 y el censo de 1534. Sevilla había pasado en esas cinco décadas en las que tiene lugar el descubrimiento de América y se establecen la Casa de la Contratación y el monopolio marítimo de algo menos de 7.000 vecinos a algo más de 9.000. Estas cifras recogían sólo a los que pechaban (los pecheros) con impuestos y contribuciones pero a los que había que sumar transeúntes, mendigos, clérigos y nobles, más las familias a su cargo.
El maestro de historiadores Domínguez Ortiz calculó que el coeficiente multiplicador para finales del siglo XVI era de 4,63 por lo que comúnmente se acepta que la población total de Sevilla en 1534, fecha del censo regio, rebasara los 50.000 habitantes. En el segundo tercio de la centuria, alrededor de 1565 la población se recuperará hasta bordear los 100.000 moradores, una cifra fastuosa que crecerá todavía más hasta los 120.000 habitantes a finales del Quinientos.
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La antigua Hispalis romana era un polo de atracción no sólo para la emigración rural en tiempos de carestías para ganarse el pan cotidiano en la rebullasca alrededor de las gradas de la Catedral donde comerciaban extranjeros cuyo peso poblacional ha quedado fijado para siempre en el nomenclátor: alemanes, francos, genoveses, portugueses, flamencos… llegados al olor del oro y la plata que empezaban a afluir de América. Y esclavos. Negros en su mayor parte, que probablemente representaran una décima parte de la población.
Sevilla duplicaba a Madrid
Sevilla era la mayor ciudad de España, duplicando a Madrid, ya elegida capital, casi todo el siglo. Pese a la grandeza, la ciudad no estaba libre de pestilencias. No sólo de hedores porque todos los desperdicios de las casas, aguas menores e inmundicias de toda laya iba a parar a la vía pública, sino de brotes epidémicos a causa de la insalubridad, la mala alimentación y la carencia de higiene.
En 1520, al año de zarpar Magallanes, la sequía en el campo desató una crisis de abastecimiento que desembocó en una epidemia que se prolongó hasta 1524 con gran mortandad. Se sabe que entre febrero y abril de 1522, meses antes de que arribara Elcano, se enterró a 1.744 pobres en los carneros (cementerios) del otro lado de las murallas. Porque la ciudad se seguía cerrando a la caída de la tarde.
¿De qué vivían? Sevilla era un gran centro comercial en el que se precisaban abastos y bastimentos para avituallar las flotas de Indias. No sólo con los productos de primera necesidad (el bizcocho que salvaba del hambre a las tripulaciones) sino para la fabricación de aparejos (el campo sevillano proveía de cáñamo en abundancia para la confección de jarcias y cabuyería). Los comerciantes italianos (Centurione, Grimaldi, Affaitati, Spínola, Pinello) despliegan una inusitada actividad en la compraventa de cereales, aceites y vinos.
La banca Fugger (los Fúcares banqueros de Carlos V todavía con ficha bancaria viva en Alemania durante 535 años) especulaba, en el sentido literal del término, con el trigo y el cabildo de la ciudad tenía que intervenir a rastras para mitigar las hambrunas a causa de la carestía de precios.
En medio de tanta sombra, las luces de un mercado editorial que había arrancado con la primera impresión con tipos móviles en 1477 (un lustro después que en Segovia) y que se había visto favorecido con el férreo control de los libros que se enviaban a las tierras americanas recién descubiertas. La familia de los Cromberger hizo de su imprenta en la calle Marmolejos (actual Pajaritos) la más importante de los reinos hispanos en la primera mitad del XVI. Tenía encargos de las órdenes religiosas (dos mil cartillas para enseñar a leer a indios taínos por parte de los franciscanos en 1512, por ejemplo) y del poderoso cabildo metropolitano que le aseguraban una fuente de ingresos constante.
La jabonería, la gran industria de Sevilla
El rey Manuel de Portugal, el mismo que había propiciado que Magallanes pusiera sus conocimientos al servicio de la corona de Castilla, le hizo una oferta para trasladar el taller a Lisboa, pero Cromberger no se movió de Sevilla. Como presente, editó en 1521 la 'Ordenaçoes manuelinas'. Y en 1539, ni dos décadas después de la conquista de Tenochtitlán, abrió sucursal en la ciudad de México: la primera imprenta de América.
Por paradójico que parezca dada la cantidad de zarrapastrosos y la mugre por todas partes, la gran industria de Sevilla era la jabonería. Disponía en abundancia de la materia prima a partir de la cual se confeccionaba el apreciado jabón blanco: aceite de oliva que se mezclaba con mazacote (residuo y ceniza del almarjo en la marisma). Las almonas donde se fabricaba en Triana eran un monopolio regio que se arrendaba por décadas: entre 1522 y 1531, la época de Magallanes, la renta ascendió a 316.813 maravedíes al año pero fue a más tanto la producción como el arriendo, que alcanzó la fabulosa cifra de 7,5 millones de maravedíes en la década final del siglo.
La industria textil ocupaba a casi un quinto de la población menestral. A Sevilla llegaba la lana, sobre todo la muy apreciada merina de la comarca de la Serena, y aquí se negociaba. También importada de Nueva España, de donde venían tintes como la grana cochinilla mexicana, el añil de Honduras, el palo brasil…
En las gradas de la Catedral de Sevilla se hacían los negocios, se cerraban tratos, se compraba y se vendía mercadería, se cambiaba moneda y se prestaba con usura
Los tundidores y mercaderes de paños a vara (comercio textil al por menor diríamos hoy) se agolpaban en la llamada alcaicería de la seda, un intrincado laberinto de callejones y barreduelas en torno a lo que hoy es la calle Hernando Colón desde la plaza de San Francisco hasta llegar a las gradas de la Catedral. Ese era el corazón de la ciudad.
Las gradas bullían. Allí se hacían los negocios, se cerraban tratos, se compraba y se vendía mercadería, se cambiaba moneda y se prestaba con usura, se concertaban truhanes, se alcahueteaba, se juraba y perjuraba y hasta se mataba. Todo podía suceder allí. Tenía hasta su propia policía: los alguaciles de las gradas, encargados de velar por el orden público.
Era tal la barahúnda en torno al patio de los Naranjos y las gradas, que el cabildo catedralicio ordenó colocar en la Puerta del Perdón un retablo de la expulsión de los mercaderes para recordar la delimitación de zonas donde se podía hacer negocio y resguardar el recinto sacro, donde irrumpían con facilidad los comerciantes. Magallanes no lo vio porque cuando partió en 1519 no había comenzado la obra, pero Juan Sebastián Elcano sí alcanzó a verla ya que el altorrelieve estaba terminado para cuando arribó la nao 'Victoria'.
También está entrelazada la historia del barco con las gradas de la Catedral, porque allí mismo se remató la puja en febrero de 1523 cuando el fletador Cristóbal de Haro la puso en almoneda y se la vendió a Esteban Centurione (de la rica familia genovesa asentada en Sevilla) por 285 ducados, que eran unos 106.875 maravedíes, la tercera parte de lo que se había pagado por la nave antes de la expedición en que quedó maltrecha.
Las columnas y las cadenas que delimitaban el fuero eclesiástico son del segundo tercio del XVI por lo que ni Magallanes ni Elcano alcanzaron a verlas. Tampoco la Giralda tal como hoy la conocemos, con el campanario renacentista de Hernán Ruiz y el remate broncíneo de la Fe Victoriosa, fundida por Bartolomé Morel en 1568. Ni la Capilla Real de la que en 1515 no se tenían más que las trazas.
La Catedral, cuyas bóvedas se habían terminado en 1517, el mismo año que Magallanes llegó a Sevilla, tenía adosado el corral de los Olmos, donde se reunían tanto el cabildo civil como el eclesiástico y del que sólo queda el recuerdo en el habla popular que llama puerta de los Palos a la entrada de la Adoración de los Magos por la trabazón de gruesos maderos en la puerta norte del edificio administrativo en uno de los arcos que unía la Giralda con el Palacio Arzobispal.
El corral de los Olmos ocupaba buena parte de la actual plaza Virgen de los Reyes, embellecida con la fuente de Lafita con ocasión de la Exposición Iberoamericana de 1929, que también cambió en profundidad la fisonomía de la calle Mateos Gago, antigua de Borceguinería, donde Magallanes vivió desde su llegada a Sevilla en 1517 hasta zarpar rumbo a la historia en 1519.
La calle Borceguinería, más estrecha y sinuosa que la actual Mateos Gago, era sitio de casas nobiliarias y porte principal. Entre ellas, la de Diego Barbosa, en cuya casa residirá Magallanes. Barbosa era caballero veinticuatro de la ciudad -equivalente a concejal en nuestro ordenamiento administrativo- y teniente de alcaide del Alcázar, a cuyo frente estaba Jorge Alberto de Portugal y Melo, ennoblecido como conde de Gelves en 1529.
El corral de los Olmos ocupaba buena parte de la actual plaza Virgen de los Reyes, que también cambió en profundidad la fisonomía de la calle Mateos Gago, antigua de Borceguinería
Magallanes matrimonió con una hija de Diego Barbosa, Beatriz, a los pocos meses de su llegada a la ciudad porque ya está desposado en enero de 1518 cuando parte para la corte. Las nupcias, con velación incluida, tuvieron lugar en la iglesia del Alcázar. Al año siguiente, el de la partida con la Armada del Maluco, Magallanes dejó atrás al pequeño Rodrigo, de seis meses, y a su mujer embarazada de su hijo Carlos, muerto al nacer.
La desgracia se cebó con la familia del almirante de la Especiería: en septiembre u octubre de 1521 murió el primogénito con dos años y medio; su madre Beatriz falleció en marzo de 1522; su abuelo, Diego Barbosa, en 1525. El propio Fernando de Magallanes había muerto en combate con los nativos en Mactán en abril de 1521.
En el testamento otorgado el 24 de agosto de 1519, días antes de la partida, había dejado ordenado que se le enterrara en el convento de la Victoria de Triana, en el que se veneraba la talla de la Virgen de la Victoria, como era acostumbrado en las fundaciones de frailes mínimos, de la que Magallanes era gran devoto.
Si no moría en Sevilla, como así ocurrió, mandaba ser enterrado en la iglesia bajo advocación mariana más cercana al lugar donde le hubiera sorprendido la muerte. También encargaba treinta misas por su alma en el convento de la Victoria y un tercio del diezmo de las ganancias que le reportara el viaje a las Molucas para levantar la capilla, en obras cuando zarpó la expedición, de modo que «los frailes del dicho monasterio siempre jamás tengan cargo de rogar a Dios por mi alma».
Justo la 'Santa María de la Victoria' fue la única nave que volvió de aquella aventura alrededor del planeta.
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