Después de... los 100 metros lisos
Javier Arques: del tartán a los juzgados
El mejor velocista español de la historia vive de la abogacía desde hace tres décadas. El atleta está orgulloso de cuando, aún en su época de deportista, decidió sumergirse en los libros de Derecho
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Después de lograr 14 campeonatos de España, Javier Arques (Onil, Alicante, 63 años) se despidió de la competición en un escenario magnífico, los Juegos de Barcelona 92. «Mi última carrera fue el relevo 4x100, las semifinales y fue la peor prueba de mi ... vida porque no escuché bien el disparo de salida. Ya tenía decidido que mi vida deportiva estaba terminando. No estaba entrenando bien porque sufría problemas de rodilla, tenía 32 años y dos hijos: me dedicaba mucho a estudiar para acabar la carrera».
Una vez licenciado ya como abogado, Gregorio Parra, comentarista de atletismo en RTVE, influyó en que lograra su primer trabajo, una asesoría legal para una compañía de seguros. «La verdad es que comencé a trabajar para Mapfre en 1993, llevo asuntos de responsabilidad civil y aún sigo como abogado externo: encantado».
Los primeros juicios no fueron sencillos. «Recuerdo uno que me asustó muchísimo. Era la juez del Juzgado 49, una mujer que tenía mucho nervio. Yo iba acompañando a otra abogada, para iniciarme un poco. El juicio fue tremendo, todo iba muy deprisa y, al acabar, le pregunté a mi acompañante: 'oye, ¿esto siempre es así?' Y me respondió que no, que aquella señora era muy especial, que iba a muchas revoluciones. Y menos mal… ¡porque aquello había sido como ir al dentista!».
La ilusión del joven Javier, recién acabada su carrera deportiva, era muy simple: ser abogado. «Y eso en Madrid es muy difícil. Porque tú pones un cartel abajo, en el portal, con tu nombre, y no te entra nadie. Y yo soy de un pueblo de Alicante, en Madrid no conocía a nadie».
Ahora, con 30 años de abogacía a sus espaldas, afirma que los juicios hay que llevarlos muy preparados. «Allí te escucha un juez, una persona que sabe más que nosotros y lo que tú digas tiene que concordar con lo que ha dado de sí el juicio. Y el asunto tiene que ser defendible, porque si no, por muy brillante que seas, no lo vas a ganar nunca. Lo de las películas americanas está muy bien, pero aquí las cosas funcionan de una manera diferente, aquí manda la doctrina del Tribunal Supremo. Y en un juicio lo importante es haber estudiado bien el caso, estar tranquilo y hacer una exposición clara y cronológica de los hechos».
«Yo quería ir a la Universidad todos los días, pero mi entrenador dijo que no podía entrenar seis horas y además ir a clase. Fue muy duro: soy estudioso, pero no brillante»
La profesionalidad del abogado impregna la vida de Arques hasta sus últimas consecuencias. «Si un juicio no sale bien, yo no duermo. Me tiro dos o tres días sin poder dormir. Por eso intento no fallar. Yo soy así y en el atletismo me pasaba igual. No me gusta que me ganen. Si yo perdía una carrera, en mi interior, yo estaba enfermo. Y cuando dejé el deporte me tuve que mentalizar de una forma distinta: tenía que aprender a perder. Y en los juicios te tienes que acostumbrar a perder, sobre todo cuando lees una sentencia y te preguntas '¿este es el juicio en el que yo he estado?».
«Soy un tío estudioso, pero no brillante»
¿En qué momento decidió Javier Arques ser abogado? ¿Por qué? «Mi historia no es habitual. Yo empecé el graduado escolar a los 19 años. Porque había trabajado en las oficinas de Famosa, la empresa de muñecas de mi pueblo, desde los 14 años. Ya en Madrid, con beca de deportista en la Residencia Blume, saqué Bachillerato y COU y primero pensé en estudiar Psicología. Después me centré en Derecho y empecé la carrera en 1983, antes de los Juegos de Los Ángeles. Fue muy duro porque yo quería ir todos los días a la universidad. Pero mi entrenador, Paco López, me dijo que no podía hacer eso. No podía entrenar seis horas al día y además ir todos los días a clase. Y yo no soy un tío brillante. Soy estudioso, pero no brillante».
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Onil, el pueblo de Javier, poseía una economía potente en los años setenta. «Yo recuerdo que se decía que mi pueblo era el segundo de España en renta per cápita, detrás de San Sadurní de Noya, es decir, no había problemas de trabajo. Y mi familia era humilde, mi padre era agricultor. Por eso me puse a trabajar a los 14 años».
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