Donaciones privadas de medio mundo repartidas por voluntarios ayudan a resistir a Ucrania
Drones comerciales, dispositivos de visión nocturna, botiquines y cascos de combate llegan con rapidez al frente gracias al trabajo de oenegés
«El futuro de mi patria, Bielorrusia, está ligado al futuro de Ucrania»

Ucrania necesita los F-16, pero también necesita torniquetes. La intensidad de la acción bélica aquí engulle todo tipo de recursos en tiempo récord. El frente está activo las 24 horas del día. Los soldados se despliegan por los más de 1.000 kilómetros del ... frente para luchar contra los rusos. Semejante teatro de operaciones ha desbordado la capacidad del estado. No se pueden cubrir todas las solicitudes que vienen desde el terreno. Los cazas, carros de combate y misiles Atacms son el centro del debate para los aliados de Zelenski. Sin embargo, tras los bastidores de esta guerra y lejos de los despachos presidenciales, las demandas de los combatientes son más humildes. Y son también indispensables.
Vivir o morir puede depender de lo que contenga un botiquín táctico. Las esquirlas metálicas se clavan en el cuerpo con la misma facilidad que un cuchillo atraviesa la mantequilla. La mayoría de las heridas en el campo de batalla son por metralla de artillería. Si un militar no tiene a mano una venda hemostática que contenga una hemorragia severa, el desenlace puede ser fatal. Estos recursos son fáciles de conseguir, sí, pero se agotan rápido. Un Bradley (vehículo de combate) dañado se puede arreglar. Cuando un luchador experimentado muere, hacen falta años para poder formar a otro.
Los soldados ucranianos acuden a organizaciones civiles como One Team One Fight Foundation para conseguir los suministros. Les escriben por sus redes sociales directamente. Aunque lo que mejor funciona es el boca a boca entre las distintas unidades. Lo más solicitado son los drones Mavic 3, dispositivos de visión térmica y de visión nocturna. Son los ojos de los defensores en las líneas de combate. Aun así, siempre faltan uniformes nuevos, productos de higiene personal, mochilas tácticas…
Harri es el fundador de la oenegé. Vino desde Estonia en febrero de 2022. Y cuando vio lo mal equipados que estaban algunos soldados, decidió recaudar fondos para mejorar su protección. Todo el dinero proviene de donantes privados. El joven estonio admite que las ayudas han bajado. Más de 500 días pasaron desde que el Kremlin inició la invasión a gran escala. Y a pesar de ello, gracias a una amplia comunidad en internet siguen haciendo pedidos diarios.
Lista de deseos
El equipo tiene una 'lista de deseos' de Amazon y varias campañas activas de microfinanciación colectiva. Si alguien quiere colaborar puede comprar unas rodilleras por 13 euros o gafas de protección ocular hechas en Suiza. «A mucha gente le gusta comprar directamente las herramientas de trabajo que nos piden los soldados», explica María. Ella creció en Polonia y vivió en Alemania. Es el alma financiera de One Team One Fight Foundation. Se encarga de que las cuentas cuadren y aspira a que la organización crezca cada día.
Sin embargo, la pieza fundamental del equipo es Dima, señalan sus compañeros. Él es de Ucrania, concretamente de Lugansk. La guerra que desató Rusia llegó dos veces a su casa. Primero en 2014 y después en 2022. Dima vivía en Irpín. Perdió sus negocios por culpa de Putin; entonces se tuvo que convertir en taxista. Y fue precisamente en uno de esos viajes cuando conoció a Harri y todo comenzó. Dima es un hombre fornido y amable. No pierde la sonrisa y su moral alta es contagiosa.
María repasa su lista escrita a mano. «Hay que completar los 'ifaks' (individual first aid kit); faltan las tijeras», apunta. Esos botiquines van para la 28º Brigada Mecanizada apostada en el área de Donbass. El centro logístico de estos voluntarios es su propia casa. Continuamente llegan pedidos y con la misma rapidez se trasladan los recursos adonde sean necesarios.

Ninguno de los cinco miembros de este equipo tenía experiencia en logística militar. Ahora son expertos. A diferencia de las pesadas burocracias estatales, estos voluntarios conocen al detalle todas las peticiones de las unidades con las que trabajan. Son más flexibles y rápidos en las entregas de material. La necesidad es tan acuciante que una vez a la semana recorren de arriba abajo el inmenso frente. Algunas entregas se hacen en uno o dos días y otras llevan más tiempo. Además, también ayudan a los civiles de las áreas más afectadas.
Antes de arrancar es preciso comprobar que todo el material está listo. Después se empaqueta. María y sus cuatro compañeros se han levantado de madrugada para terminar de cargar la furgoneta. Menús de combate, chalecos antibalas, un par deStarlinks (hardware terrestre para conectarse al servicio de Internet por satélite del mismo nombre) y otras provisiones se amontonan en una vieja Volkswagen que vivió tiempos mejores.
Cuando todo está listo comienza una nueva expedición en dirección este y sur. Las carreteras ucranianas y sus baches no perdonan. El desgaste de los vehículos es acelerado. La furgoneta verde oliva de la organización ha pasado ya demasiadas veces por el mecánico. Tanto militares como voluntarios están siempre a la caza de nuevos coches. El precio de cualquier tipo de vehículo en Ucrania ha crecido de forma exponencial.
No se trata solo de llegar, es imperativo llegar cuanto antes. Este es uno de los motivos por los que hacen las entregas en persona. «El correo ucraniano es muy eficaz, pero puede tardar hasta siete días en repartir los paquetes. Además, a veces el contacto al que envíanos los suministros está en la línea cero y no puede recogerlo», explica April. Esta canadiense de 35 años decidió dejar su país hace casi un año para trabajar por la victoria de Kiev. Casi todas las compras se realizan en Ucrania, no solo por la rapidez, si no también por el apoyo económico al comercio local.
Otra de las razones para desplazarse al frente es el contacto directo con los militares y civiles. «Los consideramos familia, como nuestros hermanos y hermanas. Hay una conexión muy fuerte», apuntan desde el equipo. Harri se reencuentra con los hombres de la 95º Brigada en la zona de Donetsk. Liberaron Járkov el año pasado. De todos los que conoció hace meses, solo cuatro de ellos siguen vivos. Están cansados, pero aguantan. Aguantan a pesar de los retrasos en los salarios y la falta de recursos. Durante la reunión, María anota nuevos pedidos. Esta escena se repite en cada entrega.
Meses sin recibir visitas
La guerra es tediosa y lenta. Pero cuando los voluntarios llegan, la alegría se contagia. Muchos de los hombres y mujeres que están en las posiciones pasan meses sin recibir visitas. Varios integrantes de la III Brigada de Asalto de Azov hacen sus misiones en el Donbass. Son jóvenes y están curtidos en el combate. Forman un grupo de élite. La furgoneta verde aparca y parece que el conflicto armado se evapora por un rato. Aunque los rusos no están lejos y sus cañones retumban. «Cada vez que venimos a darles los materiales, estos soldados comprueban que no están solos. Sienten que el mundo está con ellos y eso les da esperanza», destaca Harri.
El equipo estruja los minutos que pueden pasar con los defensores. Se hacen bromas y se habla de la morriña de los tiempos de paz. El tema de conversación deriva hacia el fútbol cuando los militares descubren que hay una española en el lugar: ¿Real Madrid o Barcelona?, pregunta uno. La respuesta fue satisfactoria para el soldado. Sonríen a pesar de haber pisado el infierno. Antes de salir hacia otro destino, Dima recibe un regalo especial. Uno de los de Azov le entrega varios parches con la Z que pertenecieron a soldados rusos.
Lejos de los despachos de poder, las demandas de los soldados son más humildes. Y también indispensables
Un humo negro comienza a salir del tubo de escape. April estaciona el coche cerca de una parada de autobús solitaria. Hace varias llamadas y comienza a reubicar pañales, equipos de radiocomunicación y camas plegables en el atiborrado maletero de la Volkswagen. El vehículo se queda allí. Un contacto lo vendrá a buscar. Parece que no aguantó el peso de los paneles solares que pidieron desde un hospital en Mykolaiv. El viaje sigue a pesar de la falta de aire acondicionado y el calor sofocante.
En el área de Jersón están esperando por unos cascos de combate. En este caso, se trata de la primera vez que los soldados hacen una petición a la organización. El siguiente paso son las fotos. «Sacamos fotografías de cada entrega para mostrar a nuestros donantes que el material ya está en las manos adecuadas», cuenta María. La ruta continúa hacia Zaporiyia, toca entregar un generador eléctrico a un destacamento. Los ánimos aquí son peores. El frente sur es de los más activos, allí las bajas son cuantiosas.
Material escolar
Para recorrer poco más de veinte kilómetros se tardan casi 40 minutos. Los caminos rurales aguantan como pueden el peso de los tanques. En el distrito administrativo de Orijív, Galina ya está en el punto de encuentro. Es la profesora de infantil de la zona. April y María le van a entregar material escolar para los alumnos que todavía asisten a sus clases. El sonido de fondo son disparos de mortero que ya no sorprenden a nadie. En ese pueblo los misiles rusos destruyeron el edificio donde estaba la biblioteca. En el borde de cráter que formó el impacto yacen las tapas de un libro de Tolstoi, 'Guerra y Paz'.
En estas zonas de Ucrania se repiten los 'checkpoints' en la carretera. April y María son conocidas y pasan rápido. El hecho de ver a tres mujeres en una furgoneta que va a entregar material a las fuerzas armadas facilita mucho el asunto. Los extranjeros de la Legión Internacional reciben, esta vez, sillas y camas plegables. Una de sus médicas de combate lleva dos meses durmiendo sobre una puerta. No quiere revelar su identidad y admite con firmeza que los voluntarios son fundamentales. «Cuando llegamos aquí, teníamos que comprar nuestra propia comida. Si no fuera por ellas seguiría acostándome sobre esa madera vieja».
La última parada es un orfanato de la ciudad de Járkov. María y April ultiman los paquetes personalizados y compran golosinas para los pequeños. La directora del centro se deshace en agradecimientos. Los niños tienen entre seis y dieciséis años. Reciben regalos acordes a su edad. La más joven no tarda ni dos segundos en vestir el disfraz de princesa que le acaban de regalar. Han estado practicando una canción sobre la victoria ucraniana. Algunas de estas criaturas vivieron bajo la ocupación rusa y perdieron a sus familiares. Los ojos de Katia, una adolescente de Izium, se inundan al pronunciar el nombre de su pueblo natal. April la abraza fuerte y le promete que volverá pronto.
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