EL ÁNGULO OSCURO
Políticas fracasadas
En apenas unos años, las marchas del 8-M, que empezaron concitando adhesiones variadas, se han convertido en un campo de Agramante
Pacifismo y belicismo
Un poquito de realismo
Aunque también la benéfica lluvia contribuyó al deslucimiento de las manifestaciones del fin se semana, a nadie se le escapa que el movimiento feminista está hecho unos zorros, con reyertas intestinas y un creciente desprestigio en sectores sociales cada vez más amplios (especialmente entre ... la chavalada, que hace escarnio con vídeos y memes virales de sus batucadas y lemas turulatos). En apenas unos años, las manifestaciones del 8 de marzo, que empezaron concitando adhesiones muy variadas, se han convertido en un campo de Agramante que suscita animadversión entre la inmensa mayoría de hombres; y también la desafección de un número creciente de mujeres, que no soportan verse mezcladas con aprovechateguis victimistas, viragos amargadas y pagafantas hipocritones.
Así se prueba la clarividencia de juicio del historiador marxista Eric Hobsbawn, quien tras el primer triunfo electoral de Margaret Thatcher, a finales de los años setenta, advirtió que las llamadas «políticas de la identidad» acabarían siendo la tumba de la izquierda, porque buscan «ventajas egoístas» que sólo consiguen debilitarla y destruir su vocación universal. Hobsbawn explicaba que las políticas de identidad asumidas por la izquierda «no sólo aíslan a la clase trabajadora, sino que la dividen», provocando que los trabajadores terminen votando a la derecha. «Los grupos de identidad –escribió entonces el historiador marxista– sólo tratan de sí mismos y para sí mismos, y nadie más entra en juego. Sin coacción exterior, en condiciones normales, esta política nunca moviliza más que a una minoría, incluso dentro del grupo al que se dirige».
Es cierto que hoy existe una «coacción exterior» de la corrección política que puede actuar en beneficio de estas políticas identitarias, al menos entre los sectores sociales más gregarios y acomodaticios; pero también es cierto que el hormiguero de ventajas egoístas que las políticas identitarias intentan conseguir ha invadido territorios lisérgicos (como prueban esos lesbianos con barba que exigen ser reconocidos como mujeres), provocando todavía mayor rechazo en una mayoría de la población. ¿Cómo se explica entonces que, con una seudoizquierda convertida en un enjambre de tribus de Babel que reclaman las ventajas más egoístas (ventajas que, además, entran en colisión, provocando rifirrafes entre las diversas tribus, como se probó este fin de semana), nuestra derecha siga sin levantar cabeza? Sin duda nos hallamos ante un caso de incompetencia supina de sus líderes; pero también ante la prueba de que la derecha no tiene capacidad alguna para lograr aquella triple unidad social que reclamaba Donoso: «La unión de las inteligencias en lo que es verdad, la unión de las voluntades en lo que es honesto y la unión de los espíritus en lo que es justo». La derecha española sólo sirve para hacer seguidismo modosito de la izquierda, o bien para provocar antagonismos chirriantes que no hacen sino fortalecerla.
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