El renacimiento de la Capilla Brancacci
En las paredes de la conocida como la 'Capilla Sixtina de Florencia' se inició el primer Renacimiento
En 2020, una mota de pintura verde en el suelo encendió las alarmas y obligó a una restauración que concluye ahora
Una partícula verde del tamaño de una lágrima se había desprendido y rodó por las paredes de la capilla hasta llegar al suelo. La voz de alarma sacudió el cielo florentino con la violencia del trueno. Aquel fragmento de yeso pictórico formaba parte del baldaquino ... que, hacia 1484, Filippino Lippi había pintado para coronar la escena de 'La disputa con Simón Mago', en el nivel inferior de la Capilla Brancacci. La también llamada 'Capilla Sixtina florentina' había sido pintada al fresco por Masolino y Masaccio iniciando el primer Renacimiento entre 1424 y 1427, y medio siglo más tarde completada por Filippino Lippi. Se encuentra en el transepto derecho de Santa Maria del Carmine, la iglesia que, con su fachada inacabada en mampostería y mortero, preside una de las plazas del barrio de Oltrarno, «la otra» orilla del Arno.
Había sido levantada en 1269 todavía en estilo románico y con capillas laterales. Una de ellas fue fundada por Piero di Brancacci, que había dejado en su testamento cinco florines de oro al año para la construcción. Su familia conservó el patronazgo desde la segunda mitad del siglo XIV hasta 1780. La decoración fue encargada por Felice di Michele Brancacci, destacado miembro de la clase dominante florentina, quien, en 1412, era ya uno de los dieciséis gonfaloneros de compañía, titular de una sociedad de comercio de seda y marido de Lena, hija de Palla Strozi. Debió de ordenar la pintura de la capilla en 1423, después de su vuelta de Egipto, donde fue embajador. Era un hombre universal y, como los Medici, aspiraba a ser inmortal dejando una obra inmortal.
Para ello contrató al mejor fresquista de Florencia, Masolino da Panicale, que se llevó consigo a Masaccio, su aprendiz de técnicas y secretos. Entre ambos había una relación especial, más de hermanos de profesión que de maestro-discípulo. Quizás por eso el resultado es sorprendente, su sistema de trabajo no fue asignándose una pared para cada uno, sino que los dos se fueron insertando en la historia. La evidente diferencia gráfica entre dos escenas como 'El Tributo' y la 'Resurrección de Tabita' ha permitido atribuir una a Masaccio y otra a Masolino y es importante saber que los dos artistas estuvieron juntos desde el inicio, concibiendo y componiendo todas las historias de común acuerdo y alternándose en los andamios para componer espacios escénicos unitarios equilibrados.
En sus escasos cuatro por cinco metros, la capilla Brancacci narra la historia de San Pedro, salvo dos excepciones del Génesis: la 'Tentación de Adán y Eva' de Masolino y la 'Expulsión del paraíso' de Masaccio. La diferencia entre los dos pintores es determinante. Masolino pinta el pecado original en un estilo que fluctúa entre el gótico y el renacimiento, de rostros dulces y un modelado elegante, más propio de la exactitud de un miniaturista. Berenson se fijó en los tonos rubios y la transparencia de su pincel. El árbol de la sabiduría es una higuera, siguiendo la tradición del Mediterráneo y los países orientales, una línea que seguirán Paolo Ucello, Jacopo Pontormo y Miguel Ángel en la Sixtina. Sin embargo, en el norte, como en las pinturas de Lucas Cranach, aparecerá habitualmente un manzano.
Masolino da a la serpiente, la más astuta de las bestias salvajes, un rostro femenino, el de Eva. En otros paneles se deleita captando el refinamiento de la vida florentina: las vestimentas y sus brocados, las calzas y los turbantes sobre sus característicos perfiles aguileños. Las fachadas de las casas tienen tonalidades de los rosas a los grises, ventanas con sábanas colgadas al sol y jaulas de pájaros. El tono aristocrático de su pintura le impidió despegar con el vigor de Masaccio. Quizás por eso, subidos al andamio, fueron complementarios: la virtuosidad del primero redondeada por la solidez del segundo.
Los pintores coincidirán en dar a las arquitecturas que enmarcan las escenas medidas y tipologías de la ciudad de Florencia consiguiendo crear en los episodios tanta credibilidad que parece que lo narrado sucederá en el presente en una verdadera plaza de la ciudad. En la 'Distribución de los bienes', el campanario tiene ventanas dobles como las de Santa Maria Novella y la casa-palacio-torre, al fondo en las montañas, sigue el modelo de las mediceas, con la torre y el volumen del Palazzo Vechio.
En la 'Expulsión del paraíso', la intensidad del drama penetra todas las formas, todo lo esencial, y se concentra en una atmósfera cargada de la voluntad de Dios. Masaccio fue el maestro de la explosión del humanismo pictórico y quien dio cumplimiento a la gran revolución que en el campo de la pintura había tenido comienzos en los últimos años del XIII con Cimabue y había llegado rápidamente a su primera gran conquista con Giotto. Ellos la liberaron para siempre de la concepción abstracta, simbólica y trascendente de la pintura bizantina que dominaba hasta principios del duecento.
Del pincel de Masaccio despunta una libertad sorprendente, llena de elementos innovadores: el uso de un claroscuro que enfatiza el dramatismo y el de una perspectiva acorde con la de los grandes artistas de Florencia: Brunelleschi y Donatello. Así dotó a los cuerpos de una arquitectura robusta, inspirada en la Antigüedad, atreviéndose a deformarlos si eso le servía para expresarse. Sus protagonistas están desnudos y dejan atrás un lugar caduco sobre el que se ha desencadenado la desgracia. Un ángel con una túnica anaranjada transformada en llama que porta una espada negra e indica con un dedo el camino exterior sobrevuela sus cabezas.
Gestos arrebatadores
La suprema elocuencia de Masaccio convierte los cuerpos en pesados y fuerza un sentimiento de dolor y vergüenza absolutos. Adán oculta su cara entre las manos. Eva, con el gesto de las Venus púdicas clásicas, se tapa el cuerpo, mientras su rostro desencajado lanza un grito sordo al cielo en uno de los llantos más afligido de la historia. Si recortáramos este óvalo de la cara de su entorno, nos resultaría difícil clasificarlo en del renacimiento florentino, su fuerza parece estar pisando los talones al 'Saturno' de Goya y a Picasso en el 'Guernica'.
En la apocalíptica noche del 28 al 29 de enero de 1771, el tejado de Santa Maria del Carmine se iluminó devorado por las llamas de un incendio y se precipitó sobre la iglesia medieval. La Capilla Brancacci no sufrió daños irreparables, pero el fuego ofuscó y ennegreció los frescos. Desde entonces, los distintos episodios de obras en la capilla se han ido sucediendo uno detrás de otro. No existe una restauración definitiva.
Un primera restauración
En los años 1990 se quitó el polvo y la pintura añadida en 1674 que cubrían con hojas la desnudez de Adán y Eva. La restauración se llevó a cabo bajo la dirección conjunta de Umberto Baldini y Ornella Casazza. En noviembre de 2020, tras la aparición alarmante de aquella mota verde en el suelo, una inspección confirmó levantamientos, arañazos y zonas de pintura peligrosamente despegada. Se realizó una operación de consolidación con técnicas punteras, tras la cual la Capilla Brancacci renace de nuevo ofreciéndonos una inmersión en el delicado universo del Quattrocento. Para poder llevar a cabo las obras fue necesario andamiarla, lo que supuso, además, convertirla en visitable.
Durante un tiempo, el público pudo ascender y encontrarse frente a frente con la caña con la que pescaba San Pedro, con el agua clara del Lago Genesaret encrespada de olas que corren hacia la orilla y al paisaje de montañas difuminadas que adquieren en la distancia colores desde el verde oscuro al brillo de la nieve, con su luminosidad blanquecina y lunar y, sobre todo, nos permitió presentir que Masolino, Masaccio y Filipino Lippi habían estado en este lugar exacto, a esa altura exacta y que habían respirado ese aire y visto esa luz.
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