El maletero huele a rancio
Lo que Puchi no calculó es que lo suyo tendría tan poco de épica y tanto de bravata
Puigdemont irrumpe en Barcelona

En un maletero caben la compra del Mercadona, unas botas de senderismo, quizá las raquetas de pádel y la bolsa de deporte con olor a rancio porque, maldita sea mi estampa, otra vez me olvidé de subirla a casa.
En un maletero se metió Puigdemont ... y huyó, llevándose Cataluña, la suya, con él. Ahí os quedáis, para vosotros la mística del 'poble' perseguido, yo me voy a hacer las Europas.
Dejó a los suyos, que entonces eran más que ahora, con cara de trena y también un poco de bobos.
- Oriol, amic, vinga, que Can Brians no es Guayaquil y seguro que te dan de comer bien y caliente.
- Os llevo muy presentes, de verdad. Sois unos héroes, pero entended que alguien tiene que sacrificarse.
- No, Oriol, los dos aquí dentro no cabemos, mira que si morimos asfixiados antes de llegar a la Junquera... Deja, deja, tú a la celda y yo a Waterloo.
Allí en tierras belgas, donde el misticismo del exilio y el pueblo oprimido es tan popular como los mejillones y los Godiva, se montó una corte farandulera de empresarios medianitos, mossos comprometidos y hasta un rapero de cuarta regional, condenado por sus letras y no por su música verbenera. Para su desgracia, lo efectista no ocurría entre sus vecinos de urba, sino a miles de kilómetros de distancia.
Ocurría en España, donde los reos salían a la calle indultados por un Gobierno mendicante del cariño y los votos del secesionismo. Tengo para mí que ese día Puigdemont debió de mesarse el tupé como una viuda doliente; hasta me lo imagino, será por los opiáceos, oyendo en bucle a Mari Trini: «¿Por qué a mí se me ha caído una estrella en el jardín?». Al pobre molt (cada vez menos) honorable le tocó pasearse por la Europa moñita que amaga pero nunca remata por eso de ser templo virtuoso de derechos, aunque suponga pisotear los del resto. Con una corte en el exilio 'no fem país', pero sí una saca de titulares, a cuál más efectista. Si encima te sacas un escaño en Bruselas, además de completar los 'doblers' que ya te envían desde Barna, te haces con un capitalito que no te viene mal. Visto con perspectiva, la fuga en el maletero era un planazo, que Bélgica es un coñazo, pero otra cosa sería deambular por las selvas de Borneo, esquivando a mosquitos del tamaño de tu ego perseguido.
Pero lo que Puchi no calculó es que lo suyo tendría tan poco de épica y tanto de bravata. Porque, al final, cuando renuncias al heroísmo aflora tu patetismo. El último capítulo de la temporada, hoy en la plaza de Lluís Companys, en una detención buscada, guionizada y temo que pactada con el Gobierno. Porque esa es otra, las hechuras de Leónidas gironí que se gasta Puigdemont es como de péplum. Porque, y esto ya no tiene ni pajolera gracia, enfrente nunca tuvo a Jerjes y sus inmortales, sino a Sánchez y sus sicofantes, empecinados en asearle la hoja delictiva por eso de que es su soci, su amic, su casero, el que le garantiza la nómina. Cuando cuentas con Sánchez 'el conciliador' de cómplice y Conde-Pumpido 'el intérprete' de edulcorante judicial, la frase que se viene a la cabeza es «¡Esos cojones, en Despeñaperros!»
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