Los 82 muertos de la discoteca Alcalá 20: «Cada dos minutos sacaban un cadáver calcinado»
El incendio con más víctimas en una sala de fiestas de la historia de España se produjo en las Navidades de 1983. Solo en el ropero encontraron veinte cuerpos apilados, en una tragedia cuyas primeras señales los jóvenes se tomaron a broma
Las discotecas de Murcia tenían que estar cerradas desde hace 18 meses
Qué se sabe y qué no del incendio de tres discotecas en Murcia que ha dejado al menos 13 muertos

«No veía nada. No sé ni cómo estoy vivo. Mientras subíamos por la escalera de caracol que conduce a la salida principal, oíamos voces angustiosas por abajo que llamaban a la tranquilidad. Pero creo que fuimos los últimos en salir. Los de abajo se ... debieron quedar en el ropero». «Comenzó a salir humo y la gente, en broma, empezó a gritar: 'Que las abran, que las abran', refiriéndose a las cortinas, en tono festivo. Yo estaba con tres compañeros y, de pronto, nos encontramos envueltos en una nube de humo denso y negro».
Estos dos testimonios podrían pertenecer a dos supervivientes del incendió que, la madrugada del sábado al domingo, se registró en tres discotecas contiguas de la zona de ocio Las Atalayas, en Murcia, junto a la antigua carretera de Alicante, pero fueron recogidos por ABC hace ahora cuarenta años. En concreto, durante el incendio más siniestro de la historia de España producido en una discoteca, el de la sala de fiestas Alcalá 20, en Madrid, que tristemente tenemos hoy en el recuerdo.
En aquella ocasión, las llamas ocasionaron 82 muertos por quemaduras, inhalación de humo y aplastamiento de numerosos clientes debido a las avalanchas que se produjeron en la evacuación desesperada del local. Aunque las víctimas mortales son menos ahora, el caos que se generó en los tres locales de Murcia este fin de semana es parecido al que se produjo en Alcalá 20 el 17 de diciembre de 1983. Tal y como ha contado ABC este domingo, Erik, nicaragüense, quiso celebrar su 30 cumpleaños a lo grande con su familia y sus mejores amigos en la discoteca La Fonda Milagro.
Se reunieron todos en dos reservados contiguos situados en la planta alta del local. Todo iba bien hasta que, entre las 5.30 y las 6, se desató el infierno. La primera señal fue el olor a caucho quemado que parecía salir por los conductos de ventilación junto a la zona final de la barra, en la planta baja, según los testigos. Luego una llamarada y, después, más llamas. El local se sumió en la oscuridad y parte de las estructuras reventaron, mientras decenas de personas corrían hacia el exterior en busca de refugio. La mayoría logró salir, pero el grupo de Erik, prácticamente al completo, se quedó atrapado en la planta de arriba y murió.
Semanas negras
A diferencia de Murcia, la catástrofe de Alcalá 20 no vino sola. 'Otra vez el pavor de la muerte', titulaba ABC en su portada el 18 de diciembre de 1983, sobre un dibujo a lápiz en el que se representaba a las supuestas víctimas del incendio intentando escapar de la famosa discoteca. En las tres semanas anteriores se habían producido casi 200 muertos más en otras dos tragedias: el 27 de diciembre, un Jumbo se estrelló poco antes de aterrizar en Barajas y causó 181 muertos, y el 7 de diciembre, un Boeing 747 de Iberia y un DC-9 de Aviaco impactaron en la pista y dejó otros 93, sin contar el choque de dos convoyes de metro en la estación de Menédez Pelayo, con 90 heridos.
Hasta el incendio de Alcalá 20, en la capital no se había visto nada parecido, en lo que a víctimas mortales se refiere, desde que las llamas se cobraron la vida de casi un centenar de personas en el incendio del Teatro Novedades en 1928. Pero, ¿qué ocurrió exactamente en la discoteca madrileña? Todo comenzó a las 4.45 de la madrugada, apenas un minuto después de que el DJ hubiera apagado la música y el personal de la sala, ordenado a los jóvenes abandonar el local, ubicado en los sótanos del Teatro Alcázar.
Ninguno de los casi 200 clientes que todavía permanecían en el interior del recinto a esa hora, poniéndose el abrigo o apurando sus copas, podían imaginarse que la discoteca donde poco antes se divertían bailando se iba a convertir en una trampa mortal de fuego, humo, cenizas y escombros. «El fuego ha empezado por los bastidores del escenario, por la parte de arriba. Acababan de encender las luces para irnos y salía un poco de humo. Serían las cinco menos diez. La gente salía agarrada y algunos chillando. Yo salí de los últimos para rescatar a más», explicó a ABC el fotógrafo Javier Bauluz, primer español galardonado con el Premio Pulitzer.
Una «broma»
Un testigo, José Ramón Pacio, admitió a este diario que él fue uno de los que no se tomó en serio las primeras señales: «Comenzó a salir humo y la gente, en broma, gritó: 'Que las abran, que las abran', refiriéndose a las cortinas, pero en tono festivo. Yo estaba con tres compañeros y, de pronto, nos encontramos envueltos en una nube de humo denso y negro». Antes se había intentado apagar las llamas con una boca de incendios, pero fue en balde. De pronto, la humareda se convirtió en el verdadero enemigo por la pésima ventilación. «No se veía la salida, estábamos aturdidos y perdí el contacto con mis amigos», añadía el joven de 22 años.
La chispa de un cortocircuito había prendido las cortinas y las llamas se propagaron rápidamente por todo el local, que estaba decorado con más de 5.000 kilos de telas, plásticos y cartón piedra, materiales todos altamente inflamables. Cuando se escucharon los primeros gritos de «¡fuego, fuego!», muchos clientes creyeron que era una broma, riéndose a carcajada limpia hasta que ya no pudieron hacer nada. En menos de medio minuto, el humo se extendió por los palcos que flanqueaban la pista, donde murieron por asfixia las primeras víctimas.
Tras caer inconscientes, fueron alcanzados por las llamas. «Sentí que iba pisando cuerpos», relataba otro de los supervivientes. Los bomberos encontraron en el ropero unos veinte cadáveres amontonados. Nunca se supo si se encerraron allí porque pensaron que estarían a salvo de las llamas o porque trataron de hacerse con sus pertenencias antes de salir. Muchos jóvenes trataron de huir por las puertas de emergencia, pero estaban cerradas y se convirtieron en trampa mortal. Otros intentaron usar los extintores, pero no funcionaban. Todo intento fue en vano y el humo acabó alcanzando la puerta de la discoteca, haciendo imposible acceder al local para rescatar a los posibles supervivientes.
«Mi hermana cayó»
Finalmente, de las 82 víctimas, 36 murieron por asfixia o aplastamiento, 32 carbonizadas y otras 13 más intoxicadas. La última víctima fue la hija de un matrimonio que vivía en uno de los pisos superiores del edificio, que cayó por la terraza al vacío. «Estábamos durmiendo y mi padre nos llamó a todos porque había mucho humo. Salimos a la terraza del otro edificio, donde hacía mucho aire y no podíamos ni respirar. Mi padre dijo que íbamos a pasar a la terraza del otro edificio y empezó a ayudarnos. Pasamos todos. Mi hermana María José, pobrecita, fue la última y cayó», contaba esta testigo.
Todo se produjo en un abrir y cerrar de ojos. Solo 25 minutos después de comenzar el incendio en Alcalá 20, los bomberos se adentraron con máscaras de oxígeno y empezaron a extraer los primeros cadáveres atrapados en las salidas de emergencia. Desde las 5 hasta las 6.30 de la madrugada se vivieron los momentos más dramáticos. Nadie pensaba que las víctimas serían tantas. Cada dos o tres minutos salía un nuevo cuerpo calcinado y pronto se quedaron sin camillas ni ambulancias.
Siguieron apareciendo cadáveres y se tuvieron que utilizar los coches de la Policía para trasladar a los muertos. A las 7 de la mañana, cuando ya amanecía, los bomberos introducían dos potentes focos para iluminar aquella sala devorada por las llamas y evacuar a las últimas víctimas. Poco después, la calle Alcalá aparecía repleta de gente que lloraba desconsoladamente porque no encontraba a sus hijos o a sus amigos.
La discoteca se había inaugurado tres meses antes sin guardar, como determinaba la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid 11 años después, «la más elemental diligencia». Por ello, se condenó a dos años de cárcel a los cuatro propietarios de la sala, al electricista que puso la «deficiente» instalación eléctrica y al inspector del Ministerio del Interior que «no vio las muchas irregularidades del local». Esta última condena, sin embargo, fue rebajada considerablemente por el Tribunal Supremo. El Estado, por su parte, fue declarado responsable civil subsidiario por los jueces y tuvo que pagar 2.000 millones de pesetas (12 millones de euros) en indemnizaciones a las familias de las víctimas. La ayuda no llegó hasta 1997.
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