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Cierra el último quiosco del barrio de Santa Cruz tras 50 años: «Tendremos que ir a la Alfalfa a comprar el ABC»
Antonio Sánchez, junto a su mujer Chari, se hicieron cargo en 1990 de este negocio, que abrió en Mateos Gago en 1973; ha sido testigo de la pérdida de la esencia de barrio de la calle en paralelo al ritmo que perdía a sus vecinos
Antonio Jesús Sánchez Díaz, ayer en su quiosco de Mateos Gago
Cuando el reloj este viernes alcance las 19:00 horas Antonio Jesús Sánchez Díaz bajará la persiana de su negocio por último vez tras más de media vida detrás del mostrador. Con él cierra el último quiosco del barrio de Santa Cruz, un establecimiento ... con cincuenta años de historia desde su fundación en 1973 y que Antonio, junto a su esposa Chari, asumieron en 1990, la etapa dorada previa a la Expo 92. ¿Y ahora? «Tendremos que ir a la Alfalfa a comprar el ABC», dice una de sus parroquianas, una de los tantos que acuden a diario por su periódico. Desde hace días, además de vender la prensa, libretas, chucherías o tabaco, Antonio se está llevando todo el aprecio y los buenos deseos de sus vecinos, los comerciantes y sus niños, los alumnos de los dos colegios de la misma calle, quienes el miércoles, a la salida, se acercaron con carteles y frases muy emotivas hacia su quiosquero. Incluso, los escolares anunciaban una «manifestación» para que no se fuera. Quien siembra cariño, recoge cariño.
Este sábado, Mateos Gago habrá perdido un nuevo negocio de los de siempre. Quedan pocos valientes desde los noventa: la farmacia, la tienda de cerámica del principio de la calle, otra de 'souvernirs' y los bares Giralda, La Fresquita y Las Columnas. Muchos se fueron y otros ocuparon su sitio, la mayoría bares, un síntoma de la conquista turística de un barrio histórico.
Quizás la otra causa de esa invasión se esconda en el movimiento del inversor que ha adquirido el edificio en cuyos bajo está el pequeño local de Antonio, donde desde hace algunas jornadas cuelga un cartel: «Liquidación por jubilación. Descuento de hasta el 50%. Cierre 2 de diciembre».
Antonio ha llegado a un acuerdo «bueno» con el nuevo dueño del edificio. A sus 63 años y con varios por delante para su jubilación, el quiosquero vio en esa oferta el impulso definitivo a cerrar el negocio. No había posibilidad de traspaso a sus hijos. El local, de renta antigua, no contemplaba esa opción. Desconoce el futuro uso del inmueble, aunque admite que viendo lo que está pasando alrededor, es fácil de intuir: hotel o pisos turísticos.
«He decidido dar el paso. Después de tantos años, uno está cansado. Me da mucha pena por tantos años vividos, con los vecinos, varias generaciones de alumnos, hoy ya hombres...». La voz no le sale de la emoción. No será la primera vez que tiene que parar tomar aire y beber agua. «Se va a echar mucho de menos».
«Antes era más barrio»
El Quiosco de Mateos Gago, como reza en el cartel de calle, abrió por primera vez en 1973. En 1990 fue traspasado a Antonio y su mujer, quien durante los primeros años lo atendió junto a su hermana. A los pocos años, llegó Antonio, tras abandonar la empresa de venta de material eléctrico en el que había estado once años.
Sonríe de forma involuntaria cuando se le pregunta por los cambios del Santa Cruz: «Muchísimos. Antes era más barrio de lo que es ahora. Hay menos vecinos, y los que hay son mayores. Muchos han fallecido. Sus hijos se han ido».
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Los clientes interrumpen la conversación. Llegan por tabaco, por el ABC o por chucherías, como tres jóvenes restauradoras de la Catedral que lo visitan todos los días tras el desayuno. Se van bien abastecidas para la semana que viene: «A ver dónde compramos las chuches». «Va a estar complicado», responde Antonio.
Se llevan el último paquete de Ducados, mientras otro cliente recoge su ejemplar del periódico y pone el dinero encima del mostrador. No hacen falta cruzar palabras. Antonio no para de recibir buenos deseos de sus habituales: «mucha suerte».
«¿Viste el partido de ayer? (por el Sevilla F.C.-PSV Eindhoven del miércoles)? Hiciste bien». Ayer era mañana de resaca futbolera. Al bético que lo buscó lo emplazó a esperar a mañana (por hoy).
Este vecino de Pino Montano, de lunes a domingo, cada día, estaba a las siete de la mañana en el centro de Sevilla para poder aparcar. Abría media hora después. Hasta las siete de la tarde. «Aquí no hay domingos, ni festivos...».
La última flauta de la funda verde
Se asoma a la calle y señala todo lo que ha cambiado, todo lo que se ha perdido. «Este negocio ha cambiado mucho. Sigue siendo rentable, pero no como en los años noventa». Los números de la venta de periódicos dan muestra de ello. En el escaparte aún muestra estuches de acuarelas, rotuladores de colores o una flauta Hohner en su funda verde. Todo un clásico.
Antonio echa la vista atrás y se vuelve a emocionar con la dureza de los meses de la pandemia del coronavirus. Sólo estaban abiertos él y la farmacia. «Mi familia y los vecinos, sobre todo María Gavira (ya fallecida), me ayudaron. De no haber sido por ellos, no estaría aquí. Lo llevo muy dentro». La pandemia... y la obra de la calle. Menos mal que se solaparon en el tiempo.
Está «sensible» ante tanta muestra de cariño recibido, «satisfecho» por tantos años de trabajo. Los escolares querían hacer «una manifestación» para no se vaya. Llegaron todos con carteles y frases «entrañables». Por su mostrador han pasado muchas generaciones. Ayer fue el homenaje de la asociación de vecinos del barrio.
«Lo vamos a echar mucho de menos. Los niños y los mayores», expresa una clienta que viene por el periódico para sus padres. A Antonio le interrumpe una llamada: «Vamos a descansar, son muchos», responde el reconocido quiosquero. «¿El último cigarro?», le propone otro 'amigo', ofrecimiento que Antonio acepta encantado después de despachar generosamente a otra clienta el euro de caramelos. Hoy venderá el último ABC donde él es el protagonista.