Los secretos del 'CSI' de Andalucía: así trabajan los policías de bata blanca
La brigada territorial de la Policía Científica «más potente» de España a nivel territorial, ubicada en Sevilla, abre sus puertas a ABC
Recoge y analiza huellas, pisadas, restos de sangre, vainas o móviles para aclarar homicidios, agresiones sexuales o robos
El ADN hallado junto a un cadáver delató al violador del Tamarguillo
El laboratorio de ADN ayuda a resolver más de 1.630 delitos al año en Andalucía

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con resolver un crimen? Hacer una inspección ocular en la escena del homicidio, recopilar cualquier vestigio de sangre o huella dactilar susceptible de explicar lo que ha ocurrido, analizar las muestras biológicas, cruzar los datos del ADN extraído ... con los perfiles genéticos recogidos en una inmensa base de datos y –¡voilà!–, desenmascarar al asesino.
Nueve años antes de que empezara a emitirse la popular serie policíaca ‘CSI’ (Investigación en la Escena del Crimen), ya estaba en marcha en Sevilla la primera unidad territorial de Policía Científica (PC) en España, junto con la de Barcelona. La brigada se montó en el año 1991, coincidiendo con los preparativos de la Expo92, para investigar los casos de Andalucía occidental.
«Es la más potente de España porque en Sevilla tenemos todos los laboratorios», destaca Gabriel Romero, inspector jefe de la Brigada de Policía Científica desde su nacimiento. Romero y su número dos, Pepe Girón, jefe de sección de la brigada y responsable del Grupo de Informática Forense, acompañan al reportero de ABC en su recorrido por el interior de estas dependencias policiales. Los agentes llevan batas blancas y la ciencia conjura toda clase de delitos: terrorismo, violaciones, delincuencia organizada o robos.
Cualquier elemento que toque el delincuente, cualquier superficie que pise, cualquier objeto que deje abandonado, consciente o inconscientemente, son señales que pueden delatarlo. Se trata de pisadas, huellas dactilares y restos de sangre, pero también de las vainas percutidas por un arma de fuego, las fibras de tejidos, los fragmentos de un cristal roto o las adherencias de pintura en otra superficie recogidas bajo protocolos metódicos por los técnicos dedicados a la inspección ocular en el lugar del delito.
Todos son testigos silenciosos que terminan en un ‘CSI’ andaluz más auténtico y menos peliculero que el de la serie para ser examinados por unos 80 profesionales altamente cualificados de la Policía Científica, la mayoría de ellos miembros del cuerpo. Componen una unidad transversal que coopera con la Policía Judicial, los jueces y los médicos forenses para recopilar pistas –ellos las llaman evidencias– que les conduzcan al culpable.
En estas cuatro horas de ‘inspección’ periodística, ABC conoce de primera mano el trabajo de los siete laboratorios especializados en los que se divide la brigada: Biológico (ADN), Químico y Toxicología, Documentoscopia y falsedades, Balística y trazas instrumentales, Informática Forense, Reseñas Policiales e Inspecciones Oculares.
Pocos secretos escapan en este campo al entrenado olfato científico que ha adquirido Gabriel Romero durante los más de 42 años de servicio en la Policía Nacional, de los que 36 los ha dedicado a la criminalística, la rama que más interés despierta en el ciudadano.
«La gente ve películas y nosotros las vivimos», señala el inspector jefe de la brigada de Policía Científica, Gabriel Romero
«Llevo toda la vida en esto», recapitula el inspector jefe que recién salido de la academia se especializó en balística forense en los años de plomo de la banda terrorista ETA en los servicios centrales de la Comisaría General de Policía Científica en Madrid. Para desconectar prefiere ver las pesquisas del malhumorado comisario Montalbano de la ficción italiana. «Es más realista y menos peliculera porque no todo es éxito», declara. En el ‘CSI’ real todo es más complejo y laborioso. Los crímenes no se resuelven en los 45 minutos escasos que dura un capítulo, aunque los medios tecnológicos empleados no desmerecen a los de la ficción. «La gente ve películas y nosotros las vivimos», señala el máximo responsable con una sonrisa que no se le borra del rostro durante toda su conversación con el periodista.
La escena del crimen
La primera lección que se aprende es que no se debe tocar nada en la escena de un homicidio. Las medidas de protección determinan el éxito de las indagaciones de los técnicos de inspección ocular, los primeros que llegan al lugar junto con el médico forense. Son reconocibles por su inseparable maletín para recoger pruebas.
En su interior se guardan diversos reveladores, guantes, mascarillas o recipientes para las muestras. Un pincel magnético y polvo de recarga del tóner aplicado sobre la superficie correcta bastan para «hacer visible una huella dactilar que no se aprecia a la vista», explica la jefa del grupo de Inspección Ocular, Alexandra Díaz, mientras hace una demostración al periodista. El color o la porosidad de la superficie condiciona el tipo de revelado que se emplea.
«Lo primero es preservar la escena de la forma más aséptica posible hasta que llegan el médico forense y los especialistas», relata Gabriel Romero cuando se le pregunta si existe el crimen perfecto o la investigación imperfecta. «Nosotros hacemos hablar a las evidencias cuando procesamos las muestras, ya sean sangre, semen o huella dactilar. Nuestra misión no es saber, sino demostrar. Colaboramos con los jueces para aportar evidencias que pueden ser pruebas para incriminar al culpable o para exculpar a inocentes», resume.
«La Científica llega hasta el último pueblo», comenta Gabriel Romero, que derrocha entusiasmo cuando habla. Una pasión que ha contagiado al equipo multidisciplinar bajo su mando, integrado por biólogos, médicos, informáticos, químicos y expertos en pericias caligráficas. «Tenemos absentismo cero. Es un trabajo muy estimulante. El que hace la inspección ocular encuentra un escenario que debe procesar para averiguar cómo han sucedido los hechos», interviene el ‘número dos’ de la brigada, Pepe Girón. Luego, entran en acción los laboratorios para escrutar todas las muestras recopiladas.
Cada delito es como desentrañar un jeroglífico. El truco está en ponerse en la piel del sospechoso. «A todos los casos le ponemos el cien por cien de interés, pero a un homicidio o un delito sexual le ponemos el mil por cien», recalca el inspector jefe. «No basta con escarbar, hay que saber escarbar».
Incendios provocados
Investigar incendios provocados o realizar análisis toxicológicos son tareas rutinarias en el laboratorio químico, primera parada en la visita. Los efluvios de las drogas de alijo analizadas flotan en la atmósfera como un habitante más en un recinto poblado de tubos de ensayos y microscopios.
Cuando se produce un incendio intencionado, el autor suele utilizar sustancias inflamables para su desarrollo rápido con la creencia de que el fuego destruye y consume todo. Craso error. El cromatógrafo permite identificar el tipo de estupefaciente o si se han utilizado acelerantes de combustión en un incendio. Para ello separa los elementos gaseosos, líquidos o sólidos presentes en una mezcla, explica Antonio Agüí, el técnico que dirige el departamento. «Donde una persona ve todo negro y quemado, los expertos ven que el fuego ha hablado», detalla.
En el crimen de la niña Mari Luz Cortés, por ejemplo, dispusieron de fibras de ropa recogidas en el vehículo de la hermana del asesino antes de hallarse el cadáver. No pertenecía a la menor encontrada después. Aclararlo fue fundamental para el caso. «El fiscal nos dio la enhorabuena», recuerda.
El análisis de muestras de pintura permite resolver delitos contra la propiedad como alunizajes, robos en domicilios o pintadas amenazantes. Por los rastros que deja la pintura en un local asaltado por el método del alunizaje es posible averiguar la marca y el modelo del vehículo a través de las transferencias que se producen.
Uno de los artilugios más curiosos –y caros– es una pequeña prensa con un diamante en su interior que comprime minúsculas muestras de tejidos para extraer su espectro de infrarrojos y compararlos con otras almacenadas. Se usa el diamante no por esnobismo, sino porque es transparente y no se rompe al aplicar la radiación infrarroja, aclara Agüí.
El departamento de Documentoscopia no se da abasto para atender el aluvión de solicitudes judiciales que llegan para determinar la autenticidad de escritos y objetos y, si es posible, desenmascarar a sus autores. Las falsificaciones relacionadas con la propiedad industrial e intelectual son su material de trabajo diario. Juanma Amorós, el jefe, y de su equipo analizan desde planchas del pelo, móviles, ropa de lujo y relojes de marca, pasando por los pasaportes, visados, DNI, documentación de extranjería, permisos de conducir, billetes o tarjetas para que personas discapacitadas aparquen en la vía pública que en ciudades como Sevilla o Málaga «son oro puro», recalca.
Sus informes caligráficos constituyen una prueba pericial decisiva para arrojar luz sobre falsedades documentales, estafas, blanqueo de capitales, grupos organizados, homicidios o amenazas. Son capaces de establecer la relación de un sospechoso con el hecho delictivo al identificar al autor de un anónimo o de un contrato. «Hay constantes gráficas que se repiten incluso cuando se intentan disimular porque no se escribe con la mano sino con el cerebro», precisa Amorós.
La balística forense es la ciencia que investiga los hechos delictivos cometidos con armas de fuego, mediante el examen de las armas y sus municiones, sus características y comportamiento. «Somos capaces de calcular desde dónde y a qué distancia ha disparado una persona», asegura Gabriel Romero, experto en la materia. Víctor Regidor, el jefe de este grupo, utiliza un microscopio para comparar las microlesiones en la vaina percutida por un arma hallada en la escena del crimen con las que causa la pistola del detenido.
Existe también un banco informático de datos balísticos, el IBIS, que permite intercambiar y comparar miles de pruebas relacionadas con armas en cuestión de horas de toda España e incluso compartir datos con otros cuerpos policiales del extranjero. En este laboratorio también se estudian las huellas de pisadas o las marcas que, por ejemplo, una llave inglesa deja en el bombillo de una cerradura que ha sido forzada.
Móviles encriptados
El recorrido acaba en el laboratorio de Informática Forense. Pepe Girón tiene a su cargo a un equipo de ingenieros informáticos y técnicos superiores de administración de sistemas destinados a analizar dispositivos de todo tipo (móviles, tabletas, discos duros o memorias USB), pero también lectores y teclados de cajeros automáticos fraudulentos.
Los avances tecnológicos han abierto un campo infinito al mundo criminal para cometer actividades ilegales desde el anonimato. «Las técnicas de encriptado de los móviles son cada vez más complejas. Los teléfonos son una fuente de información brutal», explica Girón.
Buena parte de sus pericias judiciales o policiales consisten en recuperar archivos guardados en un dispositivo con un programa informático especializado. Dependiendo de cómo haya sido almacenada la información, será más o menos fácil rescatarla, incluso si ésta ha sido borrada. Las fotos realizadas con terminales telefónicas llevan unos metadatos que revelan dónde se hicieron. «Gracias a esto, en una operación contra el tráfico de estupefacientes se pudo averiguar la procedencia de material pedófilo hallado en un móvil», recuerda Girón.
«Los malos malos de lo primero que se deshacen es del móvil y los que hacemos las detenciones es lo primero que queremos coger», apunta Gabriel Romero. Una guerra sin fin que se libra cada día también con las eficaces armas de la ciencia.
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