la barbitúrica de la semana
Ya nos pondremos el traje
Nadie está obligado a la sumisión ni la humillación
Cuatro ataúdes negros
«El melodrama es formativo»
Cuando un hombre amenaza a otro maniatado, es un cobarde. Si son dos quienes lo hacen, suman oprobio a su falta de valor. Pero si, además, se hacen acompañar por una jauría y se proveen de público que atestigüe sus bravuconadas, acaban convirtiéndose en ... los extremos de una criatura aún más pusilánime de la que encarnan cada uno por separado.
Si Donald Trump gusta hacer sonar sus espuelas y sacar a pasear a su vicepresidente J.D. Vance atado del cuello, bien podría darse una vuelta por Moscú, a ver si allí le brilla tanto el cinto como a ese 'cowboy' de atrezo que se ha empeñado ser.
Vergonzante, impúdico, matonil… Así fue el episodio de acoso y vapuleo que escenificaron Trump y Vance contra Volodímir Zelenski, el presidente de un país invadido, al que pretendían poner de rodillas para aceptar una paz que pasa por el latrocinio de los recursos naturales de Ucrania y la humillación de un pueblo entero ante la jactancia de sus falsos redentores. Nadie puede mostrarse agradecido cuando lleva encajada en la frente una corona de espinas. Quienes no tienen alternativa, difícilmente pueden permitirse elegir, pero no están obligados a la sumisión. Si Donald Trump quiere una paz a cambio de la deshonra a un mandatario que rechazó sus presiones para desprestigiar a Joe Biden en 2019, tendrá que apretar mucho más fuerte ya no a Zelenski, sino al pueblo que representa.
Pasearse por el mundo como lo hace por el Despacho Oval ha convertido a Trump en la reminiscencia del Míster Danger de la novela costumbrista o en el representante de la United Fruit Company de la literatura latinoamericana más renuente al colonialismo. Quien a hierro mata no puede morir a sombrerazos y si, borracho de poder y ebrio de sí mismo, Trump pretende atragantar al mundo occidental con su enorme complejo de inferioridad y su repertorio de eunucos morales, que se prepare para el castigo que impone la virtud sobre los necios y aprovechados.
Ninguna culpa tiene el pueblo estadounidense de los derroteros del Señor Monopoly que eligieron para dirigir la nación en la que viven. Asombra, eso sí, el crujido de la democracia que, hasta hoy, se preciaba de ser una de las más saludables del mundo. No extrañe a nadie que a la ya añeja antipatía producida por tópicos imperialistas y la caricatura del Tío Sam la reavive cada meada que Trump echa sobre el resto de quienes aún creen en la democracia liberal, la separación de poderes y la solidaridad entre naciones.
Estar gobernado por un payaso es una desgracia, pero tener que soportar las consecuencias de la necedad ajena es mucho peor. Escaso control tienen los ciudadanos sobre su exigua hacienda para, además, tener que lidiar con las nuevas versiones de Calígula que el mundo moderno nos depara, a falta de mayor desgracia. De momento, toca resistir a la enajenación. Tal como contestó Zelenski a quienes se rieron de su ropa: «Ya nos pondremos el traje, cuando acabe esta guerra».
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