Locus amoenus
Aquel concierto de Aute en Sevilla en 1985
La conexión entre Aute y el público era tan mágica, que no se parecía a nada que hubiera visto antes en ningún otro concierto. No eran fans, sino cómplices

Hace un par de semanas asistí al recital «Farsa (género imposible)» de la cantautora Silvia Pérez Cruz en el Teatro Central , y mientras procesaba todas las novedades que su maravilloso montaje ofrecía, me vino a la memoria aquel concierto que Luis Eduardo Aute ... dio en la segunda edición de Cita en Sevilla de 1985. ¿Por qué uní en la mente ambos espectáculos? Según Gastón Bachelard, el imaginario supone un «trayecto antropológico» que fusiona recuerdos, ideas, conocimientos y sensaciones. Así, la epifanía que me arrasó en el Teatro Central me trasladó al antiguo solar de la Maestranza, cuando asistí por primera vez a un concierto del gran Luis Eduardo Aute.
Por entonces ignoraba casi todo lo relativo a los escritores, artistas y creadores españoles contemporáneos, con la honrosa excepción de Joan Manuel Serrat , a quien adoraba -como todo el mundo en América Latina-, pues mis referencias culturales eran todas hispanoamericanas y en materia musical mis cantautores eran Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Nacha Guevara, Soledad Bravo, León Gieco, Sui Géneris, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Es decir, ningún cantautor español, aparte de Serrat. Y de pronto… Luis Eduardo Aute. Por eso una epifanía luminosa me llevó a la otra.
Para un becario de escaso presupuesto, la oferta de aquella edición de Cita en Sevilla era fastuosa -Miles Davis, Radio Futura y Georges Moustaki (¡Leonard Cohen nunca llegó!)-, aunque mi gran descubrimiento fue Luis Eduardo Aute, pues busqué sus discos, memoricé sus canciones y aprendí a interpretarlas acompañándome con la guitarra. Quienes hayan hecho lo mismo poniendo cintas y retrocediéndolas una y otra vez, hasta dar con el acorde exacto, saben la devoción que aquello entrañaba, pues cuando no existía YouTube, la pasión podía medirse gracias a las horas que uno dedicaba a aprender a tocar una canción escuchando una cinta de cassette.
Los temas de Aute poblaban un espacio único, un territorio corporal que al mismo tiempo era imaginario, pero que se materializaba musicalmente a través del deseo, como en «Anda» o «Dentro» . Por otro lado, nadie como Aute ha manejado tantos registros, pues, así como compuso «Al alba» -un rotundo alegato contra la pena de muerte, presentado en una composición exquisita-, también fue capaz de reconstruir los añicos de la adolescencia en «Las cuatro y diez», sin recurrir a adhesivos empalagosos. Aute fue un artista genial -poeta, músico, pintor y cineasta- y además tuve la fortuna de presentar sus libros editados por Siruela y de coincidir con él en diversos lugares del mundo, como una semana cultural que organizó el Instituto Cervantes de Atenas y un festival celebrado en Guayaquil. En ambos disfruté de su simpatía y conversación, y su grandeza no ha dejado de crecer en mi memoria, cada vez que leo, escucho y contemplo sus creaciones.
Vuelo a través del tiempo hasta aquel concierto de 1985 en el antiguo solar de la Maestranza, y recuerdo a mis compañeros investigadores del Archivo de Indias , a la multitud coreando las canciones y los mecheros revoloteando como luciérnagas en la oscuridad. La conexión entre Aute y el público era tan mágica, que no se parecía a nada que hubiera visto antes en ningún otro concierto. No eran fans, sino cómplices. No eran clientes, sino mecenas. No era la claque, sino los palmeros. Nunca olvidaré aquel concierto de Aute, porque además era 5 de junio y ese día cumplí 24 años. Luis Eduardo Aute fue mi primer regalo de cumpleaños desde que vivo en Sevilla.
Silvia Pérez Cruz nos regaló un par de bises en el Teatro Central, y cuando terminó de interpretar su versión del «Pequeño vals vienés» de Leonard Cohen, sentí otra vez la energía torrente del solar de la Maestranza en 1985, cuando el cuarto bis, «Al alba», tronó acompañado de miles de voces, que resuenan en mi memoria como aquel verso de César Vallejo que hoy escribo recordando a Luis Eduardo Aute: «no mueras, te amo tanto» .
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