Cuando el feminismo dejó a la intemperie a Monica Lewinsky
En el escándalo sexual del demócrata Bill Clinton, la izquierda y sus aliados dieron la espalda a la entonces joven becaria, que sufrió una humillación mundial. Hoy se reivindica con una serie contada desde su punto de vista
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Los hechos siguen siendo los mismos, aunque tal vez bajo la luz de la nueva ola feminista parezcan diferentes. En noviembre de 1995, Monica Lewinsky , una becaria de apenas 21 años , fue seducida por Bill Clinton , presidente de los ... Estados Unidos, casado y de 49 años. Aprovechando su posición de poder, el presidente la contrató en la Casa Blanca y luego, con las elecciones a la vuelta de la esquina, hizo que la transfirieran al Pentágono, para evitar habladurías. El presidente, que sería denunciado por otras mujeres por acoso o agresión sexual, siguió manteniendo relaciones con la joven después, e incluso empleó a su secretaria personal para que tratara de encontrarle algún puesto de trabajo en Nueva York, si era posible con la casa Revlon.
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En diciembre de 1997, otra víctima del presidente, Paula Jones, citó a Lewinsky como testigo en una demanda por acoso sexual , ocurrido antes, cuando el acusado era gobernador de Arkansas. El presidente hizo que Lewinsky acudiera a la Casa Blanca y la conminó a responder «con evasivas», según ella misma declaró más adelante. Bajo juramento, presionada por el presidente, Lewinsky mintió y dijo que no había tenido relaciones con él . Una amiga de Lewinsky, Linda Tripp, que también había trabajado en la Casa Blanca y había grabado en secreto las confesiones con la becaria, la traicionó y reveló a la fiscalía la aventura y las mentiras. El FBI interrogó a Lewinsky, y el escándalo estalló.
Intelectuales enfurecidos
Así se precipitó el famoso ‘impeachment’ de 1998 . Y en esos términos narra aquella truculenta trama una nueva entrega de la teleserie estadounidense ‘American Crime Story’, que en ediciones pasadas contó el juicio a O.J. Simpson y el asesinato de Gianni Versace. En esta ocasión, la propia Lewinsky ha asesorado a los guionistas y ha sido contratada como coproductora . Y por fin, su voz se está escuchado, en un contexto en el que puede resarcirse: el de la nueva ola feminista.
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La verdad es que el escándalo cumple todos los requisitos para provocar la indignación que barrió el mundo en 2017 bajo el lema #MeToo . Esa expresión la había acuñado años antes la estadounidense Tarana Burke para protestar por el recurrente acoso a mujeres en posición de vulnerabilidad por parte de hombres poderosos. La actriz Alyssa Milano la recuperó en redes sociales tras las acusaciones contra el productor Harvey Weinstein, condenado después a 23 años de cárcel. La premisa es bastante sencilla, el famoso «yo sí te creo» : que a las mujeres víctimas de acoso y agresión sexual se las crea inmediatamente y sin reparos.
Descenso a los infiernos
Pero, en aquellos años del escándalo Lewinsky, la izquierda, política e intelectual, temía que una recusación formal de Clinton condujera a otro largo invierno de hegemonía republicana (que llegaría). Así empezó el descenso a los infiernos de Monica Lewinsky, empujada por una masa enfurecida de intelectuales de gran caché progresista, en su mayoría mujeres como ella. Liderándolas estaba otra mujer, la prestigiosa e influyente columnista Maureen Dowd, desde las páginas del venerable diario ‘The New York Times’.

En una columna del 28 de enero de 1998, Dowd dijo que Lewinsky le recordaba más a una niñata que a otra cosa , «la chica de secundaria que espera fuera de la clase de biología de su novio». En otra columna, escribió que la becaria estaba más preocupada «por la expansión de su cintura que por la expansión de la OTAN , más preocupada por depilarse las cejas que por la menguante esperanza de paz en Oriente Próximo».
Según se acercaba el ‘impeachment’, los ataques fueron aumentando de tono. En febrero, Dowd describió a Lewinsky como « una becaria rapaz y depredadora de la Casa Blanca que podría haber mentido bajo juramento para obtener un trabajo en Revlon». El 31 de mayo publicó una columna -se supone que satírica- en la que fingía entrar en la mente de Lewinsky cuando declaraba ante el FBI. La retrataba como una persona de pocas entendederas y muchas ambiciones : «Menú para MI Cena de Estado Italiana: Spaghetti Carbonara. Tiramisú. Spumoni. Colocación de la mesa: Yo entre Leonardo DiCaprio y John Travolta».
El 10 de junio, Dowd escribió abiertamente: «Parece que hay una cosa a la que Monica ha desarrollado inmunidad: pensar». Poco a poco, comparándola con Glenn Close en ‘Atracción fatal’ y Sharon Stone en ‘Instinto básico’, acabó consumando el giro: el 30 de septiembre de 1998 el depredador ya no era Clinton, sino su víctima . «La señorita Lewinsky, quien se presenta como un depredador sangriento, llorando a sus amigas porque el presidente no consumaba. Es Clinton quien se comporta más como un adolescente, alguien que intenta proteger su virginidad, insiste en reprimirse, es reacio a quitarse la ropa e incluso aleja a la señorita Lewinsky».
Era sin duda la versión de la defensa de Clinton. Decían los abogados del presidente que a lo máximo a lo que llegaron él y Lewisnky era a un breve flirteo en un cuartito contiguo al Despacho Oval . Clinton dijo que no quería. Que Lewinsky, una becaria de 21 años, lo sedujo. Además, como declaró el presidente, para él, el sexo oral ni siquiera era sexo. «No mantuve relaciones sexuales con esa mujer», repitió ante las cámaras.
Por muy sonrojantes que resulten hoy, a Maureen Dowd le dieron ni más ni menos que un Premio Pulitzer por estas columnas. Según dijo el comité de semejante galardón al efectuar su anuncio, lo hacía « por sus textos frescos y perspicaces sobre el impacto del romance del presidente Clinton con Monica Lewinsky».
Pero hubo cosas incluso peores. El semanal ‘The New York Observer’ hasta se tomó la molestia de reunir a ‘la crème de la crème’ del feminismo neoyorquino -Erica Jong, Nancy Friday, Susan Shellogg y Katie Roiphe entre ellas- para preguntarles por el ‘affaire’ Lewinsky. La respuesta la da el mismo titular de la nota publicada: « Las superchicas de Nueva York aman a ese presidente travieso ». Es un ejercicio de humillación pública que sigue sacando los colores.
Patricia Marx, periodista del 'The New Yorker': «A mí, por alguna extraña razón, me agrada Clinton aún más por esto»
Patricia Marx , humorista, periodista en el sacrosanto ‘The New Yorker’ , profesora en Princeton: « A mí, por alguna extraña razón, me agrada Clinton aún más por esto . Pero ha tenido la imprudencia de elegir a las mujeres equivocadas». Elizabeth Benedict, escritora: «El problema es a quién se lo cuentas. Y el error [de Monica Lewinsky] fue contárselo a una mujer que trabaja en la Casa Blanca, que trabajó allí con Bush y que tiene otras lealtades. Fue su error». Erica Jong, autora de ‘Miedo a volar’: «Es un lindo, sexy y joven presidente, se sabe que ha tenido muchas aventuras sexuales. Podría estimular las fantasías de todas las mujeres jóvenes que trabajan en su oficina. Y particularmente las que están un poco obsesionadas con figuras paternas y obsesionadas con los hombres mayores y se sienten solas».
«Una pequeña idiota»
Tal vez el momento más bochornoso de esta caza de brujas fue cuando el diario ‘Los Angeles Times’ le sacó este tema a Betty Friedan, admirada teórica y líder feminista, autora de ‘La mística de la feminidad’. La pregunta era si Al Gore, candidato en 2000, podría pagar en las urnas los excesos de Clinton con las mujeres en general y Lewinsky en particular. Friedan respondió: «¿De qué me habla? No puedo soportar la forma en que la gente de los medios de comunicación lo trivializa todo. Es la campaña para elegir al presidente de EE.UU. ¿Por qué se preocupa con una pequeña idiota llamada Monica? ¿Qué tiene que ver ella con las elecciones presidenciales? Me repugna».
Gloria Steinem, no menos influyente en el movimiento, matriarca de la nueva ola feminista y fundadora de la revista ‘Ms’, le reconoció a Bill Clinton que al menos no hubiera violado a nadie. Para ella, todo era consentido y parece que menos problemático. «Parece que sabe lo que significa un no», dijo en el ‘Times’ , obviando las dinámicas de un hombre con poder hacia subalternas sin margen de maniobra, algo que está en el centro de numerosas denuncias y despidos hoy en día.
Lo cierto es que Bill Clinton decía ser, públicamente, un aliado de las feministas . Apoyaba al movimiento y estaba a favor de sus peticiones de legalizar y garantizar el derecho al aborto. Y las feministas decidieron hacer la vista gorda cuando comenzaron a emerger las no pocas demostraciones de que el presidente cuadraba dentro del perfil de ‘depredador sexual’, según lo retrataron los abogados de una de sus víctimas.
No ayudó que al rescate de esas mismas víctimas, incluida Lewinsky, acudieran aves de rapiña republicanas que querían sacar tajada de su drama personal. Monica Lewinsky acabó siendo, muy a su pesar, parte crucial de la causa judicial contra el presidente Clinton que instruía el fiscal especial Kenneth Starr, y del argumentario republicano en elecciones posteriores. Clinton fue exonerado, desde luego, y varios republicanos se unieron a todos los demócratas en el Senado para salvarle.
Lewinsky no suele hablar demasiado en público, quemada como está por la caza a la que ha sido sometida durante años. Las peticiones de entrevistas quedan en un limbo sin respuesta. Sí ha lamentado haber sido «el paciente cero de lo que significa perder tu reputación a una escala global ». Se ha sentido, según sus propias palabras, «humillada hasta la muerte» .
Respeto no militante
En 2014 publicó un largo texto en la revista ‘Vanity Fair’, que en su día también participó de su deshonra, para afirmar que tiene «un profundo respeto por el feminismo», pero no milita, lógicamente, en él. «Estoy agradecida por los grandes avances que el movimiento ha logrado en la promoción de los derechos de las mujeres durante las últimas décadas. Pero, dada mi experiencia al convertirme en una especie de aperitivo en una fiesta de políticas de género, no me identifico como feminista como tal . Las líderes del movimiento fracasaron en articular una posición que no fuera esencialmente contraria a la mujer durante su caza de brujas de 1998», dijo.
Es de justicia admitir que en meses recientes, algunas feministas han tratado de hacer examen de conciencia. Molly Jong-Fast publicó un artículo en ‘Vogue’ titulado ‘Todos le debemos una disculpa a Monica Lewinsky’ . (La madre de Jong-Fast, Erica Jong, es una de aquellas feministas a las que reunió el ‘New York Observer’ para aquel bochornoso reportaje). Dice: «Ha sobrevivido a una de las peores experiencias posibles en la vida moderna, y me alegro. Pero el hecho de que ella haya podido salir de este infierno aparentemente intacta como ser humano no significa que no estemos en deuda con ella . Le debemos a ella y a nosotras mismas, como personas que escriben sobre mujeres, recordar los muchos errores que cometimos en la década de 1990 y disculparnos con ella».
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Aparte de sobrevivir, Lewinsky se ha convertido en una activista en contra del ‘bullying’ o ciberacoso. Tiene desde luego experiencia en ello, desde mucho antes de que existieran las redes sociales.
Tras la exoneración de Clinton en su juicio político en el Senado, la demonización de Lewinsky se agravaría. En el imaginario colectivo mundial, la palabra ‘becaria’ quedaría como sinónimo de felación . Lewinsky sería un insulto. En 2017, el mismísimo Donald Trump , ya presidente, llevaría a quienes le visitaran en el Despacho Oval al reservado adjunto en el que se supone que tuvo lugar el acto, para señalarlo y decir, con una risa maliciosa: «¡Ahí sucedió, ahí sucedió!».
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