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UNA RAYA EN EL AGUA

Las maletas hechas (cuento de Nochevieja)

Jamás le encontró sentido a esa superstición de gente contenta de celebrar el paso del tiempo con una algarabía hueca

El año de la simonía

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Ignacio Camacho

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Nunca había conseguido que le gustara la Nochevieja. La había vivido en todas sus variantes a lo largo de una fértil existencia. Glamourosa y pobre, íntima y multitudinaria, bien y mal acompañada, chic y bohemia. Se había vestido de gala en una fiesta de Venecia ... y se había emborrachado en una calle cualquiera con un gorrito de cartón en la cabeza. Había cenado en el Sacher la víspera del concierto de Viena, había visto desde un yate los fuegos en la bahía de Sidney y brindado con músicos rastas en una playa caribeña; había oído el gong en un templo taoísta de Kioto y comido las uvas con amigas mochileras frente al Obradoiro de Compostela. Había recibido los años, y hasta un milenio, con amantes y con maridos, con hijos y con nietos, con personas recién conocidas y con amistades eternas. Incluso recordaba una noche de San Silvestre en un campamento de la sierra, abrigada hasta el embozo bajo una intemperie gélida que parecía congelarle las venas. Pero jamás llegó a encontrarle sentido a esa superstición de gente contenta tirando serpentinas y celebrando el paso del tiempo entre felicitaciones huecas. Quizá le había marcado la misantropía de un padre al que todo ese jaleo hortera le producía una manifiesta, inevitable sensación de vergüenza.

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