Cuando la URSS admitió con vergüenza las barbaridades de Stalin: «Fue imperdonable»
El 2 de noviembre de 1987, Mijail Gorbachov dio un discurso en el que cargó contra el Camarada Supremo
La gran mentira sobre la que Stalin forjó la URSS que aprovecha Putin en Ucrania
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La vida de Mijail Gorbachov se apagó hace un suspiro, un 30 de agosto de 2022; su leyenda, por el contrario, continúa intacta. Su lista de éxitos es muy larga: fue el primero y único presidente de la Unión Soviética –el carga se creó ... durante su mandato–; se esforzó por «humanizar» el socialismo real; luchó por lograr una economía más próspera y quiso acercarse al eterno enemigo norteamericano. Este último movimiento, para hacer un torniquete a la sangría económica que se vivía en la URSS. Lo que se suele olvidar es que cargó de frente contra los añejos héroes encumbrados por su país: de León Trotski al sanguinario Iósif Stalin.
El herrero que forjó la 'Perestroika' se despachó a discreción contra sus predecesores en un discurso memorable pronunciado el 2 de noviembre de 1987. Lo hizo en una fecha señalada: durante el 70 aniversario de la revolución que alzó a los bolcheviques hasta la poltrona. De ahí el simbolismo. Y, por si no fuese ya bastante, dio a entender que bajo sus palabras habría rubricado el hombre que alumbró la misma Unión Soviética. «El líder soviético se autoproclamó ayer principal heredero de Lenin ante todos los órganos del poder de la URSS con ocasión del LXX aniversario de la revolución», escribió el corresponsal de ABC en Moscú, Alberto Sotillo.
Ni un títere con cabeza
La función comenzó durante una sesión conjunta del Comité Central y los sóviets supremos de la Unión Soviética y la República Rusa. El teatro en el que se representó fue el Palacio de Congresos del Kremlin. No fue breve; tampoco ligera. La sesión se extendió durante dos jornadas en las que los diferentes líderes de la URSS y sus aliados lanzaron sus respectivos 'speeches' a la sala. El discurso del camarada Gorbachov llevaba por título 'Octubre y la perestroika: la revolución continúa', y lo curioso es que no fue tan sangrante como se esperaba. La línea fue mucho más moderada que las habituales intervenciones del político entre bambalinas.
Sotillo se percató de ello y lo dejó sobre blanco en su crónica, así como una serie de detalles que se corroborarían después. El más reseñable, que Gorbachov había rebajado el ímpetu de sus palabras para esquivar las críticas del ala más extremista. «La intervención –de la que se viene diciendo que ha sufrido sensibles retoques tras la última y tempestuosa reunión del Comité Central–, fue pronunciada con un matiz más dubitativo, notablemente menos vigoroso que en otras ocasiones», apostilló. No le faltaba razón. El político suprimió de sus palabras los asesinatos masivos de Stalin y una caracterización ambigua de Trotsky. Cosas de alta política.
El primero en llevarse un pellizco fue Trotsky. Gorbachov tildó al teórico y opositor de Stalin de «pequeño burgués pagado de sí mismo» que puso en peligro la revolución «al hacer causa común con Kamenev y Zinoviev». Su peor movimiento, dijo, fue «seguir una actividad fraccionaria» contra Lenin, al que consideraba el «norte sagrado» de la URSS. A este personaje le siguió el controvertido creador de la política económica soviética en el período de entreguerras: Nikolái Bujarin. A este personaje le definió como «un hombre querido por el partido» que combatió a los enemigos de Lenin, pero que no llegó a más que a «un teórico escolástico».
El plato fuerte fue Stalin. Gorbachov incidió en que era el culpable de persecuciones generalizadas y «groseros errores políticos» contra su propio pueblo. «Miles de personas, miembros o no del partido, fueron víctimas de represiones masivas, indiscriminadas e ilegales», esgrimió. A continuación, puso el dedo en la herida al explicar que «la falta de Stalin y su entorno inmediato es inmenso e imperdonable». Aunque también tuvo para él palabras de reconocimiento. Del dictador alabó su industrialización forzada y su «perseverante» actuación durante la Segunda Guerra Mundial. El último punto sorprendió a los presentes, pues, por entonces, una corriente crítica cargaba ya contra la pérdida de vidas masivas en el conflicto fomentada por las locas ofensivas del camarada supremo.
Kruschov fue el siguiente. Del sucesor de Stalin tras el conflicto habló de forma más benevolente. Elogió su «valor» para denunciar el «culto a la personalidad» del dictador, pero también puntualizó que se había dejado llevar por la voluntariedad y no había sabido acertar en los métodos para orquestar una verdadera desestalinización. Para él era «un político lleno de coraje», pero «con errores personalistas» que acabaron por retrotraer una vez más a la Unión Soviética. El último en discordia fue Leonid Brézhnev, artífice de la doctrina de los países satélite de la URSS. De él esgrimió que había favorecido el estancamiento económico, social, político, moral y artístico durante su etapa de gobierno.
Otra faceta
Con todo, no debemos quedarnos con la visión más crítica de Gorbachov. Desde su llegada al poder en 1985, cuando se convirtió en secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, elaboró un plan económico ('Perestroika') para reactivar una economía que llevaba estancada desde los años 70 y que estaba destinada (entre un 16% y un 28%) a mantener un gigantesco ejército formado por cinco millones de hombres.
Además, comenzó su aproximación a los Estados Unidos y a su presidente, Ronald Reagan. Así fue como ambos líderes firmaron en diciembre de 1987 el Tratado de Washington, un pacto mediante el que acordaron destruir las armas nucleares de corto y medio alcance. Principalmente, los misiles SS-20 Saber rusos y los MGM-31 Pershing americanos.
«Nuestro complejo y diverso mundo está volviéndose, por una evolución inevitable, más y más interrelacionado e interdependiente. Y ese mundo necesita cada vez más un mecanismo capaz de permitir la discusión de los problemas comunes de una manera responsable», afirmó entonces Gorbachov. Poco después, el ruso favoreció y firmó varios convenios como el de París en 1990 (mediante el que la OTAN y el Pacto de Varsovia redujeron sus fuerzas militares en Europa) o las negociaciones START en 1991 (gracias a las que su país redujo las armas estratégicas). Hace poco, sin embargo, sorprendió a la sociedad al mostrarse partidario de la invasión de Ucrania.
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