Después del... fútbol: Marianín, de pichichi a trabajar en un taller
Fue jugador modesto y goleador a la vieja usanza. Invirtió con suerte desigual lo que ganó en el fútbol, alternó varios trabajos y nunca ha vivido apretado. Hoy le llenan de homenajes. No le gusta su deporte.
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Millones de niños sueñan con ser el delantero que marca gol y triunfa en el mundo del fútbol, pero Mariano Arias Chamorro, 'Marianín' (Fabero, 1946), no era uno de ellos. «Yo no pensaba jugar al fútbol ni nada, mi padre me obligó, a mí ... no me gustaba», cuenta. El caso es que este berciano no solo jugó al fútbol, sino que hizo carrera y terminó siendo máximo goleador de la Liga cuando jugaba en el Real Oviedo.
«En el 88 se hizo un acto con los pichichis en San Mamés, el cincuenta aniversario, y Gárate dijo que yo en el Oviedo, Vavá en el Elche y Porta en el Granada, sí teníamos mérito, que los que lo consiguen en los equipos grandes no». Marianín lo logró en el año 1973, y lo consiguió a pesar de que casi no llega a jugar en el equipo asturiano.
«El último año de la Cultural Leonesa iba a dejar el fútbol, dije que no volvía más, que regresaba a Fabero a ayudar a mis padres. Me convencieron y luego me dijeron que me quería el Oviedo. Y yo, bueno, por darles a ganar un dinero, me fui a Oviedo, pero sin garantías, porque yo a lo mejor cogía y me iba». En sus cinco años allí le dio para marcarle un 'hat trick' a Iribar, el gol 1.000 del equipo en primera o ir una vez a Turquía con la selección. «Me tuvieron que hacer el pasaporte, que yo no tenía».
Marianín, 77 años, aún posee una de esas historias que comienzan a agotarse. «Yo empecé en las escuelas en las calles de piedra y tierra, con una pelota de trapos viejos que hacían nuestros padres. También hacíamos pelotas con las vejigas de los cerdos cuando había matanza, pero duraban poco, porque no había campos de hierba y en cuanto empezabas a jugar se pinchaba», recuerda.
Es difícil encontrar vídeos de él jugando, así que ya se encarga el propio exfutbolista de definirse: «Yo, lo único, que no era muy técnico. Era rápido, remataba bien con las dos piernas y con la cabeza, iba al choque bien. Con la cabeza ponía el balón como Messi con los pies, donde quería. No tenía mucha técnica, pero lo demás lo tenía casi todo».
Cuando el fútbol se terminó, no pensó en los banquillos: «Nunca me gustó el fútbol, me ofrecieron entrenar al Fabero pero dije que no, no tenía yo carácter, hay que ser bastante duro, no casarte con nadie, llevarte bien con la directiva... que a veces los directivos ponían a jugadores».
Así que su vida quedó para los negocios. «No me quejo, gané algo de dinero, monté negocios por ahí, unos fueron bien y otros mal. Trabajé en una discoteca que monté a mis padres y cuando vine de León trabajé en un taller mecánico. Siempre me he defendido bien, nunca he tenido problemas de dinero, ni antes ni ahora».
Los sueldos de su época no eran tan abrumadores como ahora. «Muchos jugadores lo pasaron muy mal, por todo, pasaron hambre… Yo en Oviedo compré un piso, monté un negocio que fue bien, compré otro piso... Muy contento en todos los aspectos».
Con el paso de los años, ya jubilado, ha aprendido a valorar su pasado glorioso. «Soy algo leyenda en el Oviedo, han puesto una puerta en el Carlos Tartiere con mi nombre. Yo no pensaba que había hecho cosas en el fútbol, nunca me preocupé por el fútbol, pero ahora que me llaman me doy cuenta, de que sí«. Una exposición con sus méritos ha pasado por Oviedo, Bembibre y en su pueblo, Fabero. »Los vecinos han recogido firmas para que me pusieran una calle con mi nombre y para hacerme hijo predilecto«.
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Esa reconciliación con su pasado no quita para que el fútbol, y más el de hoy, siga sin llamarle. «Sólo voy una o dos veces al año, cuando me llaman para algún evento. Me ponen malo. Antes era el fútbol de ataque y ahora es el fútbol de mentira, todo para atrás, todo para atrás. La mitad de los jugadores son unos mentirosos, antes de que les den en la pierna ya están por el aire».
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