tribuna abierta
Un Papa para la literatura
Son muchas las necrológicas y las valoraciones de su pontificado publicadas con motivo del fallecimiento de Benedicto XVI. Me limitaré a relatar mi personal recuerdo, con el deseo de que mis potenciales lectores se acerquen a una faceta más cercana de quien considero un gigante

Conocí personalmente a Joseph Ratzinger en Salzburgo, en agosto de 1990. Ese año yo vivía en Múnich en una residencia de estudiantes, y fui con unas amigas a la ciudad de Mozart a pasar unos días, coincidiendo con los famosos Festspiele. Aquel año destacaban, dentro ... del amplio programa musical, la representación de Don Giovanni, y el concierto a cargo de la Orquesta filarmónica de Berlín, dirigida por Claudio Abbado. La conferencia principal la pronunció Václav Havel. Entre los eventos especiales, tuvo lugar una ponencia impartida por el entonces Prefecto de la Congregación -hoy Dicasterio- para la Doctrina de la Fe, y dejó en mí una profunda impresión por dos motivos. El primero, la actitud de Ratzinger. Fuera de la sala había un nutrido grupo de gente que protestaba ostentosamente contra el invitado. Portaban globos negros y golpeaban el suelo con los pies, además de proferir insultos muy hirientes y groseros. Hería la vista y torturaba el oído el nítido mensaje: «No eres bienvenido». El ambiente exterior a la sala era tan desagradablemente hostil, que hasta la persona menos sensible se habría sentido afectada y molesta. Era tan fuerte el contraste de finura y delicadeza que rodea los Festspiele con aquella vulgaridad barriobajera, que la protesta resultaba insoportable.
Ratzinger entró sin que su porte externo manifestase el menor signo de contrariedad, sonreía sin impostura a quienes veía de cerca a su paso hasta el podio. Su amabilidad e interés por quienes pudimos saludarle, aunque fuera brevemente, revelaba que su atención no estaba centrada en sí mismo. La superioridad intelectual del ponente, aun siendo tan sobresaliente, no fue mi principal recuerdo de ese primer encuentro, sino aquella afabilidad que traslucía el reflejo de su humildad y su armonía interior. Pasados los años, pude constatar que la sencillez y serenidad interior que me 'cautivó' en el primer encuentro, no fueron ocasionales. Por el contrario, constituían características muy marcadas de su personalidad, pues seguía mostrándose así en las ocasiones en que, durante su pontificado, fui convocada como consultora del Pontificio Consejo -hoy también Dicasterio- para los Textos Legislativos a Roma, y asistí a las audiencias que concedía.
No mucho tiempo atrás de aquel primer encuentro, yo había realizado el examen de lengua alemana que exigía la Ludwig-Maximilians-Universität a todos los aspirantes a cursar en sus aulas alguna disciplina cuya lengua materna no fuera el alemán y no contaran con el examen final de bachillerato alemán. Esa prueba incluía un examen oral de literatura alemana: novela, teatro y poesía. Por este motivo, tenía entonces cierto conocimiento de las obras de Hauptmann, Kafka, Hesse y otros, en su lengua original. Esta es la segunda viva impresión personal que tengo de Benedicto XVI: la extraordinaria belleza de su expresión oral y escrita en lengua alemana. Desde aquél encuentro en los Festspiele, me pareció que la sobriedad, sencillez, belleza y precisión con que se expresaba en su idioma materno estaban a la altura de los mejores de la lengua de Goethe y de Schiller.
Después de haber continuado leyendo los escritos de Benedicto XVI, mi juicio hoy solo reafirma, con mejor fundamento, aquella viva impresión del primer encuentro personal. Si Benedicto XVI no hubiera sido Papa, debería haber sido Nobel de Literatura. Su género literario no es la novela, la poesía, ni el teatro, obviamente, pero sus escritos (por ejemplo, 'Escuela de oración') son prosa poética de primer nivel. Sus catequesis sobre los Apóstoles contienen la expresión no sólo de la fe de aquellos hombres, sino también una descripción sicológica de su temperamento que compite en calidad con las descripciones de Goethe en 'Las penas de joven Werther'. A lo largo de toda su obra, se percibe el excelente conocimiento de Benedicto XVI de los griegos clásicos, como en los grandes del romanticismo alemán. Sugiero el libro de sus escritos para cada uno de los días del año ('Berührtvom Unsichtbaren', tocado por lo invisible). Confío en que el tiempo ponga a este gigante de la fe y la cultura en el lugar que por su talla intelectual merece, también en la literatura.
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