Jesús Torres y Falla levantan la voz en el Teatro Real
La obra de Torres se sostiene sobre una orquesta rutilante, prodigiosamente inquieta y rica, y sobre una vocalidad directa y muy atenta al texto y sus inflexiones
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El espectáculo que estos días programa el Teatro Real y que anoche se estrenó es profundamente incómodo. Apenas son tres horas de teatro a flor de piel ante el que solo cabe el silencio y la reflexión, exactamente aquello que se reclama en el final ... de 'Tejas verdes', la ópera de Jesús Torres cuyo estreno se anticipa con 'La vida breve'. Desde luego, colocar una obra actual, viva, como cierre del díptico tiene algo de heroico y solo se explica si tras el orden de las obras surge la consecuencia de un desarrollo lógico.
De entrada, el drama de Falla viene a hablar de esa España asquerosa en donde las vísceras, lo bronco y lo soberbio se imponen a la razón. El director de escena Rafael Villalobos ha diseccionado 'La vida breve' vomitando el mundo de espectros, lugares y memoria que subyace tras el naturalismo en el que Carlos Fernández-Shaw y Falla se refugiaron. Su realización es soberbia, apoyada en una coreografía de Rafael Estévez y Valeriano Paños brutalmente expresiva, y en una orquesta dirigida por Jordi Francés a partir de una sonoridad cargada de originalidad y fuerza, mucho más definitivo en el acabado instrumental que en el apoyo a un reparto relativamente fiable. Qué lejos está, afortunadamente, aquella 'Vida breve' convertida en postal decimonónica con la que se inauguró el Real en 1997.
Porque lo propio, tres décadas después, es diseccionar el imperfecto teatro de ensueño de Falla, convirtiendo su renqueante acción en un gran gesto. Y con ello anticipar 'Tejas verdes', cuya consistencia tiene algo de gran oratorio, sostenido sobre largos soliloquios que obligan a una escena mucho más estática. La obra de Torres se sostiene sobre una orquesta rutilante, prodigiosamente inquieta y rica, y sobre una vocalidad directa y muy atenta al texto y sus inflexiones. El reparto es aquí otro mundo, mucho más redondo, encabezado por Natalia Labourdette convertida en una protagonista excelente. De manera que aquello que en Falla es conversación en Torres es pensamiento (el estupendo solo de Colorina en el final es revelador), según exige el libreto de Fermín Cabal centrado en la detención y la tortura. Lo que en uno es objetivable, en el otro surge como un sentimiento que se expande con fuerte expresividad.
Falla alimenta a Torres con sutiles relaciones argumentales y musicales, y eso apunta a la coherencia del espectáculo, al menos desde una perspectiva interna. Pensando en los adentros, también hay objetos fugitivos como las obras de Soledad Sevilla que significan la esencialidad escenográfica contribuyendo a dibujar el paisaje sobre el que se soportan tantos 'momentos únicos'. La expresión es de Falla pero podría servir para Torres porque ambos son autores para una 'narración' que definitivamente deja un rescoldo perturbador.
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