EN CUARENTENA
Susana
El rito anual del altillo tiene que ser esta vez una oración que sirva de acceso a la certeza de la vida eterna, un pasaporte hacia la calma y la convicción que ahora tanto necesita

Nada más bajar del altillo la bolsa y entreabrirla, Susana se percata de que este año hay que arreglar dos broches desprendidos que servían para engarzar la capa a la túnica. Se activa entonces la memoria de forma inconsciente y visualiza a la perfección el ... momento en que se descolgaron al concluir el último Martes Santo. Y recuerda las nubes y el frío de aquel día previo a varios de borrasca inmisericorde. Y rememora aquella saeta. Y las lejanas marchas de palio. Y su rosario enredado entre los dedos. Y las emociones en la travesía cerreña de regreso. Pero la retentiva no avisa, es traicionera y recupera la escena de sus familiares valencianos al final de Afán de Ribera, justo cuando esa botonadura acababa de claudicar. La lluvia, otra vez la lluvia, golpeando el cristal de la ventana para mantener ese tono invernal del inicio de esta Cuaresma, termina por reavivar la pesadilla.
Aún se levanta angustiada, en plena noche, pidiendo ayuda para el rescate. Aún le atormenta evocar la terrible llamada telefónica que pregonó la fatalidad. Aún intenta explicarse cómo pudo ocurrir. Aún golpea su cabeza demasiadas horas al día. Aún busca la manera de remontar el vuelo. Cuesta. No hace ni cinco meses, cuando agonizaba octubre, la tragedia arrolló a su familia tal y como lo hizo el torrente de agua, lodo y cañas buscando la Albufera que se llevó por delante la vida de su primo entre Picaña y Paiporta. La herida es muy reciente. Intenta entenderlo para volver a reconocerse, aunque no lo logra casi nunca. Pero una mínima brizna de aire parece refrescar el espíritu cuando se esfuerza en imponer a su mente, a las bravas, que hoy sí, que hoy hay que levantarse porque toca viejo rito en casa, la liturgia que anuncia que a pesar de todo habrá primavera y luz y esperanza, la tradición doméstica de la puerta superior de un armario que es también, que tiene que serlo, una oración que sirva de acceso a la certeza de la vida eterna, un pasaporte hacia una calma y una convicción que necesita como jamás imaginó. Quizás este tiempo que siempre es nuevo por más veces que se repita, pues no es posible bañarse dos veces en el mismo río, haya adquirido mayor sentido con el peso de la desdicha sobre los hombros. Abre de par en par la talega con las prendas, desempolva toda la voluntad que logra reunir y se dice a sí misma que así lo querría quien se fue con la perversa dana. Volverá a hacerlo. Con el alma a media asta, sí, seguirá abriendo un camino de luz a la Virgen de los Dolores. Por su primo, por ella y por una fe que tiene que vencer a la pena.
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