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AQUÍ SE FUMA

La azotea de Lebrón

Yo también colgaría de la azotea de Lebrón un cartel con la consigna: «Aquí vive un ser humano»

Álvaro Zancajo

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Como a un loco le tratan y como tal voy a visitarle a lo alto de la colina donde reside. Le admiro y su presencia me suscita una emoción que intento no exteriorizar por si al hacerlo me restara prestancia. Fue él quien me contactó ... trabajando yo en Canal Sur y me hizo saber de su locura de un modo tan transparente que me obligó a comprender la pureza del personaje. Nadie acabará con Juan Lebrón saliendo de su hotel de Rota como hicieran con John Lennon a las puertas del edificio Dakota de Manhattan. Nadie se podrá sentir jamás decepcionado con su autenticidad. Lebrón lame sus heridas en un apartamento inventado de guiri levantado sobre una azotea con las mejores vistas que uno pueda imaginar. Está de retirada pero dispuesto a hacer justicia con la estupidez que gobierna el universo que él creó y preparado también para echar un cabo a cualquiera que se atreva a decir no cuando decir sí suponga un atropello a la inteligencia. Ningún analfabeto le asusta. Por su palacete de Sevilla pasaron durante años desde su abogado Javier Arenas hasta los expresidentes Chaves y Griñán. Cuando menta el asunto tengo la tentación de contarle que Chaves fue mi vecino en Aravaca, Madrid, siendo este vicepresidente con Felipe González. Que a sus hijos Paula e Iván les conocí holgadamente como amigos de ‘urba’, o que la amabilísima mujer del expresidente andaluz siempre tocaba el timbre de casa de mis padres por Navidad para traernos un lote a granel de bombones Trapa, los que por entonces anunciaba Ruiz Mateos en televisión: «Que te atrapo, leche». Desisto de mi intención de hablar de todo aquello por tratar de ser prudente. Desde las ventanas de la colina de Lebrón, únicos huecos diáfanos entre las estanterías abigarradas de madera, se avista una panorámica que abarca desde la piruleta y el puente de la constitución de Cádiz hasta el Faro de Chipiona, pasando por las corralas de pesca que el tiempo y el agua han terminado de enterrar hasta que las noches vuelven a alejar la costa y la historia de España estalla de pronto. La luz anaranjada que tiñe esos atardeceres hacen a Lebrón estar en paz consigo mismo, dispuesto a recuperar los mandos de la piel que habita. Llega el momento de desvelar mis intenciones: voy a dedicarle un documental en TVE a Jesús Quintero y necesito su ayuda. Lebrón ofrece un whisky de los que se sirven sin hielo y en vaso holografiado con el nombre del brebaje en cuestión. Salgo de aquella colina y al echar la vista a lo alto, pienso en la empatía que me generan los locos como ellos y recuerdo la cita de Philip Roth en ‘La Mancha Humana’ al referirse al desliz presidencial de Bill Clinton con Mónica Lewinsky. Tal como él sugiere hacer desde el balcón de la Casa Blanca, yo también colgaría de la azotea de Lebrón un cartel con la consigna: «Aquí vive un ser humano».

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