LA TERCERA
Genialidad y actualidad en santo Tomás
«El genial dominico estaría hoy en diálogo con las diferentes corrientes y atento a dar respuestas actualizadas, como en su momento hizo en su magna obra. No me lo imagino, desde luego, obsesionado en analizar cada palabra de sus escritos»
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Las Terceras de ABC
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Desde julio de 2023 estamos en un jubileo de celebración de la inmensa figura del Doctor Angélico, santo Tomás de Aquino, que se prolongará dos años. Si en 2023 se celebró el 700 aniversario de su canonización, en 2024 se ha conmemorado el 750 ... aniversario de su muerte y en 2025 será el 800 aniversario de su nacimiento. Es una magnífica ocasión para agradecer y homenajear su vida y su obra, renovando y ampliando el conocimiento de uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos. Su influencia alcanza muchísimas disciplinas de la teología y la filosofía, pero aquí me centraré en compartir algunas claves de su valiosísima presencia en la teología moral contemporánea, que es mi propio campo académico, en el que el gran doctor de la Iglesia sigue muy vivo tal como atestigua el magisterio del Papa argentino.
Para moverse en medio de las tensiones de la moral sigue siendo una ayuda eficaz el pensamiento del Aquinate aplicado hermenéuticamente en los nuevos contextos. Así hace, por ejemplo, el Papa Francisco en su exhortación apostólica 'Amoris laetitia' (AL) donde le cita hasta quince veces para ilustrar diversas materias. Quiero aquí recordar una de ellas: «aunque en los principios generales hay necesidad, cuando más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay» ('Summa Theologiae'. I-II, q. 94, a. 4). Por su parte, el Papa añade: «Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque esto no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano». (AL, 304).
En efecto, la razón práctica como ciencia operativa debe llegar hasta la consideración de lo particular y contingente. En tal sentido, aparece la necesidad de dar cancha al discernimiento moral, que el santo dominico no llama así, pero sí tiene en cuenta a través de la virtud cardinal –tanto intelectual como moral– de la prudencia o «recta razón de lo agible». Sin la prudencia no puede darse virtud moral alguna, ya que la virtud moral es «un hábito electivo», y para ella hace falta la debida intención del fin y la elección recta de los medios conducentes a él, lo cual pide el uso correcto del consejo, juicio y mando por parte de la razón, como hace la prudencia y las virtudes anejas (S Th I-II, q. 58 a. 4). Es decir, para que la virtud moral sea tanto «según la recta razón» como «con razón recta», es necesaria la prudencia y los tres actos de la razón que a ella le asignan, a saber, aconsejar, juzgar y mandar (S Th 57, q. 57, a. 6), que magistralmente conectan con el discernimiento como método de deliberación y decisión responsable.
Siguiendo la vía abierta por santo Tomás, huimos de dos extremos viciosos: el que acaba reduciendo la vida moral de la persona a una acentuación unilateral de ciertos absolutos morales, poniendo toda la carga en el acto, y el que diluye el significado universal de la norma en lo puramente fáctico, concreto y contextual, anulando la vocación universal de la ética. Entre esos dos polos (absolutismo y situacionismo) busca moverse el discernir con universalidad y concreción, para así buscar efectivamente la voluntad de Dios y la Gracia, de la cual viene la misma capacidad para ser libre. Ese es el camino de una teología moral que, apoyada en santo Tomás, se centra en la razón y la virtud, y no cae en la obsesión rigorista de los absolutos morales que en la práctica acaban por despreciar las intenciones y circunstancias de la acción humana.
Una versión de la ética de la virtud aristotélico-tomista de gran influencia y repercusión –la desarrollada por Alasdair MacIntyre– considera no sólo los actos, sino las prácticas (que son cooperativas y regladas), así como el carácter narrativo de la vida, a partir de la cual podemos dar sentido a la historia personal en el interior de otras historias y dotar a la vida concreta de una cierta dimensión teleológica. MacIntyre les confiere gran valor a las tradiciones, que unen a diversas comunidades en «comunidades mayores». También encontramos una potente conceptualización de base aristotélico-tomista en la obra de Paul Ricoeur al presentar la intencionalidad ética como aspiración a la vida buena con y por/para otros en instituciones justas. Son versiones actualizadas de la ética de la virtud que no niegan el valor del acto humano y, al tiempo, no lo conciben como la clave de toda la moral.
Junto a otros colegas, veo posible concordar con los tomistas moderados en que se puede sostener a la vez la existencia de normas morales universales y actos reconocidos como intrínsecamente desordenados, y la indeterminación –e incluso la ambigüedad– que subsiste en lo que concierne a la acción moral humana en razón de su complejidad y de los diferentes enfoques morales que analizan la acción, así como de los agentes morales vulnerables que buscan alcanzar fines deliberando sobre los medios. Y opto por moverme entre dos polos: uno que se centra tanto en el acto, que pierde de vista a la persona, y otro que desprecia el valor moral del acto para centrarse sólo en la persona, perdiendo la moral. Para mí, el punto de equilibrio está en darle valor al acto sin perder a la persona, y eso sucede cuando se practica una ética de las virtudes que da a la conciencia personal su función de norma próxima de la moralidad, reconociendo que para ello necesita de las normas generales. Ya aseguró el Doctor Angélico que «la consideración moral, por ser de los actos humanos, hay que centrarla primero en lo universal, después en lo particular» (S Th I-II, q. 6)
Es muy sano para la ética teológica dejarse interpelar por un tomismo abierto y capaz de constante integración, en diálogo con la filosofía moderna y contemporánea, desde Kant a Hegel, y a los filósofos del siglo XX tales como Heidegger, Gadamer, Ricoeur, MacIntyre, Apel o Habermas... Hoy, además, deberá tener en cuenta los enormes desafíos de la ciencia contemporánea: el pensamiento complejo y el carácter polimórfico y procesual de la realidad, que llaman al desarrollo de enfoques intertransdisciplinares, donde se asumen los distintos niveles de comprensión de la realidad y se le da entrada a la perspectiva histórica y cultural (hermenéutica).
Esa vía de pensamiento creativo y abierto mira con atención y respeto la gran contribución tomasiana como «hermenéutica trascendental de la tradición moral cristiana». Así se actualiza mucho más fielmente el colosal genio del Aquinate que mediante un neotomismo objetivista y naturalista (sobre todo practicado en EE.UU.) que se cree investido de infalibilidad para aplicar literalmente sentencias del dominico a la moral. Me atrevo a decir que el genial dominico estaría hoy en diálogo con las diferentes corrientes y atento a dar respuestas actualizadas, como en su momento hizo en su magna obra. No me lo imagino, desde luego, obsesionado en analizar cada palabra de sus escritos.
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