Perdigones de plata

Elvis vive

Algunos opinan que mora en la clandestinidad de una isla junto a otros fenómenos de la cultura pop como Marilyn o Bruce Lee. Soy de esos

Bautizamos aquellos moteles como ‘Norman Bates’ porque proyectaban tal decrepitud y tanto mal rollo que, mientras nos duchábamos temíamos la irrupción de Anthony Perkins travestido de mamá momificada para acuchillarnos sin piedad como si fuésemos Janet Leigh. Atravesamos el viejo sur de los USA a ... bordo de un Chevrolet con el dinero justo, condenados a dormir en establecimientos de cucarachas perdedoras. Los recepcionistas, pakistaníes embarrancados contra su dentadura mellada, se parapetaban tras cristales antibalas. Introducíamos por la ranura un puñado de dólares, nos daban la llave del cuartucho y reacomodaban sus afiladas napias contra la revista porno que les hipnotizaba la rijosa mirada. Tragábamos millas como fieras a la vera del Misisipi y por fin llegamos a Memphis. Un 16 de agosto, hace 44 años, aseguran que Elvis Aaron Presley murió.

Salimos de juerga esa noche recorriendo los garitos de Beale Street. Música en directo en todos los antros. Guitarristas electrificados bajo su sombrero Stetson que galopaban furiosos sobre las barras taconeando con sus botas de chúpame-la-punta entre el delirio del respetable. Superada la resaca de baja intensidad (cuando joven la resaca resulta más liviana), a la mañana siguiente peregrinamos a Graceland. Por algún misterio de la vida, hay cosas que no puedes evitar. Algunos son de Maradona, otros de una secta chalada dirigida por un chamán que se comunica con los extraterrestres y otros de Camarón. Yo soy de Elvis pero desconozco la fuerza que me obliga a serlo. Más aún: los verdaderos fanáticos apreciamos especialmente su etapa final, la de esos conciertos en Las Vegas. Es muy fácil admirar al Elvis de los inicios, o al que, tras su merengosa trayectoria en Hollywood, regresa en el 68 enfundado de cuero negro bajo un halo de belleza rotunda y energía brutal. Pero los auténticos beatos de Elvis saboreamos su absoluto esplendor cuando anda metamorfoseado en gordinflas mantecoso ciego de anfetas, embutido en esos delirantes trajes de pedrería y floripondios diseñados por Bill Belew. Ahí, cincelando su vozarrón en Las Vegas, Viva Las Vegas, propinando patadas de karate mientras atraviesa el escenario y suda como un cerdo, es cuando entendemos que luce sublime y que por eso es nuestro King. Incluso cuando tropieza rezuma elegancia. Graceland es una mansión de tamaño breve si la comparamos con la de cualquiera de nuestros nuevos ricos, pero al menos igual de hortera gracias a ese estilo neoclásico y a un piano blanco rollo José Luís Moreno. En un anexo, protegidos por urnas de metacrilato, se plantificaban esos trajes en posición de firmes. Y no pudimos sino derramar alguna lagrimilla pues salivamos conmovidos frente a ese derroche locoide de fantasía pirotécnica. Aseguran que Elvis Aaron Presley se marchó un 16 de agosto hace 44 años. Algunos opinan que mora en la clandestinidad de una isla junto a otros fenómenos de la cultura pop como Marilyn Monroe o Bruce Lee. Soy de esos. Elvis vive. Lo sé.

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