Nicolas Sarkozy: el Waterloo del pequeño Napoleón
La Justicia confirma la condena de tres años de cárcel al expresidente por corrupción. Llevará un brazalete electrónico para librarse de la cárcel
La Justicia francesa confirma la condena de tres años de cárcel al expresidente Sarkozy por corrupción

Nicolas Sarkozy (68 años) conquistó el Elíseo a paso de carga, sable de húsar en ristre, prometiendo «romper con el inmovilismo de izquierdas y el inmovilismo de derechas». Promesa cumplida en el terreno más íntimo, el amoroso, para terminar de manera catastrófica en ... el terreno político, condenado a tres años de cárcel, culpable de un rosario de escándalos y corruptelas.
Sarkozy prometía romper con el socialismo de François Mitterrand y con el conservadurismo de Jacques Chirac. De entrada, comenzó por romper con el inmovilismo de las «parejas tradicionales». Daniel Cohn-Bendit llegó a decir que, en el terreno amoroso, Sarkozy era un «heredero» de la «moral de 1968».
Como alcalde de Neuilly, en la periferia acomodada de París, contrajo matrimonio con Marie-Dominique Culioli, la madre de sus tres primeros hijos. Conoció a su segunda esposa, Cecilia Ciganer Albéniz, bisnieta del gran compositor español, cuando ella se casó en primeras nupcias con un célebre animador de radio. La pareja tuvo un hijo, pero ya estaba en crisis cuando entraron juntos en el Elíseo. Cecilia se hartó pronto del cargo de primera dama, y se largó con un amante descubierto con una 'cover story' de 'Paris Match'. Solo, Sarkozy encontró mucha comprensión sentimental en brazos de una joven periodista que sigue trabajando en un diario de referencia conservadora, hasta que el presidente conoció a Carla Bruni, con la que contrajo matrimonio meses más tarde. La pareja ha tenido un apuesto descendiente.
Tras esa impetuosa vida sentimental, Carla Bruni se convirtió en heroína y mártir de su esposo, dando tumbos políticos desastrosos, con cierta frecuencia.
Durante la victoriosa campaña electoral de la primavera del 2012, Sarkozy tuvo su cuartel general en un modesto local de la parisina Rue d'Enghien, en un barrio muy multicultural. Tenía como vecinos a los dirigentes de un famoso centro cultural kurdo. El futuro presidente me concedió una entrevista para ABC, y, charlando en un terreno coloquial, me atreví a preguntarle: «¿No tiene miedo de los riesgos terroristas?». Fingiendo sorpresa, Sarkozy me cogió por el brazo, diciéndome: «No se equivoque, señor Quiñonero, los kurdos son muy buena gente». El futuro presidente había sido ministro del Interior, y, a los pocos meses de entrar en el Elíseo, como jefe de Estado, ese centro cultural kurdo fue cerrado, como consecuencia de graves sospechas terroristas…
Ligereza verbal
Esa ligereza verbal del expresidente dice algo profundo de su personalidad.
Tras prometer la «ruptura con el inmovilismo de izquierda y derecha», Sarkozy se plantó en todos sus grandes proyectos. Su reforma de las pensiones duró dos años cortos. Su intento de «concertación» con el islam de Francia no tuvo frutos conocidos: el integrismo siguió creciendo. Su lucha contra la inmigración ilegal no daría los frutos esperados. Su promesa de bajar impuestos y reducir la burocracia nunca se cumplió. Su política de rigor terminó contrayendo más deuda pública y agravando los déficits. Su gestión de la invasión rusa de Crimea es un antecedente trágico de la impotencia diplomática ante las ambiciones imperiales de Putin. A los dos años cortos de ser elegido presidente, entre el 65 y el 70 de los franceses tenían mala opinión de Sarkozy.
Sin duda, la gran crisis de 2008 tuvo muchas culpas. Sarkozy quizá hizo lo que pudo y supo. Pero se enredó pronto en líos que terminaron teniendo consecuencias judiciales dramáticas.
A su lado, siempre, desde su corta gloria política hasta los años de procesos y desastres, Carla Bruni ha sido una esposa fiel, obstinada, cuidándolo con mimo, cariño y mucha entereza. Sarkozy fracasó como político y presidente, pero ha triunfado como esposo y abogado de negocios muy bien pagado.
Sin duda, la gran crisis de 2008 tuvo muchas culpas. Sarkozy quizá hizo lo que pudo y supo
Obsesionado frenéticamente por la «acción», sin muchos escrúpulos de ninguna índole, Sarkozy no solo dirigía Francia: intervenía en los contratos sauditas del PSG, no dudaba en manipular sondeos, se dejaba querer por dudosos inversores, intervenía personalmente ante jueces sensibles al poder político, se buscó un nombre falso para hacer llamadas telefónicas dudosas…
Esas y otras discutibles actividades terminaron convirtiéndose en escándalos. Sarkozy ha sido y está perseguido judicialmente por sospechas de oscuras relaciones con Gadafi, falseo de documentos electorales, concesiones empresariales dudosas… El Tribunal de París confirmó ayer una sentencia del 1 de marzo del 2021, condenando al expresidente a tres años de cárcel: dos años, con remisión de pena, evitando la cárcel; y un año de prisión firme, dejando en suspenso la posibilidad de sustituir la cárcel por un brazalete electrónico. Sus abogados han presentado un recurso de casación, «un recurso extraordinario que tiene por objeto anular una sentencia judicial firme». Primicia histórica: un jefe de Estado francés condenado al trullo.
Los Republicanos (LR, el partido de la derecha tradicional) asisten silencioso al espectáculo trágico de las desventuras judiciales de su antiguo líder y presidente, intentando alejarse de unas cacerolas nefandas.
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