pincho de tortilla y caña
Derecho al pataleo
La política a la que vamos, de impulsos decisivos a las demandas de independencia, convierten al PP en un socio indeseable
Ni buenos ni malos
El huevazo
Es muy ingenuo pensar que el PNV, gane o pierda por la mínima el próximo domingo, quiera seguir abonado a más de lo mismo. Demos por bueno que después de las elecciones pueda seguir gobernando con el apoyo de los socialistas vascos. Lo hará, por ... supuesto, porque conservar el poder es la única manera de evitar que se vayan al paro miles de conmilitones que no tienen alternativa laboral a la bicoca administrativa, pero lo hará a sabiendas de que esa sociedad de intereses está más tiesa que la mojama. Si no la hace saltar por los aires la aritmética electoral (no es impensable que la suma de escaños de los dos partidos no alcance la mayoría absoluta) la mandará a pudrir malvas, más pronto que tarde, el instinto de supervivencia de los propios peneuvistas. Ya le han visto las orejas al lobo. El lobo es Bildu. Si no hay 'sorpasso' va a faltar el pelo de un calvo. Es cuestión de poco tiempo que la hegemonía nacionalista cambie de bando. ¿Qué sentido tendría insistir en una apuesta que ha fortalecido tanto al adversario y que ha servido para allanarle el camino al poder?
No tengo ninguna duda de que los ancianos de la tribu miran con preocupación el futuro inmediato. Ya no son los únicos que pueden presumir de volver del mercado parlamentario madrileño con las manos llenas. Hasta ahora, su grupo parlamentario solía ser uno de los sumandos imprescindibles para configurar mayorías absolutas y eso les garantizaba, en cualquier negociación con los gobiernos de turno, pingües beneficios. Ahora, la atomización del Congreso ha modificado las reglas del juego. Los nacionalistas vascos han pasado a formar parte de un club en el que todos sus socios son igual de necesarios para redondear la aritmética parlamentaria. Ya no hay minorías privilegiadas. Todas pesan lo mismo. Y, además, todas miran al PSOE como al único socio mayoritario posible. Aunque le incomode, el PNV sabe que es rehén de la izquierda.
La reedición de las viejas alianzas con el PP es prácticamente imposible. Y no solo por el hecho de que Vox tuviera que formar parte del pacto de Gobierno. Aunque esa circunstancia se desvaneciera, la política a la que vamos, de impulsos decisivos a las demandas de independencia, convierten al PP en un socio indeseable. Bildu, sin prisa pero sin pausa –y aún más si gana las elecciones del domingo–, redoblará su apuesta secesionista y el PNV no tendrá más remedio que hacer seguidismo de esa reivindicación si no quiere perder comba ante su electorado. En ese escenario, el entendimiento con el partido de Feijóo (y digo con el partido, no con el líder) es poco menos que un imposible metafísico. Pincho de tortilla y caña a que este es el lío que se avecina: un Parlamento en el que siete de cada diez diputados serán independentistas van a empujar a Pradales, le guste o no, a una deriva 'a la catalana' en la que el PP sólo podrá ejercer el derecho al pataleo. Que Dios nos arme de paciencia.
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