Los años en los que Sorolla perdió su luz
Una exposición en el museo del artista en Madrid recorre el final de su vida y la honda repercusión de su muerte

«Ando muy atribulado, para mí, ando cojo y muy, muy cansado y triste». En una de sus últimas cartas de su puño y letra, Joaquín Sorolla (1863-1923) confesaba a su amigo Pedro Gil que le costaba «grandes fatigas» escribirle e incluso que « ... si tuviera alma fuerte ya hubiera puesto punto final, pero Dios no quiere». Hacía cinco meses que un derrame cerebral le había apartado de la pintura y el artista se sentía muerto en vida.
Le ocurrió en la fina y templada mañana madrileña del 17 de junio de 1920, mientras retrataba a Mabel Rick, la esposa de Ramón Pérez de Ayala, en el jardín de su casa, hoy sede del Museo Sorolla de Madrid. «Le pusimos en pie, pero no podía sostenerse. La mitad izquierda del rostro se le contraía en un gesto inmóvil, un gesto aniñado y compungido, que inspiraba dolor, piedad, ternura», relató el escritor, que comprendió la dramática verdad. «La cuerda extremadamente tirante se había quebrado».
Sorolla tenía 57 años, pero el ritmo de trabajos y de viajes tras casi una década recorriendo el país para realizar la serie de murales del proyecto 'Visión de España', que Archer Milton Huntington le había encargado para la Hispanic Society of América, acabó repercutiendo en su salud.

Nunca llegó a terminar el retrato de Mabel Rick, que desde mañana y hasta el 25 de junio ocupa un lugar protagonista en la exposición '¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla!', junto a la máscara funeraria que realizó su amigo Mariano Benlliure en el lecho de muerte y que se expone ahora por primera vez, y la mano del pintor esculpida por Ricardo Causarás, así como diversa documentación inédita que refleja la enorme repercusión que tuvo su muerte hace ahora un siglo.
Comisariada de forma conjunta por el departamento de Documentación del Museo Sorolla, esta muestra de pequeño formato pone en contexto la celebración del primer centenario del fallecimiento de Sorolla, que se abrió el mes pasado con la inauguración de 'Sorolla. Orígenes' centrada en los primeros años de producción. «Como si de un alfa y omega se tratasen, '¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla!' cierra el círculo al analizar sus tres últimos años de vida, su etapa más desconocida, cuando ya enfermo tuvo que dejar de trabajar», subrayan en el Museo Sorolla.

«Fue una muerte en vida para él», explica la comisaria Blanca de la Válgoma. Obligado a dejar sus pinceles, vivió rodeado de familiares, amigos y discípulos, que preguntaban a menudo por él. En el museo se conservan cartas que le escribieron Emilia Pardo Bazán o Benlliure y fotografías de la época, como la de la boda de Elena, su hija menor, en la que se ve cómo su familia se volcó en el cuidado del pintor. Lucharon por su recuperación, llevándolo a San Sebastián y a sus queridas playas de Valencia y aunque en un primer momento pareció que mejoraba, otros dos ataques frenaron sus progresos.
El pintor de la luz se fue debilitando inexorablemente hasta que el 10 de agosto de 1923 se apagó en Cercedilla, en casa de su hija María. Según relata Blanca de la Válgoma, un tren especial viajó desde Madrid a Cercedilla repleto de gente que fue a presentar sus respetos al artista. Entre ellos, muchos periodistas como el fotógrafo Alfonso, que firmó las imágenes más icónicas del pintor fallecido. En la exposición se pueden observar las marcas de lápiz que encuadraban los recortes utilizados por la prensa de la época.

Su muerte ocupó las portadas de los periódicos más importantes de la época, como la de ABC, que recoge la muestra.
En su casa madrileña se instaló la capilla ardiente a la que acudieron numerosos pintores y escultores como José Capuz, escritores como Blasco Ibáñez, muy amigo de Sorolla, así como políticos y personalidades de la época. «Toda la sociedad del momento pasó por aquí para rendir homenaje al pintor», narra De la Válgoma que destaca los catorce folios de condolencias llenos de firmas por las dos caras que hallaron en el archivo. También se conserva la factura con los gastos del traslado del féretro e impactantes fotografías de su viuda, Clotilde, con su hijo Joaquín o a los pies de la tumba de Sorolla.

Una comitiva fúnebre recorrió las calles de Madrid hasta la Estación del Mediodía y hasta se cantó un responso frente al Museo de Arte Moderno. En Valencia, otra multitud apabullante acompañó a los restos del pintor, que fue enterrado con honores de capitán general con mando en plaza, una distinción reservada a las personas más importantes del país, según refiere la comisaria de la muestra.
La memoria del artista laureado, admirado e incluso envidiado, se honró con diversos homenajes de los que dio cuenta la prensa de la época y a los que ahora se suma su museo con esta exposición, que rememora en su título las palabras de 'La Opinión' en 1923, y con una publicación científica en forma de periódico de época que reúne una selección de artículos antiguos y ensayos de las comisarias de la muestra.
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