Como tu espanto
Escribir es una forma de relacionarse con la realidad, y como en la realidad, la tragedia forma parte del drama

Veo a un hombre en Milán, a media tarde, tumbado en la acera entre cartones y harapos. En medio de la acera, tenemos que desviarnos para no pisarle. No duerme, está recostado. La mirada perdida pero consciente, humillada, de no haber estado siempre allí, de ... haberlo tenido todo, o casi, y de haber caído a lo más hondo. No estamos tan lejos de ser profundamente derrotados y si lo olvidas pones tu primer cartón, tu primer harapo. Me aparto para mirarlo con más pausa y pienso en mi vida, en lo rápido que me gusta escribir, en las apuestas arriesgadas, en la sensación como de ingravidez, y en la fragilidad con que todo se tambalea a mi alrededor. En lo a ras que a veces pasa la catástrofe. Veo todo el dolor en este hombre, la herida atravesándolo, discusiones familiares que se le fueron de las manos, malas decisiones, las traiciones, y el momento final de colapso que le tiró del alambre. Veo todo lo que puede salir mal y a pesar de mi vida tan aparentemente distinta, nada en él me parece ajeno ni raro. No le veo nada que en el fondo no se me parezca, nada en lo que no estaríamos de acuerdo si nos sentáramos a conversar. No nos sentamos a conversar. No sé si él hubiera querido. Yo quiero pasar por Armani antes de ir a cenar.
Sé que parezco un tipo seguro de mí mismo pero es una impostura. Escribo muy bien y me tomo muy en serio mi trabajo pero un día cambian al director, me echan y caigo en desgracia, cometo un error por querer correr demasiado o por tratar de apurar la metáfora; un día me lleva la ira, el orgullo nefasto, y de repente soy un pobre idiota acorralado por mis demonios, por mis atascos, gato que no sabe bajar del árbol. Escribir es una forma de relacionarse con la realidad, y como en la realidad, la tragedia forma parte del drama. Intento concentrarme en que todo irá bien pero he visto caer fortalezas que creí infranqueables.
He visto el miedo en quien parecía el más duro del lugar, he visto a padres enloquecer de rabia y enajenación, talentos que me fascinaron y me ayudaron a crecer consumidos por el cinismo o el agotamiento. Mi querido Pedro García Cuartango dice que no me soporta cuando empiezo a disculparme pero yo soy en la misma medida el que escribe todos los artículos como si fueran el último y el que teme y sufre y duda cuando ladran los perros en la noche. Tampoco entonces me soporto pero me resulta mucho más cercano y comprensible el hombre de Milán, caído a peso, arrasado, que imaginar que podré vivir sin tachones y que nunca va a pasarme nada.
Cuando termine el artículo y llegue al restaurante olvidaré el impacto del hombre recostado. El vino, los gintónics. Pero sólo un rato. He venido al mundo a dar esperanza precisamente porque sé por dónde se rompe lo que no tiene recambio. Tu mirada no la había visto hasta hoy pero siempre me ha acompañado. Tan abrumadora es mi buena vida como el presentimiento del desastre. Siempre te apareces donde puedo tropezarme. Nada se parece tanto a mí como tu espanto.
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