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Los espacios de la fe
La mala gestión de la soledad como espacio de crecimiento intelectual, generosidad individual e indagación espiritual será lo que destruirá nuestra civilización
He trabajado casi todo 2024 en el proceso de una monja montillana del siglo XVII, quien después de vivir con discreción falleció en olor de santidad. Aquella humilde religiosa se habría horrorizado con el espectáculo barroco montado con ocasión de su entierro, trapicheo de reliquias ... y cotilleos milagrosos. Sin embargo, en los momentos de descanso, mientras leía la prensa, reparaba en el contrapunto que ofrecían los reportajes que proclaman que el catolicismo español está en crisis porque el número de no creyentes ha aumentado, con respecto a los reportajes que elogian la fortaleza del catolicismo español porque los creyentes toman las calles cuando se convocan grandes procesiones como en Semana Santa o durante la Magna.
En los años 20 del siglo pasado, José Carlos Mariátegui, un joven escritor y ensayista —director de la revista «Amauta» y fundador del partido socialista peruano— expresó en diversos artículos su fascinación por las devociones populares y su impacto sobre las multitudes. Mariátegui había sido un hombre de fe que devino socialista, pero jamás perdió su vínculo con lo inefable, pues siendo marxista escribió «El socialismo es, también, una religión, una mística. Y esta gran palabra 'religión', que seguirá gravitando en la historia humana con la misma fuerza de siempre, no debe ser confundida con la palabra Iglesia». Urgido por las desigualdades y la injusticia, Mariátegui galvanizó su fe con lecturas que lo llevaron al socialismo, aunque sin renunciar a filósofos creyentes como Henri Bergson: «Se ha encontrado una analogía entre la religión y el socialismo revolucionario, que se propone la preparación y aun la reconstrucción del individuo para una obra gigantesca. Pero Bergson nos ha enseñado que no sólo la religión puede ocupar la región del yo profundo; los mitos revolucionarios pueden también ocuparla con el mismo título». Mariátegui falleció a los 35 años y es imposible saber cómo habría evolucionado una inteligencia superior como la suya.
Ahora que 2024 termina, reparo en el triunfo aplastante del barroco, pues la calle se ha convertido en el espacio preferente del poder y la hegemonía. Que la izquierda sueñe con movilizar a las masas como sucede durante las procesiones no me sorprende; pero para un creyente los espacios de la fe tendrían que ser tan infinitos como inmensurables. Hoy la perplejidad de Mariátegui consistiría en preguntarse dónde están el resto del año esos millones de personas que toman las calles con tanto fervor. ¿Estarán trabajando en la «construcción del reino», tal como los revolucionarios deberían estar preparándose para tomar el Cielo por asalto? Salvo las honrosas excepciones de siempre, la mala gestión de la soledad como espacio de crecimiento intelectual, generosidad individual e indagación espiritual será lo que destruirá nuestra civilización y no el comunismo.
Mi sor Mencía salía todos los días de su convento montillano a salvar el mundo y a nadie le importó hasta que murió. Siento que he profanado su maravillosa discreción.
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