ARTE
Vivian Suter: Cuando la pintura es un barrizal
Con más leyenda que argumentos, la pintura de Vivian Suter ocupa el Palacio de Velázquez, donde ‘macerará’ casi un año
Desde que a mediados del siglo XX, Tony Smith tuvo «una experiencia reveladora», se extendió la impresión de que surgían nuevas formas artísticas al tiempo que se producía el «fin del arte». El canon de la pintura moderna defendido a capa y espada ... por Greenberg comenzaba a desmantelarse y una tela sin bastidor llegaría a ser ‘tomada’ como pintura. De aquella época hemos declinado hasta un momento retromaniaco o sencillamente espectral. Vivian Suter (artista argentina de origen suizo) es en cierta medida el ejemplo del ‘despiste’ contemporáneo que necesita de demasiadas excusas y cuentos para seguir pintando.
En el Palacio de Velázquez ha montado un gran ‘tenderete’ con cientos de pinturas que, en sus palabras, conforman «un entorno surreal y envolvente» , aunque también podría haber mencionado que allí se ejemplifica el ‘horror vacui’ y una suerte de efectismo pretendidamente ‘informal’. No hay nada interesante en su gestualismo, ni su dinámica improvisatoria ofrece otra cosa que telas teñidas con poca fortuna. Algunos también se maravillan con el proceder de presentar las piezas sin bastidor. Parece como si necesitáramos, a falta de intensidad estética, descubrir la pólvora sin humo, entretenernos con naderías.
Suter se instaló en la selva guatemalteca en los ochenta y allí, según los que glosan el asunto, ha estado «en comunión» con el paisaje tropical. El relato mitificador en torno a la artista hace saber que fueron las tormentas Stan (2005) y Agatha (2010) las que llevaron su ‘imaginario’ a un nivel «más orgánico y procesual». Su estudio se embarró y, en vez de deshacerse de las obras afectadas, comprendió que ahí había sucedido algo. Comenzó, entonces, a exponer sus trabajos a la intemperie , buscando agentes colaboradores como la lluvia, el viento o su perro.
Se ha llegado a decir que su obra es un ejemplo de ‘mestizaje’ entre Occidente y el contexto guatemalteco, revelando que la exotización puede servir para un roto y un descosido , pero sobre todo es la palabrería oportuna para esta escenografía desenmarcada. Parece que su mensaje ‘decantado’ es que ‘no podemos oponernos a la Naturaleza’, una frase cándida, buenrollista o perogrullesca. Impulsada por el viento curatorial y galerístico (en el ARCO que acaba de celebrarse ‘colgaba’ sus cosas en varios stands) trata de ofrecer un «entorno habitable» (acaso esto tenga algo que ver con que este ‘montaje’ va a estar hasta mayo en el Retiro, un año de maceración inexplicable) desplegando o tirando por el suelo medio millar de piezas. En el comienzo fue la tormenta, ahora habitamos el desastre.
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