Robles como ornamento

Ficción de orden en un patio colegial de iletrados e infantes, de Montero y Montero

«PERSEVERARÉ». No hay más propósito. Sánchez será un enigma para quien le atribuya una lógica política. No hay eso. El hombre de la tesis doctoral posee un criterio. Uno solo. Sobrevivir a todos. Sin ello, el espejo le devolvería su rostro: nadie. Y eso ... es insoportable.

No es una mala apuesta. No, con su biografía. Ayuno de otra cosa, el apuesto exbaloncestista contaba con una baza: la pusilanimidad de sus mayores. En un gremio político de sueldo por siempre garantizado, como es el nuestro desde hace casi medio siglo, nadie se tomó en serio nunca la posibilidad de apuñalar al jefe. ¿Para qué, si ser obediente garantizaba opulencia? Y cuando el Doctor tiró de navaja para destripar a su partido, a nadie se le pasó siquiera por las mientes que esa navaja mataba. Murieron, pues. Sin haber entendido cómo vinieron a rajarlos.

Tras asesinar al PSOE, en el dadaísta retorno que sigue a su expulsión de 2016, no hubo un nuevo partido. Ésa es la clave. La modernidad de Sánchez cabe en una intuición mortífera: la de que la ‘forma-partido’ -vigente desde 1848- había caducado; cuantos se empecinaran en aferrarse a ella o en reconstruirla irían a la fosa. Partido y Estado han sido los dos pilares del poder moderno. Desleído el primero, a un político sólo le atañe la posesión del Estado. Y la posterior reducción de cuanto, dentro del Estado, refleje la diversidad social de la cual los partidos fueron síntoma durante un siglo y medio. Era, así, prioritario homogeneizar poderes: suprimir la autonomía judicial, consumar la tendencia a hacer del Parlamento correa transmisora del Gobierno… Donde hubo topografía partidaria, ir colocando inanes ornamentos infantiles: se llama populismo. Podemos fue, para eso, la coartada perfecta.

Pero es función primera de los partidos garantizar supervivencia -monetaria y simbólica- a quienes salen del poder. La vulnerabilidad crítica del modelo neocaudillista de Sánchez se cifra en lo imposible de sobrevivir fuera del Ejecutivo. Y eso vuelca los protocolos: mantenerse en la presidencia pasa a ser objetivo único. Cualquier justificación doctrinaria -moral como política- queda excluida. En el poder se es todo; fuera de él, nada: rigurosamente nada más que el guapo Doctor Sánchez, reflejado en sus espejos.

Dicen que, al nombrar ministra a Robles, buscaba el presidente dar camuflaje grato a ese vacío perfecto que era el de su gobierno: mitad fieles deudores, mitad criaturas tronadas sin la menor idea de nada que no fuera su narcisismo. Pascal habla de ese curioso proceder humano, que consiste en poner un vistoso telón de colorines ante el borde del abismo para con más alegría arrojarse a él. Ese telón ha sido Robles: ficción de orden en un patio colegial de iletrados e infantes, de Montero y Montero. ¿Y qué va a hacer el Jefe ahora que el telón se ha desgarrado?

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