Cuarenta años de la catástrofe aérea del Monte Oiz: «No es fácil sanar una falla tan grande»
Así lo vivieron entonces los hijos de las víctimas
Rodrigo, hijo de Isidoro Delclaux, lo recuerda así: «Aquel día me recogieron del colegio cuando estaba en el recreo. Vino el director con un gran amigo de la familia. Pensaba y no acertaba a encontrar qué podía haber hecho yo mal para que viniera el ... director y me fueran a llevar a casa. El trayecto hasta casa fue eterno. Me decía este amigo que llorara si quería. Pero a mí no me salía el llanto. Solo me salió al llegar a casa y ver a mi madre enferma, que no podría hacer nada por mí o por mis hermanos. Un momento de fractura, de dolor muy fuerte, de pérdida inmensa. Las heridas se pueden curar, los traumas sanar. No es fácil sanar una falla tan grande».
Hasta hace cuatro años Arturo, hijo de Arturo Sánchez Sancho, no quiso volver su mirada sobre lo ocurrido aquel día. Reconoce que sentía un 'rechazo'. «Tampoco lo habíamos hablado en casa, quizás, como una medida de protección. Éramos una familia de cuatro hermanos, la mayor tenía 17 años, la siguiente 14, yo 12, y el pequeño 4. Me acuerdo perfectamente de todo lo vivido tras recibir la fatal noticia. En enero acababan de ascender a mi padre en la empresa de seguros en la que trabajaba, y era su primer viaje en su nuevo puesto. Aquella mañana antes de irse nos vino a dar un beso a todos. Ya no volvió».
Lo siguiente que visualiza es estar en el colegio y que le fuesen a buscar. Después, rememora, «no vimos nada en la TV ni en ningún otro lado. Durante unos días se dijo que podía haber sido un atentado de ETA. Fue una avalancha de sensaciones, tener gente encima, vivir una nube, sentir que era una faena muy bestia, pero no trabajamos el duelo con nadie», reconoce. Esta experiencia «me sirvió para enfocar mi vida de forma que no que no le doy importancia a nada que no lo merezca. En un segundo te cambia la vida entera».
También recuerda que era martes, y que su madre, que entonces trabajaba en el Banco de España, solo quería que pasara todo y refugiarse en el trabajo. «Esto para ella era fundamental. Tenía cuatro hijos pequeños que sacar adelante, transmitiéndonos que había que continuar con la máxima normalidad dentro de la desgracia. Ser huérfano de padre supuso para mi que nunca más iba a venir a verme a los partidos de fútbol del colegio, ni llevarme al campo a ver al Athletic. He echado mucho de menos su figura, en mi interior sigo hablando con él y esto me reconforta», reconoce este hombre, padre hoy de tres hijos a los que ha educado en los mismos valores de trabajo duro y resiliencia que ha visto en su familia.
Coincidencias
Adelina tenía 11 años cuando perdió a su padre, Luis del Álamo, abogado laboralista de reconocido prestigio. «Era la hermana mayor de tres en una familia llena de actividad, como cualquier familia joven, con unos padres profesionales y muy ocupados». De hecho, revela: «Lo que son las coincidencias, mi madre Elizabeth, también abogada, había asistido el día anterior a la conferencia del doctor Portuondo en el Colegio de Abogados de Madrid. Y el día que mi padre voló a Bilbao, ella lo hizo unos minutos después en la puerta de embarque contigua a Barcelona. No se llegaron a ver por última vez. De hecho, se enteró de la noticia en el taxi nada más llegar a la Ciudad Condal».
«La muerte de mi padre supuso una pausa en el tiempo. Todo quedó en suspenso, envuelto en un inmenso dolor y en la desorientación de quienes nos rodeaban. Familia y amigos llenaban la casa, algunos llegaban desde lejos para estar con nosotros. Aún hoy, cuando lo recuerdo, me parece una escena de ciencia ficción», recuerda Adelina. Para esta mujer, «la mayor tristeza no es solo la pérdida de mi padre, sino el trágico destino compartido por todas las personas que fallecieron en aquel accidente. Sus vidas, sus planes y su futuro desaparecieron de un instante a otro. Todo cambió, y nos vimos obligados a adaptarnos a una nueva y dolorosa realidad. Lamento profundamente que en aquella época no se priorizara el bienestar emocional ni se ofreciera el acompañamiento necesario a las familias afectadas. Con el tiempo, cada uno ha seguido su camino, pero la herida de una pérdida tan repentina, trágica y a una edad tan temprana, ha marcado para siempre mi forma de ver el mundo».
«Este cuarenta aniversario me permite recordar a mi padre y a todas las personas que perdieron la vida junto a él, con cariño y respeto por el trágico final que compartieron. Este miércoles nos encontraremos algunos familiares a las 19.00 horas, en la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, de Bravo Murillo. Asimismo, quiero expresar mi solidaridad con todas aquellas personas que han sufrido pérdidas trágicas. Es un camino difícil de recorrer, y solo quien lo ha vivido sabe lo profundo que deja su huella».
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