Fútbol
Hervor masivo en la llegada del Real Madrid a su templo
Champions LEague
Multitudinario recibimiento al autobús blanco en la previa del estelar duelo con el City
«He venido a Madrid solo para recibir al bus del equipo, no tengo ni entrada. Llevo unos calzoncillos y un cepillo de dientes en la bolsa y no sé dónde dormiré, pero tenía que estar aquí hoy»
El Manchester City de Haaland (y Pep) desafía a catorce Champions

La felicidad copera duró poco en el aficionado blanco. Queda un regusto dulce, obvio, pero desde el domingo el madridismo cuenta las horas y se muerde las uñas impaciente ante una nueva semifinal de Copa de Europa. Es por lo que vive; son estas noches de martes o miércoles las que generan una especie de eléctrica euforia adolescente en jóvenes y viejos. Es en estos partidos cuando el Santiago Bernabéu deja de ser un bonito estadio de fútbol y se convierte en un ente con vida; una criatura inmensa, peligrosa, definitiva.
El Manchester City, que conoce de primera mano a tal monstruo, regresa este martes a la inacabada infraestructura blanca con, al menos, los horrores del pasado presentes. Es lo que tienen los equipos sin décadas de historia en la máxima competición continental: aprenden como cualquiera en esta vida, a golpes y decepciones. Sin embargo, el increíble equipo de Pep Guardiola completaba su elenco este curso con Erling Haaland, un gigante que realmente impresiona hasta al más valiente del lugar. Quizá por él o pese a él, la porción blanca de Madrid vive la antesala al partido de ida con una ilusión especial. Porque después de las remontadas imposibles del año pasado ante los clubes estado, después de ganar otra Champions, necesitaba un villano más fiero al que apelar a Dios ayuda.
La productividad en la mañana es escasa. Los grupos de Whatsapp hacen cábalas, algunos se aferran al contragafe, otros a la confirmada recuperación de Modric… Pero cuando el mediodía pasa y la sobremesa agita a una ciudad que aún no piensa en el ocio, los nervios son los únicos protagonistas en las inmediaciones del Santiago Bernabéu. Sopla una ligera brisa y las nubes dan algún respiro al sol: aún hay espacio para respirar sin ansiedad entre el mar de camisetas. La zona más poblada es, como de costumbre, la avenida Concha Espina a su llegada a la plaza de los Sagrados Corazones, el recorrido por donde el autobús del Real Madrid accede a su templo.
Aficionados de toda España
A las seis y media de la tarde no cabe un alfiler en el lugar. Gente de cualquier rincón de España se aglomera a ambos lados del cerco policial que aparta al personal del asfalto hacia la acera. Como Juan, un eterno estudiante de farmacia granadino que, con el nombre de Kroos en la parte superior de su dorso y una mochila en la porción inferior, dice a este periódico: «He venido a Madrid solo para recibir al bus del equipo, no tengo ni entrada. Llevo unos calzoncillos y un cepillo de dientes en la bolsa y no sé dónde dormiré, pero tenía que estar aquí hoy».
Se pierde el peculiar hincha entre una muchedumbre que comienza a ser agobiante. Desde lejos, en el horizonte de Concha Espina, se intuye la efervescencia del griterío. El bus cruza la inmensidad y la gente se vuelve loca. Los chavales escalan el puesto de lotería de la esquina de Concha Espina con el estadio, las bengalas enrojecen el ambiente, el Bernabéu ruge y aún quedan poco menos de dos horas para el partido.
Entretanto, es imposible encontrarse con alguien aunque sólo esté a pocos metros de distancia: el ruido atronador y la algarabía de los aglomerados lo impiden. Es más, se convierte en una odisea cruzar hacia Padre Damián y acceder al campo por la zona de prensa. No son ni las ocho, pero la semifinal hace ya un rato que comenzó.
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