TIEMPO RECOBRADO
No llores, no te indignes, entiende
Hay personas que son linchadas por sus opiniones, mientras el Gobierno maniobra para hacerse con el control de una empresa periodística
Calígula
Líderes fuertes
Baruch Spinoza vino al mundo en Ámsterdam en 1632. Su padre era un judío portugués, cuya familia había emigrado a Holanda para huir de la persecución de la Inquisición. Pertenecía a los llamados despectivamente «marranos», judíos conversos al cristianismo que seguían practicando secretamente su religión.
Spinoza fue educado en el judaísmo y, a causa de la muerte de su progenitor, tuvo que ponerse al frente del negocio familiar. Muy pronto descubrió su pasión por los clásicos y la filosofía. Tras cuestionar la autoridad de los rabinos, abandonó la religión judía y se ganó una injusta fama de ateo. A los 24 años, se dictó contra él un 'cherem', una excomunión que le maldecía y le expulsaba de la comunidad. Dado que Spinoza afirmaba que la interpretación de los rabinos de la Biblia era falaz e interesada y que las profecías sólo podían entenderse en un contexto histórico, el filósofo se encontró en una terrible soledad. Perdió el negocio, sus amigos y su entorno.
Si los judíos le consideraban un hereje, los calvinistas holandeses tenían la misma opinión porque Spinoza defendía la libertad de conciencia y la tolerancia en una época marcada por la guerra de los Treinta Años.
Spinoza no pudo publicar en vida su 'Ética', pero sí logró que viera la luz su 'Tratado teológico-político', impreso de forma anónima y tachado de impío y herético por calvinistas y católicos. Tenía 38 años cuando salió este libro, la mejor reivindicación que he leído, junto al opúsculo sobre la Ilustración de Kant, de la libertad de conciencia.
La tesis de Spinoza es muy sencilla: no existe ninguna razón religiosa ni política para limitar la libertad de las personas de pensar como quieran. No hay ninguna prueba de que Dios haya querido coartar la libre expresión. Va incluso más lejos al afirmar que la religión se ejerce de forma más auténtica en un Estado que respeta las convicciones de cada uno.
Spinoza defendía con claridad y vehemencia estos principios hace casi cuatro siglos. En un mundo más intolerante y polarizado que el nuestro, estaba dispuesto a arriesgar su vida y su bienestar para defender esa libertad que, cien años después, sería reivindicada por la Ilustración.
Todo esto puede parecer muy remoto y alejado del contexto de la actualidad. Pero no es así. Los ideales de Spinoza son hoy tan valiosos como entonces en una sociedad donde el odio, la intolerancia y el insulto proliferan. No hay más que echar un vistazo a la vida política, las redes sociales y algunos medios de comunicación. Hay personas que son linchadas por sus opiniones, mientras el Gobierno maniobra para hacerse con el control de una empresa periodística. Exigir respeto y tolerancia en nuestro país es predicar en el desierto. «No llores, no te indignes, entiende». Lo escribió Spinoza.
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