Los últimos sefardíes de Salónica, la Jerusalén de los Balcanes
En 1492, tras la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón, muchos judeoespañoles encontraron refugio en tierras del Imperio Otomano. El pasaporte español salvó a muchos de ellos durante la ocupación nazi. Hoy el Instituto Cervantes de Atenas trata de recuperar su idioma y su memoria
La discreta vida de los 45.000 judíos que viven en España

«Mi abuela se salvó gracias a la carta de residencia firmada por el entonces cónsul general de España en Grecia, Sebastián Romero de Radigales. A mi abuelo lo escondieron en un saco de correos y pudo viajar hasta Atenas sin que los alemanes se ... dieran cuenta. Yo podría haber conocido a mis bisabuelos paternos si los nazis no los hubieran deportado a Bergen-Belsen. Ellos, como el 95% de la población hebrea de Salónica, no regresaron a casa tras la II Guerra Mundial«, narra Samuel Nahmias, sefardí y cónsul honorario de España en Macedonia y Tracia, uno de los últimos guardianes de la memoria de los judeoespañoles que forman la pequeña comunidad hebrea de Salónica, una de las más importantes de Europa antes del Holocausto.
Con el término hebreo 'sefardita' se denomina a las comunidades de judíos que partieron de la Península Ibérica después de 1492, y encontraron asilo en la Europa occidental, en el Magreb, así como en los territorios que formaban el Imperio Otomano. Las premisas del edicto de Granada eran claras: conversión o destierro. Entre su firma, en el mes marzo, y julio del mismo año 1492, se calcula que decenas de miles de judeoespañoles marcharon al destierro. Los Balcanes se convirtieron durante cerca de cuatro siglos en un lugar seguro para las comunidades sefarditas que fueron llegando desde los reinos de Castilla y Aragón, y desde Portugal tras las conversiones masivas y las persecuciones de la Inquisición por criptojudaísmo (es la adhesión confidencial al judaísmo mientras se declara públicamente ser de otra fe).



«Los judíos de Europa y otras regiones, perseguidos y desterrados, han venido a buscar cobijo aquí, y esta ciudad los ha recibido con amor y cordialidad, como si fuese nuestra venerable madre Jerusalén» escribió sobre Salónica, en el siglo XVI, el poeta sefardí Samuel Usque. Gracias a las ventajas legales y fiscales de Estambul, la comunidad sefardí de Salónica prosperó y mantuvo hasta el siglo XX su hegemonía económica y social en la ciudad. Según los censos otomanos, en el año 1529, Salónica contaba con más de 2.600 hogares judíos de un total de 4.700, mientras que el 1613, la población judía era casi del 70% (en su mayoría sefardíes). La ciudad era uno de los centros judíos más importantes del mundo y la primera urbe hebrea del Mediterráneo, lo que le valió el nombre de la Jerusalén de los Balcanes.
La estratégica situación geográfica de la ciudad le permitía controlar el comercio terrestre y marítimo y su puerto era uno de los muelles mercantiles más importantes del Mediterráneo.
La ayuda de Sebastián Romero de Radigales
El que fuera cónsul de España en Grecia durante la ocupación nazi logró que medio millar de judíos se salvasen del Holocausto
Actualmente en la ciudad existe una comunidad de unos 1.200 hebreos sefarditas organizada en dos sinagogas. Los servicios religiosos se llevan a cabo todos los días y durante las grandes festividades. Los niños de la comunidad pueden comenzar su etapa escolar en el jardín de infancia y la escuela primaria judía. La ciudad cuenta, además, con dos centros juveniles y un centro comunitario, una residencia de ancianos, un Museo Hebreo y, en un futuro no muy lejano, se abrirá las puertas del Museo del Holocausto en honor a los cerca de 50.000 judíos de Salónica asesinados en los campos de exterminio nazis. «El ladino es un caso excepcional porque preserva el español que se hablaba en España a finales del siglo XV, el que se ha transmitido a través de esta lengua, aunque enriquecido por otras influencias», explica Pilar Tena, directora del Instituto Cervantes de Atenas.
El ocaso
Tras la caída de Salónica en manos del Estado griego en 1912, empezó la decadencia de esta comunidad. Aunque en un primer momento Elefterios Venizelos respetó las particularidades y las leyes hebreas de la ciudad, lo cierto es que pronto la comunidad judía comenzó a ser un obstáculo para la cristianización y helenización, y el gobierno liberal empezó a promulgar leyes que desfavorecieron directamente a los hebreos. Entre ellas, se instauró el domingo como día obligatorio de descanso y prohibió a la comunidad hebrea que mantuviera sus libros de contabilidad en un idioma que fuera distinto al griego.
El incendio de la judería de Salónica en el año 1917, que dejó 50.000 hebreos sin hogar y redujo a cenizas negocios, escuelas, sinagogas, la biblioteca y los archivos de la comunidad, fue la excusa perfecta para que el estado heleno expropiara los terrenos, expulsara a los judíos del centro histórico y transformara por completo la red geográfica y social de la ciudad.
La labor de helenización y cristianización de la ciudad llegó a su fin con el traslado de población cristiana ortodoxa de Turquía tras el desastre de Asia Menor en 1922. En 1926, el 80% de la población de Salónica era cristiana ortodoxa, todo como consecuencia de «una gestión injusta de la comunidad sefardí por parte del estado griego, sobre todo por parte del partido liberal de Elefterios Venizelos», aclara a ABC el historiador y profesor de la Universidad Aristotélica de Salónica, Spyros Marketos, quien lamenta que hayan desaparecido de la ciudad prácticamente la totalidad de los restos culturales de tantos siglos de tradición sefardita y otomana en la ciudad.
Sin embargo, el golpe mortal llegó tras la ocupación nazi de Salónica en el año 1941. En febrero de 1943 entraron en vigor en Salónica las leyes de Nuremberg, mientras que el ministerio de Asuntos Exteriores nazi decidió organizar la deportación forzosa de los hebreos de Grecia. El primer tren con 2.800 pasajeros hebreos partió de Salónica el 15 de marzo de 1943 con destino Auschwitz-Birkenau. Nada más llegar, 2.191 personas fueron asesinadas en las cámaras de gas, mientras que 417 hombres y 190 mujeres fueron trasladados a campos de trabajos forzados. Las deportaciones desde Salónica se sucedieron unas a otras durante todo el año y se calcula que un total de 19 convoyes trasladaron por la fuerza a más de 48.500 hebreos, poniendo fin a cuatro siglos de historia sefardí.
«Muchos sefarditas, como algunos miembros de mi familia, se salvaron gracias a la ayuda de sus vecinos cristianos quienes, poniendo en peligro sus propias vidas, escondieron a hebreos en sus hogares y evitaron que los nazis los deportaran a campos de exterminio. También la iglesia ortodoxa griega ayudó a los hebreos a esconderse y dieron datos falsos a los agentes nazis consiguiendo con ello salvar a hebreos en todo el país». También era común conseguir documentación falsa. «Por ejemplo, mi abuela se llamaba Ida Nahmias, pero en su tarjeta de residente figuraba como Ismini Nikoforidou, nombre griego que conservaba las iniciales de su verdadera identidad». Sin embargo, en cualquier momento podían ser deportados, en una redada su acento cantarín o el desconocimiento de la lengua griega podría delatarles. Ante la dramática situación por las deportaciones, desde el consulado general de Atenas el diplomático español, Sebastián Romero de Radigales, llevó a cabo una ardua labor para proteger a los sefarditas nacionalizados españoles de Salónica, cuyo número ascendía a más de medio millar. Gracias a sus gestiones, 150 judíos fueron trasladados en la zona italiana del sur de Grecia, mientras que otros 377 consiguieron llegar a España en febrero de 1944. «La nacionalidad española fue el pasaporte de vida para muchos de los sefarditas», explica Nahmias mientras muestra una foto de la documentación de su abuela firmada y sellada por Sebastián Romero de Radigales.
Tradición lingüística
Cuando los sefarditas abandonaron para siempre la Península Ibérica, portaban consigo su lengua, el ladino, y sus tradiciones culturales y religiosas. La llegada de esta población a Salónica supuso lo que los historiadores han llamado como el «renacimiento de un nuevo Sefarad». Al poco tiempo de su llegada, los sefardíes empezaron a publicar libros en esta lengua y usando caracteres hebreos, pusieron nombres españoles y portugueses a sus templos y envolvieron la ciudad en el olor de recetas como el pan d'Espaya, las rodanchas o el pastel de Kuzo. «Mis dos abuelas hablaban ladino. Mi abuela materna era española y enseñaba ladino a la comunidad hebrea de Salónica y escribió un libro sobre cocina sefardí», recuerda Nahmias.
Como ya sucede en otros centros, el Instituto Cervantes de Atenas está llevando a cabo un proyecto para recuperar el ladino y las tradiciones culturales relacionadas con el judeoespañol en la extensión que abrió en la ciudad en el año 2022 gracias al apoyo de la Comunidad Judía de Tesalónica. «El holocausto interrumpió la transferencia natural del ladino (y las costumbres y cultura) de las generaciones anteriores a las actuales. El ladino se debe preservar, una lengua que aún se habla en ámbitos familiares aunque académicamente es poco enseñada. Aunque para nosotros el reto es que los jóvenes que tienen esa herencia estén interesados en aprender español, la lengua que les va a llevar hoy en día más lejos social y laboralmente, el judeoespañol no debe perderse, de ninguna manera«.
Los gobiernos en Grecia en los últimos años están realizando una gran labor de concienciación sobre lo sucedido con los judíos en Grecia durante la II Guerra Mundial. «Tenemos la obligación moral de perpetuar la memoria de este pueblo, de que su historia se enseñe en los colegios porque, como dicen los historiadores, la tercera generación olvida lo que vivieron sus antepasados. Es necesario que nuestra historia, lo que sufrieron los nuestros, sea escrita y recordada«, concluye Nahmias.
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