El botín del patrimonio español que el franquismo repartió en la posguerra
Arturo Colorado Castellary rastrea en un libro el expolio de miles de obras que fueron entregadas en depósito a personas e instituciones que no eran sus legítimos propietarios
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Arturo Colorado Castellary , catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, cierra con «Arte, botín de guerra. Expolio y diáspora en la posguerra franquista» (Cátedra) una trilogía que comenzó con «Éxodo y exilio del arte. La diáspora del Museo del Prado durante ... la Guerra Civil» y siguió con «Arte, revancha y propaganda. La instrumentalización franquista del Patrimonio durante la II Guerra Mundial». Quedaba pendiente investigar qué hizo el franquismo con las miles de obras incautadas por la República –eran controladas por la Junta del Tesoro Artístico (JTA) , que las tenía perfectamente inventariadas– y almacenadas en grandes depósitos, de las que se ocuparía el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (Sdpan) durante la inmediata posguerra, entre 1939 y 1945, especialmente, aunque algunas devoluciones se produjeron en los 50. Una investigación que ya adelantó ABC en octubre de 2019.
En principio, se acometieron las devoluciones de obras incautadas en la guerra, cuando se podía demostrar que eran sus legítimos propietarios. Para localizar y poder reclamar las obras se organizaron exposiciones e incluso se publicaba en prensa (se cita un caso en ABC) la relación de propietarios que no acudían a recoger sus piezas. En muchos casos no eran reclamadas pues sus dueños estaban encarcelados, se habían exiliado o incluso habían fallecido.

«Este libro, en el que hemos trabajado un equipo durante cinco años, a partir de archivos tanto en España como del extranjero, hace el seguimiento de esas obras. Pero la sorpresa fue que un porcentaje muy grande, prácticamente la mitad de las 17.000 tratadas (8.710), fueron entregadas en depósito a museos (3.761), organismos (2.330), la Iglesia (2.040) y particulares (579) –advierte Arturo Colorado–. En España hubo en la posguerra un expolio del cual se sabe muy poco. Es esta la primera investigación que se hace de manera global. En muchos casos no se tenían datos de la procedencia de las obras. Y el franquismo, en vez de investigar su origen, se dedicó a hacer entrega en depósito de muchas obras». En el caso del Prado , por ejemplo, se entregaron catorce en concepto de depósito: en algunos casos, de procedencia desconocida, pero en otros no. Así, dos cuadros de Pedro Atanasio Bocanegra (propiedad de Alcalá-Bernardas), otros tantos de Francisco y Rodrigo de Osona (propiedad de Gonzalo Rodríguez) o sendas obras atribuidas a Boucher, evacuadas a Ginebra por la JTA, procedentes de la Caja de Reparaciones.

«Lo esencial del libro es descubrir el desvío, mediante depósito, de más de 8.000 obras . Fue una auténtica diáspora porque desde Madrid se enviaron obras a todos los rincones de España». ¿Cuál fue el objetivo del franquismo con todos estos depósitos? ¿Potenciar museos e instituciones que interesaban a la política cultural franquista? ¿Premiar a amigos? Según Arturo Colorado, «con su política de devolución y entregas en depósito, el franquismo ejecutó una especie de contradesamortización . Además de a los museos, estos depósitos fueron a organismos (Ministerios, el Ejército, la Falange), a la Iglesia... Se intentó compensar las pérdidas que sufrió la Iglesia durante la guerra, pero en muchas ocasiones los depósitos iban a destinos que no habían sufrido directamente la contienda en la zona, como por ejemplo el Palacio Episcopal de León o el Monasterio de Silos. No hay una lógica en toda esa distribución». Según consta en el libro, «la institución religiosa recién creada más beneficiada por la política franquista de entrega de obras en depósito fue la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz , fundada por Escrivá de Balaguer en 1943 e íntimamente unida al Opus Dei». A ella van a parar 320 obras. Un caso llamativo también fue el de cuatro tapices flamencos del siglo XVII, que se entregaron a la Iglesia Magistral de Alcalá de Henares, después pasaron a manos de la Real Asociación de Santa Rita de Casia y finalmente fueron a parar al Arzobispado de Madrid.

En el libro se aborda la confiscación de colecciones de represaliados republicanos y exiliados. Es el caso de Pedro Rico , alcalde de Madrid que se exilió en 1936. Toda su colección fue incautada y repartida por el Museo de San Carlos de Valencia, el Museo Provincial de Oviedo, el Museo de Arte Moderno (hoy en el Prado) y el Gobierno Civil de Las Palmas. O del empresario vasco Ramón de la Sota . Una «Piedad» de Luis de Morales de su colección colgaba en el despacho de Serrano Suñer en el Ministerio de la Gobernación. La familia recuperó gran parte de las obras en la Transición. También decorando el despacho del cuñadísimo estaba «Vuelo de brujas», de Goya, que perteneció a Luis Arana.
Hay casos llamativos, como el del pintor José María López Mezquita : el general Ricardo de Rada y Peral requisó 70 obras en su casa. O la colección de Carlos Walter Heiss , que éste intentó vender al Museo Arqueológico Nacional. No se cerró el acuerdo porque se consideraba excesivo el precio: 150.000 pesetas. «Casualmente», se entregó en depósito (y gratis) al museo en 1941.

Otro ejemplo destacado en la investigación es el de la Colección Sicardo-Carderera , «el caso más explícito de falsedad documental». José Sicardo era conocido como «el jefe militar rojo». Las obras no fueron incautadas en la guerra, sino que fueron requisadas por agentes del Sdpan durante la posguerra. Se entregaron en depósito a los marqueses de Falces, el conde del Valle, el conde de Romanones... Según consta en el libro, a este último se le entregaron 88 obras, 49 en concepto de depósito. Muchos miembros de la nobleza fueron beneficiados con estos depósitos.

Al final del libro hay un interesante capítulo dedicado a litigios entre entidades o particulares por quedarse con una obra (hay casos de dobles y triples reclamaciones), desvíos de piezas de su propietario a otro destinatario, ventas más o menos encubiertas y permitidas, obras desaparecidas o en paradero desconocido... La moral era muy laxa . Aborda, asimismo, Arturo Colorado el expolio eclesiástico o venta incontrolada de obras por parte de la Iglesia, la compra del Prado de piezas a monasterios y particulares (obras del Greco, Felipe Ramírez, Yáñez de la Almedina...) o las obras que se hallan en paradero desconocido: 482. También, los desvíos de piezas para decorar y amueblar las residencias de Franco (el Castillo de Viñuelas, el Palacio del Pardo, el Pazo de Meirás, la Casa Cornide)... Es el caso de las pilas bautismales de Muxía, las dos esculturas del Maestro Mateo procedentes de la catedral de Santiago o la mano incorrupta de Santa Teresa.
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