TEMPO RECOBRADO
Líderes fuertes
Lo mejor que le puede pasar a una democracia parlamentaria es el triunfo de los líderes aburridos y que no se consideran imprescindibles
'Sub specie aeternitatis'
Europa sí puede
No hay un mejor signo para medir el declive de una época que la aparición de «líderes fuertes». No hace falta recordar que Hitler y Stalin reivindicaron esa condición en los turbulentos años 30. Ya sabemos las consecuencias de su liderazgo. La acumulación de poder ... en una sola cabeza siempre conduce al desastre.
Algo falla en una democracia parlamentaria cuando surgen dirigentes que se arrogan la fortaleza de su liderazgo, como acaba de hacer Pedro Sánchez y como gustan de formular personajes como Trump, Putin y Orbán. No es casualidad que el presidente presuma de su carisma personal en unos momentos en los que carece de mayoría parlamentaria y se ve forzado a gobernar por decreto.
«En un mundo tan complejo como el que vivimos, necesitamos liderazgos seguros, no una oposición que va dando tumbos», dijo Sánchez el domingo. Se refería al suyo, a una forma de gobernar que elude el Parlamento y que toma decisiones sin consultar a nadie. Sea el aumento de las inversiones en Defensa o un pacto que roza la xenofobia con Junts, Sánchez no sólo no consulta con las fuerzas políticas, sino que tampoco lo hace con su propio partido, convertido en incondicional ejecutor de lo que él decide.
Ya dijo hace varios meses que se puede gobernar sin el Parlamento y sin Presupuestos, lo cual es cierto porque existen suficientes recursos legales para eludir el control político de la oposición y sacar adelante medidas con el apoyo de un prófugo que exige un mediador en Suiza para pactar.
Nada de esto es nuevo, pero lo inquietante es el deslizamiento progresivo hacia una autocracia, basada en este concepto de liderazgo fuerte en un contexto de excepcionalidad. El discurso de Sánchez evoca el decisionismo y la dialéctica amigo/enemigo de Carl Schmidt.
No digo que en España hayan desaparecido los contrapesos, los jueces independientes y la prensa crítica. Pero sí que es cierto que Sánchez intenta deslegitimar cualquier contrapoder que amenace su hegemonía política. Sólo le gustan las adhesiones incondicionales. Los líderes fuertes sienten una necesidad obsesiva del elogio y el halago, que nunca son suficientes.
Todo esto se traduce en el día a día en un lenguaje empalagoso, falaz y redundante, que insulta a la inteligencia pero que sirve para aglutinar a los incondicionales en un país polarizado. La primera víctima de los líderes fuertes es el significado de las palabras, como observó Orwell.
Lo mejor que le puede pasar a una democracia parlamentaria es el triunfo de los líderes aburridos, que gobiernan con programas y no se consideran imprescindibles. El peligro de los tiempos en los que vivimos es que propician ese tipo de dirigentes que nos dicen que tenemos que elegir entre ellos o el caos. Un falso dilema que lo que oculta es una ambición sin límites.
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