La carta perdida del joven y desconocido Hitler en la que ya pidió el exterminio de todos los judíos
Fue redactada en 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, y estuvo extraviada durante más de 70 años
La revelación de Hitler a su gran héroe de la Luftwaffe: «Al final de la guerra me aseguró que Dios le había perdonado»

Otto Strasser solía presumir de que fue su hermano Gregor quien, en 1924, sugirió a Hitler que escribiese sus memorias. Decía en tono despectivo que el único objetivo fue que Adolf se mantuviese entretenido y liberase a sus compañeros de prisión en Landsberg de tener que escuchar sus «interminables monólogos». A este, sin embargo, le encantó la idea y se puso manos a la obra de inmediato. Y para disgusto de los Strasser, según recoge la célebre biografía del dictador escrita por Ian Kershaw, «debieron sufrir una amarga decepción cuando este comenzó a leer a diario lo que había escrito a un público literalmente cautivo».
Así comenzó la gestación de 'Mein Kampf' (Mi Lucha), por influencia de Gregor Strasser , el hombre que —con ayuda precisamente de su hermano Otto— a punto estuvo de quitarle el liderazgo del partido nazi al dictador que, pocos años después, provocó la guerra más desvastadora de la historia . Pero aquella primera jugada no le salió muy bien, porque el libro se convirtió en un fenómeno editorial que vendió más de 90.000 ejemplares en 1932 y 900.000 un año después. Y eso que «estaba mal escrito, lleno de errores», comentaba a ABC Christian Hartmann, encargado de la edición crítica que se publicó en 2016.
Sin embargo, poca gente sabe que, cinco años antes, cuando tenía 29 años y no lo conocía nadie, el joven Adolf Hitler ya había escrito una carta en la que vertía todo su odio contra los judíos y sugería que debían ser eliminados cuanto antes. Un pensamiento que compartió con sus compañeros del Ejército alemán casi veinte años antes de que él mismo pusiera en marcha el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. En concreto, poco después de regresar del campo de batalla de la Primera Guerra Mundial en la que Alemania había sido derrotada y el futuro dictador supuraba odio por todo su cuerpo.
El documento, escrito a máquina, está fechado el 16 de septiembre de 1919 y constituye el primer registro histórico de las teorías que luego pondría en práctica el líder del Tercer Reich. Lo redactó poco después de que Hitler lanzara una arenga cargada de antisemitismo a sus compañeros de frustración tras la guerra perdida y un oficial al que conocía bien, Adolfo Geimlich, le pidiera que pusiera sus ideas por escrito. Fueron en total cuatro folios a los que se conoce como la «Carta de Geimlich», pues este miembro de la oficina de inteligencia militar de Munich aparecía como su destinatario.
La eliminación de los judíos
El ella, el líder nacionalsocialista establecía: «El antisemitismo es fácilmente caracterizado como un fenómeno emocional, pero esto es incorrecto. El antisemitismo como un movimiento político no puede y no debe ser definido por impulsos emocionales, sino por el reconocimiento de hechos. Estos hechos son postulados irrefutables como que el judaísmo es absolutamente una raza y no una asociación religiosa». En la misma misiva, además, definía despectiva,ente a los judíos con el estereotipo de «acumuladores de riqueza», en referencia a que los consideraba un peligro por su afán de conquistar el mundo a través del dinero.
«Todo hombre va detrás de un objetivo mayor, sea la religión, el socialismo, la democracia. Para los judíos éstos son sólo un medio para un fin, la manera de satisfacer su deseo por el oro y la dominación», expresó. Y, a continuación, agregó la parte más terrorífica: «El antisemitismo que se alimenta de razones puramente emocionales siempre encontrará su expresión en la forma de 'pogroms' [ataques violentos contra judíos]. Pero el antisemitismo basado en la razón debe llevar al combate y a la suspensión sistemática de los privilegios de los judíos. Su objetivo final, sin embargo, debe ser la eliminación sin compromisos de los judíos como tal».
Esta carta era, en definitiva, un intento de aquel joven de respuesta a una cuestión urgente: ¿cuál era la situación de los judíos en Alemania después de la derrota de Alemania en la Gran Guerra y qué posición debían tomar al respecto el Ejército germano? Y es que Hitler no soportaba las condiciones que el Tratado de Versalles había impuesto a su país en 1919 y parecía buscar un culpable a sus miserias. El futuro dictador nazi tenía entonces 29 años y acababa de salir del hospital, recuperándose del ataque con gas venenoso que había sufrido en el frente de Ypres. Fue al despertar cuando le informaron de que el conflicto había terminado y de que había sido derrotado. «Todo se hizo negro de nuevo ante mis ojos», comentó irritado.
El destino de la carta
Además de su incipiente odio a los judíos, el joven Adolf también criticaba que la ciudad de Danzig «había sido arrebatada bajo coacción, con un revólver en la mano y amenazando a los germanos con la muerte por hambre», según recordó al llegar al poder en 1933. Era consciente de que la ciudad y su corredor habían sido muy importantes para las comunicaciones y el comercio de Alemania a principios del siglo XX y la convirtió en otra de sus obsesiones, junto al antisemitismo.
La carta que algunos historiadores creen que pudo cambiar la historia, estuvo perdida durante 70 años. Por eso el documento, tras su aparición hace unos años, se convirtió en objeto de intrigas. Entre otras cosas, porque existe un mercado negro de documentos y objetos relacionados con el 'Führer' lleno de falsificaciones. Sin embargo, el Centro Simon Wiesenthal de Los Ángeles aseguró en 2011 que contaba con todos los informes que garantizaban la autenticidad de la copia original de la carta que, según decía, tenía entre sus fondos.
Según informó 'The New York Times' ese mismo año, la aparición de aquella copia original relegó a la categoría de copia el documento hasta ahora conocido de la carta, custodiado por los Archivos Estatales de Baviera. En realidad, la copia de Los Ángeles estaba en el mercado desde 1988. Según el intermediario que hizo la venta, la misiva apareció entre los escombros de una sede del Partido Nazi cerca de Nueremberg, cuando los soldados estadounidenses avanzaban hacia Berlín. Aunque existían informes que validaban la firma de Hitler, había dudas sobre su originalidad, ya que estaba mecanografiada, y eso era, un lujo para la época que parecía inaccesible para un soldado raso como Hitler.
Un gobierno «implacable»
Sin embargo, en 2011 también se descubrió que Hitler estuvo empleado en esos meses en un servicio de propaganda del Ejército alemán, por lo que pudo acceder a una máquina de escribir y redactar dichas ideas. «En su escrito, Hitler esboza un ideario que exige un gobierno implacable que tenga el coraje de eliminarlos por completo. Lo que queda claro es que, ya desde muy joven y todavía siendo un desconocido en la política alemana, tiene la idea de que esa lucha no puede hacerse con pandillas o con actos esporádicos, sino con una organización de gobierno detrás», señalaba a la BBC el rabino Marvin Hier en 2011.
Esas ideas fueron, precisamente, las que puso en marcha Hitler 22 años después, cuando ganó las elecciones y accedió al poder en 1933, y que llevó al extremo de la locura durante la Segunda Guerra Mundial, cuando ejecutó a un tercio de la población judía del mundo. El balance más desolador en este sentido fue hecho público en 2017 por el Holocausto Memorial Museum de Washington a través del proyecto «Enciclopedia de Campos y Guetos». El resultado fue un mapa de 42.500 campos de concentración, guetos y factorías de trabajos forzados que provocaron entre 15 y 20 millones de muertos o internados. En su mayoría fueron judíos. «Las cifras son más altas de lo que originalmente pensamos», aseguró el director del German Historical Institute de Washington, Hartmut Berghoff.
Sin embargo, el cómputo de la mayoría de estudios hechos desde 1945 era de seis millones. Ese mismo año, el Instituto de Asuntos Judíos de Nueva York ya situó los muertos entre 5.659.600 y 5.673.100. Una cifra similar a la que fue revelada antes por William Höttl, antiguo miembro de las SS, que declaró que fue usada por Adolf Eichmann, el arquitecto de la solución final, en 1944.
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