casa de fieras
El vecino perfecto
Me entristeció sobremanera no ser amigo de ese vecino que detestaba la idea de tener que subir conmigo en el ascensor. Imaginen el problema
Le decíamos Bruce
Un tipo normal
El vecino perfecto es un tipo que disimula para que no lleguemos a la vez al ascensor. Pocas cosas demuestran mayor generosidad que darle pereza a alguien. Este ciudadano ejemplar prefiere llegar tarde que tener que preguntarme qué tal y que vaya calor para ser ... mayo. Llegamos al portal por lados opuestos. Yo aceleraba para evitar cruzarnos. Él acortaba levemente su tranco en distancia y 'tempo'. Comprendió al instante que mi ansiedad superaba la suya, y tomó la notable decisión de ser él quien relajara el ritmo. Al abrir el portal no pude evitar que el rabillo del ojo comprobara su posición. El tipo derrochaba talante mirando un teléfono que no sonaba. Cuando llegué al ascensor, volví a sentirme indefenso: estaba en el cuarto. Pensé que no tendría escapatoria. El otro ascensor, el de carga, esperaba en el séptimo. Pero entonces noté que el tío apenas caminaba. La sensación de gratitud que me inundó fue profunda, honesta. Casi estropeo todo por ir a darle las gracias por ser así de cojonudo. Entonces, me inundó la pena. Me entristeció sobremanera no ser amigo de ese vecino que detestaba la idea de tener que subir conmigo en el ascensor. Imaginen el problema. Si tienes que salir un domingo al anochecer, solo demuestra que eres un crápula o que padeces de alguna necesidad irremediable. Mi caso era la falta de tabaco. Antes, salir un domingo era un éxito seguro. A cualquier persona que te encontraras en un bar era por defecto alguien que merecía la pena. Ahora, sin embargo, con más tripa y la pereza de compañera, solo una derrota toma las decisiones que te obligan, en capitulaciones, a salir para hacer un recado. Este vecino me hizo más fácil el domingo y la vida, en general. Como en todas las familias, en mi edificio hay de todo. Uno, en concreto, tiene la costumbre de dejar de hablarme cuando suena la alarma por rebasar el tiempo de tener la puerta del ascensor abierta. A él no le molesta un par de minutos de insoportable aullido electrónico. Hay otra vecina que, además de tener bastante mala leche –suele ser de lo que siempre me habla el primero– me cuenta por defecto sus males hospitalarios. Otro me atormenta con los entresijos de la última reunión de la comunidad. Él también odia a la de la mala leche y se queja del que habla mucho porque habla mucho. Yo levanto las cejas y le doy la razón. Como también hago con la de la mala leche y con el que habla mucho. Ahora comprendo que eso le debe de pasar también a mi héroe del domingo. Debe de darle un miedo atroz pensar que yo también pudiera quejarme mucho, hablar sin que me importara la alarma del ascensor, o que incluso fuera a contarle lo del dolor de muelas que padezco desde hace semanas. Creo que todavía existen personas buenas. El del octavo derecha es una de ellas. Y, sinceramente, tal y cómo está el foro, no imagino mayor generosidad que la de un tipo que retrasa su llegada al hogar para no tener que disimular una conversación en el ascensor.
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