¿Por qué todo el mundo hace el ridículo al mezclar política y familia?

El principio de «no contratar a alguien a quien no puedas despedir» parece tener más relevancia que nunca

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Bill y Hillary Clinton Reuters

El psicodrama es un tipo de terapia que busca una catarsis a través de la teatralización. Ante la espiral de toxicidad política en Estados Unidos forzada durante la última década del siglo pasado, Barack Obama llegó a escribir: «A veces me sentía como si ... estuviera viendo el psicodrama de la generación del 'baby boom' representado en el escenario nacional».

Con más de psico que drama, la saga de los Clinton es un elocuente ejemplo de cómo todo el mundo termina haciendo el ridículo al mezclar política y familia. Sirva de ilustración la fotografía del 18 de agosto de 1998, en la que el entonces presidente y su esposa Hillary, con su hija Chelsea en medio, salen de la Casa Blanca para irse de vacaciones. La imagen se coreografió justo un día después de que Bill reconociera sus enormes apetitos, en más de un sentido. Algo que todo el mundo sabía mucho antes de que la becaria Monica Lewinsky apareciese en escena.

Desde ese momento, Hillary empezó a materializar sus deseos de ser protagonista en lugar de acompañante. Sin prescindir de la influencia de su marido, la mujer más humillada en la política de Estados Unidos ganó un escaño en el Senado, se hizo con un hueco en el banquillo presidencial del Partido Demócrata, lideró el Departamento de Estado… hasta perder en 2016 contra un Donald Trump que nunca ha sido un ejemplo de «nuevas masculinidades».

El Partido Republicano tampoco perdió la ocasión de hacer el ridículo con un impeachment puritano, envolviendo con obstrucción a la justicia y perjurio lo que en esencia era un caso de adulterio. Mucho antes del #MeToo, la reacción del movimiento feminista también resultó grotesca. Con Betty Friedan, autora de «La mística de la feminidad», calificando a Lewinsky como una «pequeña imbécil». Y la columnista Maureen Dowd acuñando la expresión «becaria depredadora».

Ante el riesgo tan evidente de esperpento al mezclar familia y política, el principio de «nunca contrates a alguien a quien no puedas despedir» parece tener más relevancia que nunca.

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