Perdigones de plata
Contante y sonante
Advierten voces desde el epicentro de Europa que la tendencia pretende erradicar los billetes
Un hombre de blanco
Okupa inkluido
Me arrulla el sonidillo grimoso que emite el cajero cuando brotan desde sus entrañas, desde su ranura que son ojos de mandarín, unos cuantos billetes de cincuenta pavos. Y me encanta si esos billetes son nuevos, huelen a coche nuevo, parecen recién planchados y ... destilan una suerte de crujidos rebozados, de tenues bisbiseos, que expresan un no sé qué de pureza capitalista. Tampoco me disgusta el tintineo de la calderilla que remolonea en el bolsillo de nuestro pantalón. Según la intensidad de ese crepitar como de campanas raquíticas, adivinas las monedas que allí remolonean en la penumbra.
Me gusta, en definitiva, el dinero físico, o sea el que se palpa porque ahí yace sustancia real. El plástico, en cambio, me repugna. Pago mucho con la tarjeta de crédito, claro, sobre todo desde la pandemia, pues su comodidad nos vence, pero en realidad las tarjetas representan lo invisible y cuando pagamos con ellas se diría que nos han regalado las compras, o que cuestan menos porque no nos enteramos de la instantánea merma que sufre la cartera cuando abonamos con el papel moneda. Advierten voces desde el epicentro de Europa que la tendencia pretende erradicar los billetes para abrazar el euro digital. Esto equivale a una tomadura de pelo global, sideral, espantosa, formidable. Se trata de mantenernos sumisos, vigilados, observados, ahogados. No sólo nos atosigarán con esta esclavitud monetaria, sino que además, luego, alguien venderá nuestros datos porque nos tendrán cogidos por los huevos. Sabrán dónde pimplamos las copas, dónde cenamos, qué compramos en el supermercado, dónde escogemos la ropa, en qué librería nos nutrimos de prosa. Y alguien se lucrará a nuestra costa porque, naturalmente, nos manipularán para encauzarnos por los caminos que a ellos les interesan. Salvemos el dinero contante y sonante. Forma parte de nuestra vida, de nuestras costumbres, de nuestros gozos y, también, de nuestras miserias. Si hasta en el kit de marras recomiendan llevar billetes, o sea pasta gansa. Entonces, ¿en qué quedamos?
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