No es Marruecos pero lo parece: el zoco nazarí mejor conservado está en esta ciudad española
La Alcaicería, en pleno centro de Granada, conserva la esencia del pasado de la ciudad y es un lugar ideal para comprar objetos de artesanía, joyas o bordados
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Quien diga que los de fuera sólo van a Granada para ver la Alhambra, miente como un bellaco. Y la demostración empírica de su error la tienen delante de sus ojos, en un sitio al que llaman La Alcaicería. Para resumirlo en pocas palabras: lo raro es encontrársela vacía.
Está en el puro centro de Granada, a tiro de piedra, literalmente, de lugares que son parada obligatoria, como la catedral, la calle Oficios –allí se encuentra la Capilla Real, donde reposan los restos de los Reyes Católicos- o la Plaza Bib-Rambla. Ocupa una especie de cuadrilátero y se compone de cuatro estrechas calles que lo cruzan.
Aunque fue construida en la época nazarí, no es del todo justo decir que es una herencia más de aquella etapa, porque un incendio en el siglo XIX, en concreto el 20 de julio de 1843, la destruyó casi por completo. Ahora tiene una configuración distinta, pero conserva su esencia.
Vivió una época de esplendor en los siglos XVII y XVIII, cuando Granada era un punto fundamental en la ruta de la seda. Después se abrió a otros negocios –textiles, cuero o especias- y ahora es una especie de mercado de artesanía donde se pueden encontrar joyerías, tiendas de bordados, marroquinería o artículos de regalos para los turistas.

Sus estrechísimas calles y algunos de los objetos que se exponen en la Alcaicería traen a la memoria de muchos los zocos típicos de Marruecos y otros países árabes. El intenso olor a cuero también los recuerda, como la etnia de algunos de los vendedores.
Aunque no es de esos zocos donde se regatea el precio o en los que hay que estar pendientes de las carteras en todo momento, el visitante debe saber, no obstante, que confiarse en exceso tiene consecuencias y que no es buena idea dejar sus manos en las de las mujeres que supuestamente leen la buenaventura, que todavía pululan por allí con sus matas de romero como señuelo.
Huele a cuero, pero también a las hierbas aromáticas y las infusiones que se venden en los puestos de la Alcaicería y de los alrededores. Siempre, pero sobre todo cuando se acerca la Navidad, es bastante probable que, durante su paseo, el turista se mezcle con el público local, porque subsisten tiendas que venden figuritas del Belén.

Se puede ver en poco tiempo o invertir toda una mañana, eso ya depende de la prisa que se tenga y de cómo se deje envolver uno en su peculiar paisaje. Como no hay tráfico –sólo faltaría, con calles que apenas miden dos metros de ancho- es un lugar cómodo para pasear, siempre que no se coincida con la hora punta. Lo malo es que es muy difícil determinar cuál es, porque, como se dijo al principio, allí hay gente siempre.
Una vez visitada a fondo la Alcaicería, seguramente el viajero tendrá dos tipos de tentaciones: conocer a fondo el entorno de la catedral, donde hay bastantes edificios bien conservados de estilo barroco y renacentista, o, atravesando la calle Oficios y la Gran vía, llegar hasta Elvira y, justo enfrente, subir por la calle Calderería, que también tiene un sabor árabe.
Porque es la calle de las teterías y de los dulces árabes, un punto de entrada al barrio del Albaicín donde tampoco faltan tiendas de artesanía y al que muchos acuden, sobre todo por las tardes, para degustar un té al viejo, eterno, estilo de los magrebíes. Una experiencia más agradable aún si, mientras tanto, se escucha una música que tiene puntos de confluencia con el flamenco. Al fin y al cabo, buceando en los orígenes encontramos siempre puntos en común con nuestros vecinos.
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