El desafío de Occidente
Rusia, con su imperialismo duro, y China, con su capacidad de aumentar y difundir su influencia, son dos países que representan una seria amenaza para la Democracia

Rusia, después de la caída de la Unión Soviética, tiene un claro plan de reconquista de sus exterritorios que ahora son naciones independientes y de expandirse en Oriente Próximo y en África. Su estrategia es militar y chantajista, con la fortaleza de su capacidad nuclear y la de su riqueza en materias primas energéticas y alimentarias .
China —con el lema de la Única China— por un lado, tiene planes de mantener lo que considera suyo, dispuesta, si es necesario, a la represión (Hong Kong) o a la agresión militar (el caso de Taiwán); y por otro, tiene objetivos de expansión ya muy avanzados en otros continentes, como en Latinoamérica, África o la misma Europa y hasta el control de un porcentaje relevante de la deuda de Estados Unidos.
Su estrategia es diplomática y económica, con importantes inversiones en infraestructuras y en fuentes de materias primas .
Rusia, por su imperialismo de retorno 'hard' y arrogante, y China, por su capacidad 'soft' de difundir en el mundo su presencia e influencia, son dos países que representan una seria amenaza para las democracias.
El mundo está aumentando más la brecha y la división entre el bloque democrático occidental y el autárquico y autoritario oriental. Dos concepciones opuestas del gobierno de la sociedad. Los países como China y Rusia aspiran al capitalismo pero rechazan la democracia, aman el dinero pero desprecian los derechos humanos y la libertad.
Esta claro que el avance de estos países representa un serio problema. Sabemos muy bien que las tentaciones autárquicas y autoritarias hacen hincapié en las divisiones y en el desorden social, que se incrementa con el aumento de la pobreza.
Oriente Próximo, África y, desafortunadamente, también Latinoamérica son muy vulnerables porque sufren muchas desigualdades sociales y una pobreza que apenas cubre la supervivencia.
También Occidente se encuentra en una situación de vulnerabilidad aunque por razones opuestas. Los países democráticos pierden fortaleza al perder el bienestar conseguido y hasta hora mantenido.
El desafío de Occidente es muy grande.
Las democracias deben acelerar para recuperar el gran retraso acumulado, tienen que ganar tiempo diplomático con sus directos «competidores» y cambiar el paso en sus relaciones internacionales.
Occidente, por ejemplo, debe reforzar la relación con un país estratégicamente y económicamente muy importante, como es la India, y recuperar rápidamente posiciones con los países de Oriente Próximo, africanos y latinoamericanos, donde se ha ido reduciendo su influencia en favor de China y Rusia.
Para contrastar contra estas potencias, las democracias occidentales deben cambiar su política internacional paternalista y desarrollar con estas regiones relaciones recíprocamente más beneficiosas y con vistas al largo plazo.
Al mismo tiempo, los gobiernos occidentales deben pensar a su autonomía energética, alimentaria y en la protección del bienestar social, reduciendo las desigualdades. En particular, deben reconstruir una clase media lo más amplia posible, única clave para la estabilidad política y económica en nuestras democracias.
Hoy, la Democracia se protege con unas políticas sociales y económicas más equilibradas, más responsables y menos especulativas que impidan el avance del populismo.
El populismo es la antecámara del autoritarismo.
La Democracia, la libertad y los Derechos Humanos son para nosotros demasiado importantes porqué son el inestimable e irrenunciable patrimonio que, en los últimos 70 años, hemos conquistado con muchos sacrificios. También de vidas humanas.
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