Prado-Recoletos, el nuevo Eje del Mal
En este tórrido verano, mientras los visitantes del Prado 'arden' en el infierno del Bosco, y el fantasma de Raimunda deambula por el Palacio de Linares, los demonios montan un aquelarre en el Thyssen
Cuatro minutos en el infierno del Bosco

El fantasma de Raimunda pulula por el Palacio de Linares (sede de la Casa de América), en la Plaza de Cibeles. En el vecino Palacio de Villahermosa (hoy Museo Thyssen), no solo hay un fantasma, sino muchos, además de diablos, chamanes y demás seres ... satánicos, que pasarán este tórrido verano en la pinacoteca, gracias a la exposición 'Lo oculto en las colecciones Thyssen-Bornemisza' (hasta el 24 de septiembre). Y en el también vecino Museo del Prado, según hemos sabido estos días, los visitantes prefieren el infierno del Bosco que el paraíso en su 'Jardín de las Delicias'. El Eje del Prado-Recoletos se ha convertido en el nuevo Eje del Mal.
Arte y ciencias ocultas son un binomio bien avenido. Y si no que se lo pregunten a Dan Brown, autor de 'El Código Da Vinci', un 'best seller' que atrajo a legiones de fans al Louvre, bajo cuya pirámide encontró el norteamericano nada menos que la tumba de María Magdalena. No sabemos qué cadáveres hallará Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la muestra, bajo las salas del Palacio de Villahermosa. Un Solana metamorfoseado en Iker Jiménez, y el Thyssen, en el plató de Cuarto Milenio.
Aún con la resaca a cuestas de la Galería de las Colecciones Reales, nos adentramos en el inframundo de la Historia del Arte. Concretamente, en 59 obras de las colecciones Thyssen (la del museo y la de la baronesa). La exposición se divide en siete secciones: alquimia (en la pintura del Renacimiento son frecuentes las alusiones alquímicas), astrología (ha dejado una huella importante en el arte: Miró, Matta...), demonología, espiritismo, teosofía, chamanismo, sueños, oráculos y premoniciones.
Guillermo Solana recurre a los musicales 'jukebox' ('Mamma Mia!', 'Moulin Rouge') –se escoge un conjunto de canciones populares, se crea un argumento y se hilvana una historia– para explicar la nueva propuesta expositiva del Thyssen. Una relectura, una nueva mirada a su colección. Es algo cada vez más usual en los museos, en parte porque resulta mucho más barato que hacer una exposición con préstamos de todo el mundo. De momento, una selección de 70 obras del Thyssen pasan el verano en Shanghái, lo que le proporcionará un buen pellizco económico.



Considerado un tema incómodo y sospechoso hasta los 80 (se desdeñaba y menospreciaba como un tema menor solo apto para frikis), pasó a ser 'cool' y ha habido muchas exposiciones centradas en las corrientes místicas y esotéricas. Una de las últimas, 'Surrealismo y magia' en la Colección Peggy Guggenheim de Venecia. Gracias a este 'boom' por el ocultismo, advierte el comisario, se han descubierto a mujeres artistas olvidadas como Hilma af Klint o Agnes Pelton, «una especie de Georgia O'Keeffe fumada« [Solana dixit]; y a minorías étnicas oprimidas.
Aunque nada hace indicar que los Thyssen coleccionaran obras buscando el esoterismo, Guillermo Solana comenzó el proyecto como «un juego, un desafío» y, sorprendentemente, halló muchísimas más referencias de lo esperado: «Son solo 59 las obras de la exposición, pero podían ser un centenar». Eso sí, aclara: «Soy un investigador 'amateur' sobre esto. No he querido demostrar nada, solo plantear hipótesis». Lo demoniaco, dice, le ha dado mucho juego: «A veces Satán aparece, pero otras lo hace disfrazado».
En el arte moderno, advierte el comisario, «es raro el artista que no ha mordido la fruta prohibida de lo oculto». De hecho, el surrealismo, con Breton y Dalí a la cabeza, es el movimiento más cómplice con las ciencias ocultas, lo onírico, el mundo de los sueños, la clarividencia, lo premonitorio y lo profético. También anduvo el arte moderno fascinado por la figura del chamán (como adivinador o sanador) y la teosofía (una mezcla de filosofía neoplatónica y religiones orientales). Es el caso de Kandinsky, Chagall, Kupka, Mondrian, Pollock o el propio Picasso, obsesionado por las culturas primitivas.
En 'La Piedad', de Ribera, entre los pliegues del sudario hay un ojo que nos mira con cólera. Lo descubrió una vigilante de sala. No es un añadido posterior. Lo puso ahí el pintor. ¿Es el ojo del pintor? ¿De Dios? ¿Del diablo? En el 'Cristo resucitado' de Bramantino, una luna con rostro humano como símbolo de la resurrección. En los lienzos de Miró, constelaciones y estrellas. En el 'Retrato de Matthäus Schwarz', Christoph Amberger pinta la carta astral del retratado en el cielo.



Edvard Munch frecuentó las sesiones de espiritismo. Hizo experimentos fotográficos, como la doble exposición, en la que los retratados parecen fantasmas. En 'Atardecer' se aprecia la figura borrada de su hermana Inger. En la radiografía su presencia es muy visible. 'Metrópolis', de George Grosz, es, según el comisario, «una versión renovada del infierno, un apocalipsis urbano en el que se distinguen cadáveres y esqueletos endemoniados. Una versión moderna de los infiernos del Bosco y de 'El triunfo de la muerte', de Brueghel».
Para 'Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar', Dalí toma el tigre de un póster del circo Ringling y la mujer levitando, de otro póster: el de la levitación de Kellar. En 'La partida de naipes', de Balthus, el joven esconde una carta en su espalda y se metamorfosea en el as de diamantes.
No faltan obras de carácter premonitorio. Es el caso de 'Retrato del Dr. Haustein', de Christian Schad, y 'Retrato de George Dyer', de Francis Bacon. En ambos casos anuncian sendos suicidios. En el primero, la inquietante sombra del fondo sería la de la amante del médico. Haustein y su esposa se quitaron la vida. En el segundo, Dyer se suicidó en un hotel de París dos días antes de una retrospectiva de su amante en el Grand Palais.
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