Reloj de arena
Bob Chipres: un marine vestido de luces
Siendo aún un muchacho en edad de aprender a jugar al béisbol, era el encargado de buscar entre los túneles del Viet Cong, con una linterna y mucho valor, a los guerrilleros amarillos

Hace muchos, muchos años, en el lejano parque angelino de la Alhambra , en California, Bob y su hermano mayor, Carlos, sorprendían a los abuelos que leían el periódico y a las madres que sacaban a sus hijos a gozar del aire bonancible del ... jardín. Quizás porque en Los Ángeles no es frecuente ver a dos muchachos toreando de salón en sus zonas verdes. Bob comenzó a alimentar así su pasión taurina , esa faena vital que le cambió la vida, dándole lo que Vietnam le quitó.
Sus bisabuelos llevaban en su sangre mexicana la divisa española de un apellido ibérico, de la vieja Castilla de Machado. Y en la de los abuelos paternos, tejanos, esa audacia vital que te aporta la frontera. Carlos y Bob se escapaban con frecuencia al otro lado del Río Grande, para ver en Tijuana y Mexicali las corridas de toros que en Los Ángeles no se daban. Así fueron alimentando esa pasión española de coquetear, a base de naturales y pases de pecho, con el arte de burlar a la muerte a base de valor, música y luces diamantinas en los trajes de pelea.
Bob Chipres nació en el seno de una familia humilde. Y cuando tuvo los años suficientes para plantearse qué hacer con su vida, convenció a sus familiares para que lo dejaran marchar a Vietnam con 17 años , donde los EE.UU se desangraron en una guerra lejana y mal justificada. Antes de llegar al infierno amarillo, Bob recibió parte de su instrucción como marine en Okinawa, donde aprendió, entre otras cosas, kárate, llegando a cinturón negro.
Guerra de Vietnam
Luego lo destinaron a la ciudad portuaria de Da Nang, en el Vietnam central, donde conoció el olor del napalm, la ferocidad de los charlies, el infecto clima de la jungla, los ataques continuados de insectos lacerantes y, quizás, la certeza de que su vida pendía de un hilo. Porque Bob, siendo aún un muchacho en edad de aprender a jugar al béisbol, por su talla física era el encargado de buscar entre los túneles del Viet Cong, con una linterna y mucho valor, a los guerrilleros amarillos. De allí salió con vida por dos heridas de guerra. Pero el verdadero enemigo no se quedaba en Vietnam. Lo esperaba en los EE.UU .
El movimiento pacifista , las algaradas universitarias, la revolución de los jipis y la continua cadena de ataúdes de chicos caídos en Vietnam que regresaban a casa para añadir su nombre al futuro memorial de los veteranos de guerra erigido en Washington, convirtieron a los patriotas que habían luchado en el delta del Mekong en seres despreciables. Alguna película de Oliver Stone retrató esa dura realidad: la del soldado que lucha por defender unos ideales que son defenestrados en su casa.
El choque con aquella realidad sumergió a Bob Chipres en un laberinto personal, emocional e identitario del que salió agarrándose a sus sueños del parque de la Alhambra. Ser torero. Hizo el camino inverso al de sus ancestros hispanos y regresó al viejo caserón ibérico. Se instaló en Chipiona, entró en contacto con los círculos taurinos de Rota y El Puerto, se hizo amigo de Paula y, pese al valor que derrochó en Vietnam, aún le sobraba para ponerse delante de una vaquilla para darle los pases que lo deberían llevar a la gloria. Uno de aquellos chavales con los que entrenaba a diario, corriendo desde Chipiona a Rota, Alonso Murillo, llegó a torear en la Maestranza.
Uno de aquellos chavales con los que entrenaba a diario, corriendo desde Chipiona a Rota, Alonso Murillo, llegó a torear en la Maestranza
Ese era el sueño de Bob. Y a punto estuvo de conseguirlo. Pero el nuevo hombre, ese que renació de las cenizas de Vietnam y en los carteles aparecía como Robert Grijalva, aquel chico al que Paula llevaba en su coche y del que, años después, dijo del torero gitano que nunca antes había oído cómo suena el silencio en las Ventas cuando Paula se gusta por naturales; aquel chico, digo, no pisó el albero del coso del Arenal. Pero firmó corridas por El Puerto, Rota y participó, un seis de octubre de 1974, en una corrida extraordinaria, por inusual, en la base americana de Rota.
Hay cartel del hito figurando en el mismo John Fulton, Robert Grijalva, Joseph Stephens y Diego O´Bulger. Todos matadores americanos. Me cuenta su hijo Stuart que su padre cosechó más cornadas que triunfos. Y un día decidió cortarse la coleta y dar por finalizada la temporada de su sueño de matador.
Ayudó al Sevilla FC
Bob fue íntimo amigo del artista y matador taurino John Fulton , que tuvo vivienda y estudio en la Plaza de la Alianza, en el mismo barrio de Santa Cruz donde Chipres vive en Sevilla, concretamente en Mateos Gagos . Cuando el Sevilla FC de Jock Wallace necesitó un intérprete, el entrenador escocés, que lo conocía de las reuniones habituales que los angloparlantes de la ciudad tenían en el Hotel Inglaterra , le ofreció el cargo. También lo ayudó en labores físicas, sobre todo en las disciplinarias, imponiendo su ritmo de maratoniano a los futbolistas que el míster sancionaba con diez kilómetros de carrera continua.
Llegó a ser temido por los veteranos de aquel equipo donde Ted McMinn aportó su orgullo guerrero de las tierras altas escocesas, señalando por lo bajini que Bob era un agente de la CIA…
Hoy vive entre El Puerto y Sevilla , con su esposa Morgyn, que conoció en Chipiona y con la que comparte la plácida vida de un hombre que se reinventó las veces que quiso, para no dejar de ser nunca él mismo. En 1984 fundó con un socio de un pueblo de Wisconsin, el Spanish American Institute of International Education, una especie de Erasmus para universitarios norteamericanos. Regresó a Vietnam a principios de la nueva era y cuenta su hijo Stuart que fue la primera y única vez que lo vio llorar . Las lágrimas de un ex marine que soñó siempre con ser matador de toros…
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